Y con el espíritu competitivo intacto, se fueron a descansar a los 62 minutos y desde allí, disfrutar después de tanto tiempo en el camino.
Para ponernos a llorar por su adiós, todavía resta un tiempo.
EL PARTIDO
Logrado ya todo el pasado 18 de diciembre, cada paso de Lionel Messi post Copa del Mundo será ejercicio/problema para las antologías. El primer gol de la noche en Arabia, por ejemplo, apenas a los dos minutos: una suave pincelada con el pie izquierdos, ante la salida atónita del portero Al-Owais. La bendición de tener una mirada periférica: los zurdos pueden ver a los laterales, al 6, al 9, pero también al que vende gaseosas y más allá, al señor que limpia su azotea. Hace 37 años lo hizo Maradona en el mundial de México, un ángulo imposible que solo encontró Diego y que nunca reparó el arquero italiano Giovanni Galli. Cómo iba a entrar un camello por el ojo de la cerradura, por favor. Podía. Es solo magia, con M de Maradona antes, con M de Messi hoy.
También tuvo épica la noche de Cristiano. Primero, su eficacia: convirtió un pómulo hinchado tras el puñetazo de Keylor Navas en el empate transitorio. Problema para su cirujano. Y luego, su vigencia, en una posición incómoda, de cara al perfil que menos maneja, fusiló al arquero del PSG en el 2-2. Es un partido de exhibición, sí. Un montaje para que los cuatro delanteros más temibles de los últimos diez años desfilen, también. Pero en esa aparente inocencia apareció su seriedad. En rigor, Cristiano Ronaldo es el futbolista espejo más profesional del mundo. Si no se supiera tanto de su biografía, creería que no tiene venas sino circuitos. A quince días de cumplir 38 años, con cinco Balones de Oro, cuatro Botas de Oro y máximo goleador de la historia del Real Madrid, sin una gota de grasa, CR7 enfrenta cada partido como si algo tuviera que demostrar. Quizá el único check personal no lo supere pero lo encara: en 37 veces que se enfrentaron, 17 fueron para La Pulga, 9 empates y 11 triunfos para él. El duelo que tenía hoy era ser mejor que el mejor, Messi.
Y esta noche, fría estadística, lo fue.
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Desde los 62 minutos, y luego del ingreso del peruano André Carrillo, peruanizamos el partido. Habría que remontarse hasta 1977 y bucear en YouTube sobre el último día en que un futbolista nacional compartió cancha con el mejor del mundo: Ramón Mifflin. A Cosmos de Estados Unidos lo llevó Pelé, como antes a Santos, encantado por su juego de pases largos y, cuando se permitía, sutileza. Mifflin usó la 15 y Pelé, como si estuviera tatuada en la espalda, siempre la 10. En 1977 fueron campeones de la liga de la NASL (hoy MLS), con un plantel que se adelantó a los Galácticos del Real Madrid. Un club cosmopolita. El líbero era el alemán Franz Beckenbauer; el marcador derecho, el brasileño Carlos Alberto; el rebelde sin causa un italiano que respondía al nombre de Giorgio Chinaglia. El 7 de octubre de ese año, en la cancha de los Giants de Nueva York, Cosmos y Santos disputaron un amistoso que marcó la despedida oficial de uno de los futbolistas más grandes de todos los tiempos. Un video que tiene el color del Come Together de los Beatles, en la azotea de Apple Corps, en el centro de Londres. La última vez y para siempre.
Mucho después, en 1997, Maradona recibió a Nolberto Solano en Boca Juniors, un Boca donde Bambino Veira dirigía pero Pelusa decidía todo. De aquella etapa quedan tres momentos: 1) El pisotón del hondureño Bennet, en su debut en la Bombonera. 2) Los 5 goles en 32 partidos antes de irse a la Premier. 3) Aquella foto juntos, cuando Solano no era Nobby ni Maestrito y más bien, Niño Rata, que fue el deseado póster de mi generación: un peruano al lado de una estrella de otro planeta.
Por eso mismo, enterados que el dinero podía comprar este tipo de felicidad, las esperanzas nacionales dejaron de estar dirigidas al futuro de Paolo Guerrero, ídolo transversal de la patria. Lo que en realidad queríamos, una vez confirmado el duelo entre Paris Saint Germain de Messi, Mbappé y Messi frente al combinado del Al Hilal y el Al Nassr de Cristiano Ronaldo, era que en la lista de convocados del Hilal aparezca el nombre del peruano André Carrillo. Aunque la transmisión haya escrito “Carillo”. Y sin importar que luego, cuando ingrese, tenga tres trepadas por la banda derecha y en una de ella, frente al arco, haya rematado la puntería de sus tiempos de sub 20.
No estoy seguro de si él lo sabe, pero ahora que Jefferson y Paolo están fuera de la selección, es él, Carrillo, la bandera de un fútbol peruano que hoy mismo es el único motivo para sentirse orgulloso. Para mostrar el DNI.
La foto que puso en Instagram será, sin duda, nuevo wallpapers de futboleros centenialls. Enorme mérito hay en ello.