Cuentos de fútbol se llama un libro que reposa en mi biblioteca, publicado en 1995 por Jorge Valdano, campeón del mundo con Argentina en 1986, diestro y hábil con el balón, pero mucho más con la palabra. El título lo prestó a otro grande de las letras, Mario Benedetti.
Sueños de fútbol tenemos todos los que alguna vez tuvimos un balón en las manos, y casi siempre en los pies, y en las canchas polvosas de La Atarazana dejábamos el último aliento en tardes de vacaciones, descosiendo la pelota a fuerza de regates que nos hacían pensar que estábamos hechos con pasta de crack, aunque luego la realidad nos despertara: éramos buenos en el barrio, nunca más allá. Mañana es Navidad. Y el carrete de la memoria retrocede a la infancia, cuando esperábamos la llegada del viejo pascuero para ver si se hacía realidad nuestro pedido urgente: una pelota de fútbol.
Hoy el balón de cuero y bleris es un fantasma de otro siglo. Lo mataron las pistolas, los juegos electrónicos y los teléfonos inteligentes. Pero las canas de hoy no borran nuestra capacidad de soñar, un ejercicio que hago a menudo con Manuel Floril, un experto en viejas historias de un deporte que él practicó en el Novel, un equipito de las Ligas de Novatos, en el que se juntó con Eduardo Niche Salcedo y Raúl Montero. Manuel se fue después con Raúl a Aduana, donde ambos jugaron de volantes.
Floril fue un lector incurable de El Gráfico, aquella estupenda revista argentina que llegaba cada semana a Guayaquil y que hoy aparece cada mes, ya sin los cronistas que inauguraron la brillante literatura del balompié: Ricardo Lorenzo (Borocotó), Félix Daniel Frascara, Dante Panzeri, Emilio Laferranderie (El Veco), Julio César Pasquato (Juvenal) y muchos otros maestros de la pluma. Floril radicó en Nueva York hace más de 40 años, pero nunca dejó de comprar El Gráfico, una afición que he compartido con él, pues mi padre me enviaba a comprarla cuando aún yo no iba al estadio, pero ya era un experto en los grandes equipos y los grandes futbolistas de esa época.
Floril y yo decidimos forjar un sueño: hacer una selección de los grandes futbolistas extranjeros que vimos. Mi amigo se quedó en el estadio Modelo por su viaje al extranjero. Yo he seguido hasta hoy, pero he confesado siempre que he perdido mucho del encanto que para mí tuvo el ir cada domingo o miércoles a ver los partidos. Lo que sí pervive es mi gusto por el fútbol bien jugado, por la estética encarnada y resucitada por el Barcelona español, por el juego limpio y noble que no desecha la firmeza y el coraje. Manuel me ha entregado su selección de extranjeros que él vio en los bellos tiempos del Capwell y el Modelo. Y empieza por el que considera el mejor arquero de todos los tiempos: Helio Carreiro da Silva, Helinho, el inolvidable Pez Volador.
Contemporáneamente llegó Ramón Mageregger, paraguayo que había jugado el Mundial 1958. El duelo entre ellos llenaba el Modelo, algo que no volverá a ocurrir jamás. Mauro Velásquez lo describió así al brasileño: “Plástico, seguro y elegante, pese a su baja estatura. Marcó toda una época en nuestro fútbol. Capaz de las salvadas más inverosímiles”. Sobre Helinho dije esto a Diario EL UNIVERSO en una entrevista: “Era un verdadero fenómeno. Tenía una agilidad asombrosa y circense, pero era muy serio en el arco. Eran sorprendentes sus salidas y seguridad de manos. Indudablemente es el mejor arquero de Barcelona en todas las épocas, el mejor que he visto. Ni siquiera los arqueros que luego vi en las selecciones de Brasil superaban la calidad de Helinho”.
En la zaga la preferencia de Manuel selecciona a Francisco Colorado Croas, que vino a Emelec en 1952 e hizo una gran campaña que continuó en Universitario de Deportes, de Perú, que lo convirtió en ídolo. Como zaguero centro elige a Eduardo Tano Spandre, extraordinario futbolista que llegó de Tigre y River Plate para jugar en el formidable Río Guayas y más tarde en Emelec y Valdez. El otro lateral elegido es Rodolfo Bores, quien vino de 21 años al Patria en 1951, procedente de Lanús. Fue famoso por su técnica y sus plásticas chilenas. Volvió en 1953 al Huracán de su país y en 1955 estuvo en la preselección gaucha para el Sudamericano de Chile. En 1956 pasó a Tigre y con ese equipo visitó Guayaquil para dos amistosos con Barcelona.
Los volantes que tienen la preferencia de Floril son Jorge Caruso y Pepe Paes. El primero, argentino, vino a Río Guayas procedente del Platense. Elegante, eficaz en los pases, un centro medio inolvidable. Se fue a Deportes Tolima, de Colombia, regresó a Emelec y terminó su carrera en Huracán, de Buenos Aires (autor del primer gol eléctrico en la historia del campeonato ecuatoriano, en 1957). El brasileño Paes era seleccionado juvenil de su país cuando lo trajo Barcelona. A mi juicio es uno de los mejores –si no el mejor– de los extranjeros de todas las épocas. Tenía tanta clase que siendo volante le pidieron un día que jugara de zaguero central y fue un crack. Después lo alinearon de centrodelantero y se cansó de hacer goles. Un jugador completo que entregaba todo en la cancha, no se tiraba al piso, no fingía lesiones, peor escupía a sus adversarios.
La delantera escogida tiene cinco atacantes, como era en el principio, como no es ahora ni será siempre, pero como deseamos sea por los siglos de los siglos. Allí está Orlando Larraz, quien vino a Guayaquil en 1951 y en 1953 se fue al Atlético Bucaramanga colombiano, y más tarde al Independiente de Medellín, donde hizo el ala derecha con el legendario José Manuel Charro Moreno. En 1960 jugó en Millonarios hasta 1963, en que se retiró para dar paso a Pedro Camberra Gando. El interior derecho es Jorge Otoya, el gran futbolista peruano que llegó en 1951 para Reed Club y pasó en 1952 a Unión Deportiva Valdez, donde estuvo hasta 1958. Regresó a su país y poco después falleció. Como piloto de ataque Floril coloca a Juan Deleva, argentino, que fue en 1947 fue uno de los goleadores del torneo de su país y tapa de El Gráfico. En Guayaquil jugó en Río Guayas y Valdez para después ir a Venezuela, donde se perdió su rastro. Yo prefiero –y no lo cambio por nadie– a Carlitos Raffo, la más grande y exitosa contratación de Emelec en toda su historia. Como interior izquierdo mi amigo ha elegido al argentino Mariano Larraz, el incomparable maestro como conductor de los planteles eléctricos, y como alero zurdo al brasileño Walter Méndes do Carvalho, Tiriza, o el Diablo, a quien vimos hacer con el balón jugadas que ese 1962 nos mostró Garrincha.
Fue un espectáculo por su dribling endemoniado y su furibundo tiro de zurda. Por los tiempos que corren no volveremos a ver nada igual. (O)