Cada vez que Hungría sacudía la red, sacudía también el corazón de los salvadoreños, el alma cuscatleca, hendía su orgullo hasta aplastarlo. Y fueron dos, tres, seis, hasta a llegar a diez… Hungría 10, El Salvador 1. ¡Recibir diez goles nada menos que en el debut del Mundial, al que se llegó con tanta ilusión…! Terrible. Es la mayor goleada de la historia de los Mundiales. Y el único resultado de dos dígitos. Tan cruel que ni dio para sonreír al ganador. Cuando pasan estas cosas, hasta el vencedor queda apesadumbrado, con remordimiento de conciencia. La historia se escribe con los que ganan, reza el criterio general. Este fue un caso al revés. Perder 10-1 el día del estreno es una catástrofe. Sobre todo, para un equipo que venía precedido de una Eliminatoria impecable. ¿Qué pasó…? Aún hoy, 36 años después, se siguen repartiendo culpas.
La Selecta llaman orgullosamente en El Salvador a su selección de fútbol. No es para menos: siendo uno de los países más pequeños del planeta (el número 152) clasificó dos veces a la Copa del Mundo. Y en 1982, con una satisfacción adicional: eliminando a México, el poderoso de la región, el gallo al que todos los centroamericanos quieren descrestar. Lo venció 1-0 en la Eliminatoria. Y era un México con Hugo Sánchez, que por entonces descollaba en el Atlético de Madrid. Rodeado por Leonardo Cuéllar, Manuel Manzo, Mario Trejo, Tomás Boy… Nombres grandes del fútbol azteca. En las dos etapas de la dura Eliminatoria de Concacaf, El Salvador había sufrido apenas seis goles en trece partidos. Y conste que la última ronda se disputó íntegra en Honduras.
Fue la mejor generación surgida en El Salvador. Y el moño era Jorge González, El Mágico, uno de los futbolistas más extraordinarios de todos los tiempos. Un Messi. Solo su vida de excesos e indisciplinas le impidieron ser una estrella mundial. Justamente de una fantástica jugada suya provino el gol con que derrotaron a México y clasificaron a España 1982. Tan fenomenal era El Mágico que Juan José Panno, periodista de El Gráfico enviado a Elche a cubrir el partido, lo dio como la figura del encuentro pese al 1-10. Lo calificó con 8 puntos, igual que a Tibor Nyilasi. Y este cronista quedó deslumbrado al descubrirlo la tarde del Argentina 2, El Salvador 0. Sí, había ganado el equipo de Menotti, y había alineado a Maradona, Kempes, Bertoni, Ardiles, Ramón Díaz, Tarantini, Fillol… pero El Mágico nos puso los ojos como monedas de a peso, llenos de asombro. ¿Cómo el mundo no sabía de ese puntero genial, que pesaría 50 kilos mojado, y que había enloquecido a todo el cuadro albiceleste…?
Por todo, había expectativas fundadas de una buena actuación, aunque le tocó un grupo muy fuerte: Argentina, campeón vigente; Bélgica, subcampeón europeo en ese momento, y Hungría, de larga tradición mundialista.
Una tregua no declarada marcó un alto en la guerra civil salvadoreña, la más cruenta y prolongada de América Latina, que de 1980 a 1992 dejó casi 100.000 víctimas entre muertos y desaparecidos. Militares y guerrilleros se adhirieron y el país se paralizó para ver el partido de la “Sele”, que en medio del conflicto había dado a la población la alegría de clasificar. El indio cuscatleco había tumbado a los aztecas. Todo era orgullo, ilusión. Sin embargo, ese 15 de junio, después del 10-1, el mote de La Selecta sonaba a burla, a meme, aunque entonces no se sabía de los memes. Ya a los 3 minutos, Nyilasi había inaugurado el marcador. Y a los 23m estaban 3-0 abajo. La hecatombe llegaría en el segundo tiempo; en 25 minutos, de los 50m a los 75m, Hungría anotó seis más. Y el mismo Nyilasi alcanzaría la decena cuando aún restaban 7 minutos y el descuento.
Al arquero Guevara Mora (de 17 años) le avisaron en el minuto 51 que lo iban a reemplazar, pero el técnico al final no lo hizo: “Vamos a quemar a los dos arqueros en el primer partido”, le confió a su asistente técnico. En medio del bombardeo, Pelé Zapata convirtió el del honor cuscatleco. Que no era poco premio: a decir de algunos integrantes del equipo, un gol era uno de los objetivos, pues en México 1970, la anterior participación, El Salvador había perdido los tres partidos a cero, con Bélgica, México y la Unión Soviética.
Los jugadores, como es habitual, no se hicieron cargo de los diez goles, le apuntaron a la dirigencia, que no juega cuando ganan, pero tampoco cuando pierden. No obstante, hubo errores graves de logística. Se sobrepasó la ley de Murphy. La planificación del viaje fue desastrosa. De San Salvador fueron a Guatemala, donde pernoctaron. Luego, por Iberia, hicieron escala en San José y Santo Domingo previo a llegar a Madrid, de donde abordaron otro vuelo hacia Alicante, destino final. “Estuvimos en el aire dos días completos y llegamos a Alicante liquidados y con el desfase del reloj biológico de nueve horas adelante que tenía Europa. La noche previa al debut no podíamos pegar los ojos y al mediodía siguiente nos estábamos cayendo del sueño”, le confió el arquero Ricardo Guevara Mora al periodista Claudio Martínez, quien hizo una profunda investigación del tema.
Encima de semejante desplazamiento, El Salvador fue la última selección en llegar al Mundial, apenas tres días antes del debut. Una locura. Jaime Chelona Rodríguez, gran zaguero, coincidió con Guevara Mora: “Faltó organización y eso se pagó caro. Honduras, por ejemplo, se fue con un mes de anticipación”. Y Hungría llevaba veinte días en España. Además, El Salvador fue el único que inscribió solo 20 jugadores en lugar de los 22 reglamentarios. Dejaron afuera a Gilberto Quinteros y Miguel González. “No era necesario completar la lista, ya que era suficiente con 20”, comentaron los miembros de la Federación. Sus dos lugares fueron tomados por directivos. A última hora, el resto del plantel reunió un dinero para los pasajes y viajaron, pero no los inscribieron.
También hubo desunión en el grupo. La empresa Puma contrató a ocho titulares para que usara sus botines y les pagó $ 500 por partido. Adidas proporcionaba la ropa, pero no pagaba individualmente y, por despecho, los otros se pegaron una cinta adhesiva en el logo de la marca para ocultarla, pero con la transpiración se les despegó. Varios no volvieron a El Salvador tras la penosa participación; Jaime Rodríguez, Norberto Huezo, Jorge González, Ricardo Mora y Joaquín Ventura permanecieron en España. “Me quedé de vacaciones porque me sobraron $ 1.500 por el patrocinio de Puma y conocí varios lugares”, confesó Ventura. Al Mágico lo contrató el Cádiz, a Huezo el Palencia.
Guy This, técnico de Bélgica, declaró tras el 10-1 que El Salvador era “la vergüenza de la FIFA”. Pero al día siguiente se enfrentaron y su equipo apenas pudo vencerlo 1-0 y con un disparo de lejos. This se retractó: “Lo que dije, lo dije, retiro mis palabras y pido disculpas”. Ahí ya se pareció más a El Salvador de la Eliminatoria. Y cerró la serie cayendo 2-0 con Argentina, que no jugó mejor, apenas ganó por mayor peso específico.
Antes del fatídico estreno, jugadores y cuerpo técnico evaluaron el grupo y convinieron que el partido más accesible era el de Hungría, los otros parecían mucho más fuertes. “Por eso decidimos salir a ganar ante Hungría”, reconoce Alfaro. “Y esa fue nuestra debacle, porque no tomamos las precauciones necesarias”.
“El vestuario era una tumba”, dice José Luis Rugamas, volante de armado. “Pero nadie se reprochó nada, hubo silencio absoluto”, cuenta el arquero Guevara Mora, quien siguió tapando en los otros partidos. El técnico Mauricio Rodríguez no dirigió más, se dedicó a su profesión de ingeniero. A 36 años del golpe atroz, todos los protagonistas prefieren olvidar. Tal vez no vuelva a pasar nunca. El fútbol cambió para siempre. (O)