LOS ÁNGELES -- Ya no se trata de vencer a Brasil o a Francia. Se trata de vencer a los Herodes del futbol mexicano.
Ya no se trata de vencer el pedigrí amazónico o galo, sino a los Judas embozadas que les acechan en casa.
México es finalista por cuarta ocasión de un Mundial Sub 17. Tuvo amoríos con la gloria en 2005 y 2011. ¿Hoy, Francia o Brasil? Solidaridad, gallardía y futbol amparan a los espartanos mexicanos.
México elimina a un recargado y de nuevo resplandeciente futbol holandés. Los hijos malditos de los penales, se rebelaron a la ingrata tiranía del manchón de las desgracias y las conquistas. En tiros penal conjuraron sus demonios ancestrales ante la escuadra naranja.
Pero la historia está inconclusa. No hablo de Brasil o de Francia. No hablo de la Vuelta Olímpica. Hablo de que esta pléyade de mozalbetes, merecen un trato distinto de la condena muerte que asoló a sus antecesores.
Los hijos de la gloria, aún sin ganar la Final, no pueden ser esclavos del limbo. Hoy, los finalistas del Mundial Sub 17, deben ser rescatados antes de ser arrastrados por la vorágine caprichosa, promiscua, corrupta y corrompida, que se tragó a sus predecesores.
Que el desamparo de sus clubes, entrenadores, familia, no los arrastre a las catacumbas donde yacen los huesos de quienes antes se atrevieron a ponerle una sonrisa, una lágrima y un laurel, a la dama del escepticismo que arrulla al futbol mexicano.
Y es que la ilusión detona las memorias, para bien y para mal. Es la crueldad del pasado: se emperra como rémora para mantener su protagonismo como lastre de la desgracia o la grandeza del presente.
Avinagrado el champaña escanciado tras las conquistas de 2005 y de 2011, en mundiales Sub-17, el futbol mexicano se fue quedando con una cosecha de remordimientos y desconsuelos, cuando creyó haber encontrado sus generaciones doradas para escribir hazañas entre los adultos.
Pero la frase prevalece carcomiendo: el futbol mexicano es el eterno adolescente del futbol mundial. Ahora y siempre.
Las generaciones benditas de gloria, terminaron siendo generaciones maldecidas. De aquellas legiones de 2005 y de 2011, sólo hay un sobreviviente, y apenas en un futbol casi rural, casi silvestre en cancha, como la MLS.
Que Carlos Vela alumbre la MLS, tan sólo la MLS, describe la magnitud de su debilidad y relata la magnitud del fracaso del futbol mexicano organizado para amamantar la pléyade de mocosos que dirigieron Chucho Ramírez y Raúl Gutiérrez.
Lo escribimos 2011, tras la coronación de México con su segunda guirnalda en Sub 17: el futbol mexicano, como industria, como corporación, está por debajo de la magnitud de los mozalbetes protagonistas de ambas epopeyas.
Lamentábamos, con esa ansiedad de pitonisos malditos, que los escuincles campeones del mundo 2011, quedarían tan desamparados, abandonados, ignorados y casi desdeñados, a no ser por la foto oportunista, por parte de la Federación Mexicana de Futbol.
“Los ayudaremos a crecer”, prometió entonces Justino Compeán. Mentira. Fueron arrojados al orfanatorio inhóspito del futbol mexicano. Los héroes fueron condenados al destierro, al exilio.
¿No fue famosa la frase de Ricardo Ferretti cuando se integró Jonathan Espiricueta a sus Tigres? “¡No va a jugar ni madres!”, dijo el Tuca en conferencia de prensa. No fue voz de profeta, fue una amenaza, una sentencia.
Al tiempo, Jesús Ramírez y El Potro Gutiérrez quisieron involucrarse con los jugadores. Quisieron tenderles la mano. Ayudarlos a subir peldaños, con la pausa necesaria y con la firmeza debida.
Familiares, promotores o clubes, se lanzaron como buitres sobre esa mina de oro imberbe, azorada, inexperta, que había en cada jugador. Rapiña pura.
Increíblemente, Ramírez y Gutiérrez fueron vistos en algunos casos como estorbos y fueron marginados, cuando en verdad eran ellos quienes mejor conocían y entendían al futbolista y al ser humano detrás de cada uno de esos mocosos besados ladinamente por la gloria.
¿Habrá aprendido el futbol mexicano? ¿Podrá esta generación Sub 17 ser amparada, protegida, cobijada? ¿O nuevamente, para cada uno de ellos hay un Herodes, dispuesto a asesinarle su infancia futbolística?
E insisto: no se trata de tratarlos de manera especial por ser o no campeones, sino única y exclusivamente porque aunque eventualmente fracasaran en su objetivo, llegaron a la Final entre muchos otros que ni siquiera se asomaron a ese balcón del Everest de su hazaña.