El PSG entendió mejor el primer tiempo. Su presión fue más eficaz y su plan más clarividente: recuperó la pelota con celeridad, muchas veces en campo contrario, y con la misma velocidad lanzó sus ataques, enfocados al perfil izquierdo de su ofensiva, a Mbappé, que durante un rato desbordó todo lo que quiso a la espalda de Kimmich.
Mbappé es un avión con el balón. Nadie puede medirse en rapidez con su zancada. Ni con esa conducción imponente.
Pero le falta aún mucha más contundencia en el remate, al menos este domingo. En asociación con Neymar o Di María es un ataque que pone en jaque a cualquiera, como hicieron unas cuantas veces al bloque alemán, pero sin la precisión que exigen los últimos metros. Ni el brasileño ni el francés ni el argentino, que también tuvo la suya, aunque la malgastó por altura.