El corazón ya late a mil, bombea sangre blanquirroja a poquísimo de otra cita con la historia en la mítica Bombonera. El momento más importante del fútbol peruano en los últimos 35 años nos coge en una buena situación. La ilusión se palpa en las calles, la esperanza mundialista del hincha va tomando forma de festejo mientras los escépticos –hoy en evidente minoría– le bajan los decibeles a un optimismo que para ellos no tiene sustento. La ‘realidad’ se ha acostumbrado a golpearnos donde más nos duele, dicen. Algo de razón tienen, un poco de mesura nunca viene mal. Pero razones hay para justificar la confianza de la mayoría.
Entiendo perfectamente al peruano que sueña con Rusia 2018. Lo entiendo porque pese a que nuestra historia futbolística se ha escrito con muchos fracasos y pocos éxitos, hoy la selección de Gareca nos ha enseñado que, aunque suene trillado, la esperanza es lo último que se pierde. Así ha caminado durante todo este proceso, al borde de la eliminación en cada fecha, y ha llegado a esta instancia con las posibilidades intactas. “Estamos acostumbrados a jugar finales”, explica el técnico de la selección sin mentir ni un poquito. Cada juego fue siempre de vida o muerte para Perú. Y seguimos de pie.
Yo prefiero creer en esta selección porque después de dos décadas nos vuelve a colocar en una situación expectante, dependiendo solo de nuestras piernas y corazones. El cuarto lugar en la tabla no es una alucinación, es una realidad que se justifica en el rendimiento de un equipo a lo largo de un camino en el que la mayoría de selecciones sufre altibajos. Virtud nuestra es llegar a esta recta final en alza, cuajados en alma y cuerpo, más allá del menosprecio de algunos por los 3 puntos ganados en el TAS ante Bolivia.
Yo prefiero creer en esta selección porque nos ha demostrado que el compromiso es tan determinante como jugar bien. No más ‘fantásticos’ que adornen nuestras alineaciones con nombres rutilantes. Ahora se prioriza la calidad futbolística y el sacrificio. Ambas van de la mano, no es uno o lo otro, son los dos en conjunto. Ese sacrificio es lo que ha permitido su identificación con la gente. El país se ve reflejado en su selección después de tiempo. El reconocimiento popular es el mejor premio. De ello se alimenta este grupo que armó Gareca bajo una premisa importantísima: profesionalismo al 100%. No más ampayes ni reuniones con los amigos. Del avión a la Videna, y de la Videna a la cancha, sin escalas que distraigan la mente y relajen las piernas.
Yo prefiero creer en esta selección porque tiene un libreto aprendido, sabe a lo que juega. No es un ‘dream team’, pero es un conjunto capaz de hacer que sus virtudes terrenales se maximicen, que se potencien y no dependan de una individualidad para obtener un buen resultado. Conoce sus limitaciones y se prioriza el colectivo por sobre todas las cosas. Con o sin ausencias, Perú siempre jugó igual.
Yo prefiero creer en esta selección por su convicción, por aclarar en cada juego que ante Messi, Suárez o Neymar, en el campo se juega sin complejos.
Nada garantiza un buen resultado o la clasificación. Esto es fútbol, no una ecuación matemática. Pero yo prefiero creer en esta selección, porque un hincha sin ilusión no es hincha. Es un turista frente a una pantalla de TV.