Manchester City y Leipzig igualan 1-1 en la noche alemana. Los equipos no han encontrado una ruta para ganar, sin embargo, la Champions nos presenta la historia de dos hombres que viven a la sombra de sus compañeros cracks. Instalamos Star+ para ver a Haaladn y aplaudimos a Mahrez. Prendimos la TV para seguir a Timo Werner y la foto viral es el salto de Gvardiol.
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Riyad Mahrez. 32 años. Tobilleras como potrillo. Juega a la usanza de los viejos wines, que recorrían la banda como una autopista y sabían que, pese a su importancia dentro del equipo, estaban allí para hacer goleador a su 9. Ese servicio público se premiaba con un gesto unánime de la tribuna: la tomaba el puntero y todos se ponían de pie. La boca abierta. Por eso, cuando hacen un gol, se viene una avalancha. Por eso, cuando hacen 20 en una competencia del tamaño de la Champions League, con una pesada camiseta como la del Manchester City, y cuando gracias a esa cifra alcanza el top 5 histórico de los goleadores africanos en el torneo -Drogba y Salah son los número 1, con 44-, la ovación baja como catarata. Por eso lo aplaudieron como lo aplaudieron en el 1-0.
Al otro lado Josko Gvardiol. Todavía hoy, casi tres meses después del mundial, se le llama “la relevación europea de Qatar”. Tiene 21 años, juega de back en Leipzig y su futuro no solo se cuenta por la edad, también en los ceros en el banco: el mismo Manchester City al que ayer le marcó un gol de cabeza -un frentazo que parecía patada- ofreció unas semanas atrás algo así como 125 millones de euros por él. Ni Baresi costó tanto, otros tiempos. Va a jugar en la Premier, tal cual es su deseo pero posiblemente al Chelsea, según información de The Times de ese país. Por ahora es noticia: con su testazo, empató la llave de ida 1-1 entre Leipzig y Manchester City y dejó todo abierto para el choque de vuelta del 14 de marzo, allá donde los ciudadanos se sienten dueños del mundo.
En partidos que terminan así, tan repartidos que parece decididos por un juez, los hombres superan el brillo de los colectivos. Hasta los 27, cuando anotó el capitán de Argelia Mahrez, City respondía a lo que predica Guardiola: ocupar espacios a todo lo ancho, jugar 40 metros arriba del arco propio y atender las necesidades de ese faro de la marina que es Erling Haaland. Los futbolistas así, perfectos como si fueran hechos en computador, necesitan alimento, pase, pelota. No tuvo una sola y así se fue el primer tiempo.
En el segundo, Leipzig adelantó un poco las líneas, lo suficiente para hacer sudar a la defensa rival. A los 70, aerolíneas Gvardiol aterrizó en el cuerpo de un defensor del City y marcó el 1-1 que no iba a cambiar hasta los 92, cuando el juez pitó el final.
Si era tan cerrado el juego, y si parecía que la llave solo la tenía un hombre por equipo, salta la pregunta de por qué no jugó un solo minuto el delantero más letal del último campeón del mundo. Porque bostezaba en el banco del City Julián Álvarez.