Con el Real Madrid ocurre algo parecido a la fábula de Pedrito y el lobo. Son tantas las veces que parece que les han dado una mano en el pasado que, cuando finalmente no ocurre, igual se sospecha de la legitimidad de su gesta. Para muestra un botón: el partido contra la Juventus en el Bernabéu .Ya se ha gastado suficiente tinta en reflexiones hamletianas sobre si hubo o no penal postrero y no es la intención de esta nota abundar al respecto. Basta con compartir la decisión del juez de señalar como falta la temeraria pierna de Benatia en el pecho de Lucas Vázquez. Este punto de vista, por supuesto, ha encontrado respuestas inmediatas en las redes sociales: algunas analíticas y caviladas y otras, en cambio, hepáticas y furibundas.
Todos tienen algo que decir al respecto. Este mundo tecnológico y globalizado permite que expongamos nuestras riquezas y miserias emocionales ante un escenario virtual que nos atiende mucho menos de lo que creemos.‘Pasión’ viene del latín ‘patior’, que significa ‘sufrir’ y a juzgar por la conducta online de los cibernautas, el fútbol se juega más allá de los estadios y termina siendo, en última instancia, un desahogo en tiempos de modernidad. Catarsis la denominan los psicoanalistas. ¿Pero qué tiene este Real Madrid que obliga a que todos tengamos una posición sobre el penal que convirtió Cristiano?
¿Hubiese sido la discusión la misma si el Bayern o el Liverpool accedían a semifinales de forma similar? Lo dudamos seriamente. Da la impresión de que es el abolengo, la fortuna y el éxito del equipo de la monarquía española lo que genera simpatías e inquinas en todo el planeta. No hay grises con el cuadro de Chamartín; idolatría y odio para los ‘galácticos’ en proporciones más o menos equitativas.
Parte de la bronca de los aficionados contra el Real es entendible: en años recientes y en no pocas ocasiones han existido arbitrajes dudosos y sorteos benévolos en la ruta del Madrid hacia la conquista de Europa. El caso más tristemente célebre es la eliminación del Bayern en abril del 2017 a manos de los albos de Zidane que contaron, ese día, con la sospechosa anuencia del réferi para dejar fuera a los escarlatas. Viktor Kassai, juez del encuentro, convalidó dos goles ilícitos del Real y echó a Vidal sin merecerlo. Un dato alarmante es que ni aquella vez, ni esta del miércoles último, se utilizó la tecnología como auxilio.
Este año, sin embargo, el Madrid no ha tenido suerte en los sorteos (PSG y Juve) y ciertamente no se ha beneficiado del trabajo arbitral. Lo paradójico de la situación es que la mitad de los aficionados al fútbol siente que sí, y trasladan esas emociones a sus pensamientos y sus acciones. “Así, así, así, así gana el Madrid” entonan con sarcasmo inquisidor.
Otro aspecto que se debe considerar es la polarización entre los hinchas por erigir un solo monarca en el reino del balompié. Esta absurda dicotomía que no nos permite disfrutar a Cristiano y a Messi al mismo tiempo. Nos obligamos a jerarquizarlos y a compararlos en lugar de rendirles pleitesía a ambos. En esa humana pero incomprensible división radica parte de la animadversión que se le profesa al Real. Los madridistas universales que se solazaron con el naufragio del Barza y de Messi en Roma ahora reciben en justa reciprocidad las suspicacias sobre el acceso de su equipo a la semifinal. No se trata del deporte blanco ni son los civilizados Federer y Nadal, frente a frente, los protagonistas. La rivalidad, en este caso, excede los confines deportivos. Y tiene que ver con una historia de identidades y desencuentros históricos. Esa creo es la mejor manera de explicar que se ponga en tela de juicio una falta que de haberse cometido en otro lugar del campo no hubiese generado el menor comentario.