Por Kenyi Peña Andrade
El “Día del Padre” no siempre es motivo de destapar el mejor vino, salir a comer el mejor plato posible o recorrer tiendas en busca de la camiseta del equipo favorito de papá al precio más cómodo. A veces, el tercer domingo de junio es sinónimo de una película de terror, de la cual cuentas los minutos para que dure lo menos posible y aparezcan los créditos de una vez por todas.
El papá nunca estuvo en casa, se fue por una o por otra razón. Quizá la muerte apareció antes de tiempo o solo se esfumó. Llámenlo como quieran. La cuestión es que algunos empezamos perdiendo la carrera cuando apenas nos acomodábamos en la línea de partida. O sea, sin ni siquiera haber conectado el primer golpe, la vida nos noqueó rápidamente haciéndonos besar la frialdad de la lona. Pero hay que volver a ponerse los guantes pues no vale aflojar. "El caerse y levantarse es parte de esto", dijo Jonathan Maicelo después de saborear la derrota ante el mexicano Ray Beltrán. Así como lo hizo Carlos Tevez. Al delantero argentino seguramente le valen poco y nada los 110 mil dólares por día que desembolsa cada fin de mes el Shanghái Shenhua de la Superliga de China en esta fecha.
Antes que Tevez sea el buen ‘Carlitos’ y campeón cinco veces con Boca Juniors, en los que se incluye un título de una Copa Libertadores y otro de Sudamericana, el muchacho la pasó mal.
Apenas a los seis meses de nacido, su madre lo abandonó y a los 5 años de edad perdió a su padre, cuando este recibió 23 balazos en un tiroteo en el peligroso barrio del Fuerte Apache. No hay duda que ‘Carlitos’ cambiaría la ovación más grande que le hayan dado en La Bombonera por un solo aplauso de su ‘viejo’ querido, quien debe estar siguiendo todos sus partidos desde el cielo. Tevez no dudaría en cambiar todos los goles que marcó en Europa por uno que su viejo lo grite en vivo y directo en la misma cancha. Tevez se hizo grande solo y demostró que la vida a veces también es como el tenis; muchas ocasiones el triunfo es mérito individual y no colectivo. No juega nadie más, solo tú.
También hay historias en las cuales la mamá toma el lugar del padre y aprende a la fuerza o por amor, lo que significa una posición adelantada, penal o lo importante que es salir campeón a final de temporada. Es el caso del colombiano Juan Guillermo Cuadrado, quien con solo 4 años de edad, se escondió temeroso debajo de su cama en una balacera. Cuando no escuchó más disparos, pensó que lo peor había pasado, entonces observó el cuerpo de su padre en el suelo. La rapidez que hoy muestra en la cancha le sirvió de poco en aquella época. Todo mal recuerdo se va lento o a veces no lo hace, pero siempre vuelve en estas fechas. Sin embargo, su mamá apareció para ayudarlo a confiar en sí mismo y hacerlo creer.
Su madre tomó las riendas del hogar trabajando en heladerías a doble turno. Su mayor preocupación era que no le falten los chimpunes y los pasajes para que su hijo vaya a entrenar. El actual jugador de la Juventus le prometió a su madre que no trabajaría nunca más cuando este se haga profesional. Y así fue. Esos cuatro títulos desde que llegó al conjunto turinés van para ella, y también para su papá. El mismo que desde donde se encuentre debe haber gozado cuando lo vio gambeteando con la camiseta de la selección colombiana por primera vez, superando los obstáculos que le puso la vida.
Estas dos historias no deben servir para ponernos más nostálgicos o tristes. Si hay un papá en casa, deberíamos valorarlo. Llevarlo al estadio de vez en cuando o pasar tiempo con él y comentar sobre los goles de Paolo Guerrero en el Flamengo o discutir sobre la continuidad de Ricardo Gareca en la selección peruana. Y si no está, siempre se encuentra mamá, quien para este periodista significó siempre su Diego Maradona para Argentina, su Francesco Totti de la Roma.
Si no se encuentran ninguno de los dos, hay que pelear cada pelota como si fuera la última, por esa persona que nos alienta sin cesar, porque todos tenemos a alguien así en la tribuna de nuestro hogar. “Nacimos para correr”, como diría el buen Andrés Calamaro y aún queda mucho kilometraje por andar. Un partido dura 90 minutos y siempre, siempre, se le pueda dar vuelta al marcador porque cuando no se juega bien, con actitud también se puede ganar. Quien niegue todo lo dicho no sabe absolutamente nada de fútbol y mucho menos de la vida.