Eran jóvenes, hábiles, de juego irreverente. Los bautizaron como Los Carasucias. Fue en el Sudamericano de Lima de 1957. Debutaron goleando a 8 a 2 a Colombia; luego hilvanaron otras cuatro actuaciones de ensueño: 3-0 a Ecuador, 4-0 a Uruguay, 6-2 a Chile, 3-0 a un Brasil que al año siguiente sería rotundo campeón mundial en Suecia. Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz, la delantera que quedó grabada en la memoria colectiva. Entre los cinco (más Sanfilippo, que alternaba con ellos) marcaron 24 goles en 6 partidos y fueron campeones, unos de los más brillantes que recuerde la historia de la Copa América. Nueve goles hizo Maschio, 8 Angelillo, 3 Sívori. Apenas concluido el torneo, los clubes italianos se arrebataron a los tres más jóvenes: Maschio pasó al Bologna, Angelillo al Inter, Sívori a la Juventus. En la península deslumbraron. Allá también quedaron eternizados como “Gli angeli della faccia sporca” (los ángeles de cara sucia). En el 58-59 Angelillo marcó un récord que se mantendría por décadas: 33 goles en campeonatos de 18 equipos. En el ’61, Sívori ganaría el Balón de Oro de Europa. Los tres dejaron para siempre la Albiceleste y pasaron a defender la Azzurra.
Tras ellos, cientos de futbolistas argentinos emigraron, codiciados por su clase, su garra y, sobre todo, su vocación goleadora. Un recuerdo aún nos pone la piel de gallina: un ejemplar de la revista Calcio Ilustrato; estaban en portada Enrique Omar Sívori con la casaca de Juventus y Antonio Angelillo con la del Inter, posando antes de un clásico. Dos talentos. El pie de foto decía: “Artistas y futbolistas, el juego de los argentinos enloquece a las multitudes”.
En aquella época de superabundancia de cracks, Argentina no los tuvo en cuenta para el Mundial de 1958. Tampoco para el de Chile ’62. Italia aprovechó la calidad de oriundi (descendientes de italianos) de los tres y los alistó: Angelillo y Sívori disputaron la eliminatoria europea del ’62; luego, Maschio y Sívori fueron convocados para el Mundial chileno.
El último día de reyes, la Italia futbolera despidió con respeto y admiración a Antonio Valentín Angelillo, crack en el sentido completo de la palabra. Era un fuoriclasse: hábil, elegante, cerebral. Murió a los 80 años en un hospital de Siena. La Gazzetta dello Sport lo homenajeó en su sitio de Internet subiendo un puñado de sus goles bajo el título “Addio Angelillo, ecco alcuni dei toui gol piu belli” (Adiós Angelillo, aquí están algunos de tus goles más bellos). Como fondo, los acordes tangueros de “Adios nonino”, la melancólica y adorable pieza musical de Astor Piazzolla. El Inter de Milán fue muy cálido en su despedida: “Todo el FC Internazionale expresa sus condolencias por la partida de El Ángel de Cara Sucia".
Angelillo fue una de sus más grandes estrellas e integra el Salón de la Fama junto a Giusseppe Meazza, Luisito Suárez, Sandro Mazzola, Giacinto Facchetti, Karl-Heinz Rummenigge, Matthaus, Ronaldo, Zanetti… Marcó 77 goles en cuatro temporadas, aunque no pudo ser campeón con la maglietta negriazul. Antes de comenzar la saga gloriosa del equipo tricampeón del Calcio, bicampeón de Europa y del mundo, se tuvo que ir. Su sonado romance con la cantante italiana Ilya López le generó una pelea con el técnico Helenio Herrera, también argentino. Angelo Moratti, el presidente de los años de oro interistas, se puso del lado del implacable HH y Antonio pasó a la Roma, con todo el dolor de los hinchas, que adoraban su juego portentoso, técnico, y su figura de actor de Hollywood. Era Cary Grant con la casaca número 9. Y fuera del campo semejaba un modelo de Dolce y Gabanna.
Porteñazo del barrio de Parque Patricios (nació frente a la cancha de Huracán), charlista delicioso, Antonio vivió un exilio forzado e insólito durante más de dos décadas. Tenía 19 años y había sido sorteado para hacer el servicio militar obligatorio justo cuando le salió el millonario pase al Inter. “Me voy igual, después lo arreglo”, pensó. No fue así. El gobierno militar de entonces fue inflexible: se lo declaró desertor y durante más de dos décadas no pudo volver a su amado Buenos Aires so pena de enfrentar una severa pena de cárcel o bien cumplir un año como conscripto, lo que abortaba su carrera; incluso su contrato se lo impedía. Lo mismo le sucedió al cantante, compositor y poeta Alberto Cortez, quien quedó a mano con la milicia a los 30 años; incluso actuó en televisión con el uniforme de soldado.
La madre de Antonio viajaba y pasaba meses en su casa de Milán para hacerle compañía. En vacaciones, él volaba a Uruguay y hasta allí iban sus padres para verlo. La nota triste fue cuando su padre enfermó y murió y él no pudo entrar al país para despedirlo. “Lo alcanzó a ver antes, ya que al papá lo llevaron a Montevideo para que Antonio pudiera verlo por última vez”, contó Alberto Rendo, aquel volante de Huracán y San Lorenzo, también del barrio de Patricios. Hacia 1980, por fin, derogaron la ley que le impedía volver y regresó. Cuando Massimo Moratti (hijo de Angelo) recompró las acciones del club, lo nombró embajador del club, observador de talentos, un cargo más honorífico que otra cosa. Vivía en Arezzo y cobraba un sueldazo sin tener mucho que hacer. Pero en esa calidad llegó a Buenos Aires y recomendó a Sebastián Rambert y Javier Zanetti para el club nerazzurro. Allí lo conocimos. Siempre impecable, de traje y corbata, combinaba la picardía porteña con la elegancia italiana.
“Angelillo era un ídolo tremendo en el Inter, un crack elegante y goleador”, nos contaba Humberto Maschio, su gran amigo en Italia (surgieron juntos de Racing). A los dos los descubrió “el Gordo” Aníbal Díaz, una especie de representante de aquella época que recorría en auto los barrios y, donde veía un partido de potrero, se bajaba y miraba si había algún talento. “Yo no estaba jugando a la pelota, me descubrió remontando un barrilete. Me vio las piernas y dijo: ¿querés jugar al fútbol…? Me llevó a Arsenal de Llavallol y de allí a Racing. Tenía mucho ojo”, nos contó el propio Angelillo.
Maschio, quien luego fue campeón de la Libertadores con Racing como jugador y con Independiente como técnico (increíble), contó la anécdota: “El presidente y dueño del Inter era Angelo Moratti, magnate del petróleo. Su hijo Massimo, que después lo sucedería en el cargo, era un muchachito, estudiaba en Roma y era fanático de Angelillo. Antes de un partido contra la Roma le pidió que hiciera un gol para darles rabia a sus compañeros romanistas. ‘Tú sabes cómo son estos de la Roma, hablan, hablan, cacarean, desafían… Si lo haces, te regalo mi auto’, le dijo. Antonio no le dio mayor importancia, pero convirtió dos y el Inter ganó 3 a 1. Moratti cumplió: fue a verlo y le regaló su auto”.
Sívori y Angelillo ya partieron, Maschio sigue en pie, es el último mohicano de aquellos Carasucias.