En tiempos en que el fútbol en Sudamérica era cosa de rioplatenses y brasileños, un ecuatoriano llegó a Uruguay para revolucionar la historia del Peñarol y colocar en las redes pelotas imposibles que le dieron tres Libertadores y dos Intercontinentales.
Alberto Spencer (1937-2006), un tímido joven que llegó a tierras uruguayas desde un país sin gran cultura futbolística, se transformó a base de goles, rendimiento y garra en una leyenda del continente que hoy sigue en lo más alto. En una década en Peñarol logró lo que ni el mismísimo Pelé en el Santos: ser el máximo goleador de la Libertadores con 54 tantos. Su récord aún permanece vigente.
"Fue un goleador excepcional que además no solo se destacó por la cantidad de goles que hizo, sino fundamentalmente porque siempre estaba presente en los momentos más difíciles", explica a EFE el periodista e historiador del deporte uruguayo Alfredo Etchandy.
Sus tiros al pie de apoyo del arquero para terminar indiscutiblemente en la red, su potente cabezazo y sus 326 goles en Peñarol ayudaron a que la década del 60 fuera gloriosa para los aurinegros con ocho torneos locales, tres Libertadores (1960, 1961 y 1966), dos Intercontinentales (1961 y 1966) y una Supercopa.
Este viernes se cumplen los 60 años del primer título de Copa Libertadores de la historia, que ganó el Peñarol ante el Olimpia paraguayo. Por supuesto, en el primero de los dos encuentros hubo un gol de Spencer. Hoy, su leyenda se hace inmensa en los relatos de quienes le conocieron.
De Ancón a la gloria
Nacido en Ancón (Santa Elena), Spencer comenzó su andadura futbolística en el Club Andes, donde hoy una modesta exposición muestra a los visitantes el origen del hasta ahora aclamado mejor futbolista ecuatoriano de todos los tiempos.
Su actual presidente, Víctor Tumbaco, relata a EFE que pronto se quedó pequeña para las aspiraciones y potencial de Spencer. "Antes no había profesionalismo y por eso jugaba con equipos de Guayaquil", apunta.
Allí permaneció hasta los 16 años, cuando se trasladó al Everest de Guayaquil, uno de los más antiguos de Ecuador, donde marcó 101 goles, antes de ir a marcar época en Uruguay.
"Llegó en 1953, por recomendación de su hermano, el defensa central Marcos, para convertirse luego en el principal referente de todos los tiempos del club y del fútbol ecuatoriano", señala a EFE Antonio Chedraui, presidente vitalicio del club.
Los directivos del Peñarol conocieron aquel diamante en bruto y así comenzó su leyenda en el continente.
'Un compañero de lujo'
Olimpia fue el primero en sufrir su capacidad goleadora en la Libertadores (final de 1960). Santos, Palmeiras, Benfica, River Plate y hasta el Real Madrid fueron otras víctimas. A todos les marcó.
"Alberto fue un compañero de lujo, fue una persona sumamente humilde con todo lo que fue como jugador", describe a EFE el exfutbolista Pablo Forlán, quien fue compañero de equipo a mediados de los 60.
En esa década, el clásico sudamericano era Santos-Peñarol. Ambas escuadras cargadas de gloria y nombres imponentes se enfrentaban en las Libertadores y se sacaban chispas. Goles, batallas campales, sangre, insultos y un duelo deportivo que los tenía cabeza a cabeza.
En una charla Forlán le admitió a Pelé que nunca vio a nadie como él, con su técnica y su olfato goleador y que, sin duda, era el mejor de todos los tiempos.
"Pero él me dijo: 'Mira que cabeceando hubo uno mejor que yo. Alberto (Spencer) fue mejor, no precisaba hacer el doble ritmo para ir a buscar la pelota allá arriba'", recuerda.
'Su grandeza nos llegó por el cariño y admiración de la gente'
El amor de los hinchas, el respeto y el agradecimiento de miles en un país que lo adoptó desde 1959 hasta el fin de sus días podría haber hecho de Spencer una figura engreída. Sin embargo, para él la fama "era puro cuento" y nunca terminó de entender por qué lo amaban tanto si "solo" hacía goles.
En el museo de Peñarol, en Montevideo, donde se posan camisetas, trofeos, medallas y una gigantografía de Spencer, sus hijos Jacqueline y Alberto relatan a EFE que solo fueron conscientes del amor y el respeto de los hinchas cuando él falleció, a los 68 años, debido a un problema cardíaco.
"Vivimos en un mundo paralelo en el que para nosotros era nuestro papá, la persona que estaba sentada en un sillón mirando la tele y no tuvimos ese acercamiento a lo que después nos vino a través de la gente, que era el Spencer grande, máximo goleador de la Libertadores, que idolatran, que recuerdan por su humildad", cuenta su hija.
Ecuatoriano, sobre todo
En cada visita que hizo a Ecuador siempre iba a visitar a sus amigos, su antiguo barrio y la tumba de su papá, un hombre de Jamaica o Barbados -nunca se supo con exactitud- que llegó a Ancón para trabajar en una empresa británica en plena euforia petrolera a comienzos del siglo XX y se casó con una ecuatoriana.
Spencer siempre luchó por mantener en alto la camiseta y la bandera de Ecuador, que siempre quiso defender. Los ecuatorianos lo saben y, por ello, aunque obtuvo sus logros en Uruguay, la "cabeza mágica" (su apodo) de Spencer es idolatrada en el país, da nombre a un estadio (Modelo) e incluso tiene una estatua en el centro de Guayaquil.
Uruguay, que en aquel entonces era una potencia del fútbol, quiso convencer al goleador de unirse a la Celeste para ayudarla en los mundiales, pero él desistió.
"La decisión siempre estuvo clara y tomada por parte de él. Por más dinero que hubiera nunca se iba a nacionalizar uruguayo. Él sentía un cariño y un amor muy grande por su patria y no se lo iba a perdonar nunca", cuenta Alberto Jr.
En 1983 fue operado del corazón por primera vez y allí su país salió en su rescate. La Presidencia de Ecuador decidió nombrarlo secretario de la Embajada en Uruguay "para que tuviera una vida más acorde" a su estatus.
Así, el exfutbolista terminó siendo cónsul e incluso se convirtió en amigo del que fuera presidente de Uruguay Julio María Sanguinetti (1985-1990 y 1995-2000), reconocido fanático del Peñarol.
Un adiós con justicia
El 3 de noviembre de 2006 la leyenda ecuatoriana perdió su partido más importante. Aunque luchó en Estados Unidos, no pudo convertir un gol en esta final.
En Guayaquil y en Montevideo miles de personas lloraron su partida, despidieron a su héroe del gol y agradecieron cada noche en la que rompieron sus gargantas abrazados a triunfos épicos.
"Recuerdo imágenes de una mujer que se desmayaba cuando cargaban el féretro de mi padre", enfatiza Jaqueline.
Para Peñarol y Ecuador, Spencer fue mucho más que una década gloriosa de goles, hazañas y triunfos. Fue una leyenda que puso ambas banderas en lo más alto.
La última despedida en una cancha de fútbol fue de las más emotivas. Pocos días después de su muerte en un partido local se propuso un instante de silencio por Spencer. Los hinchas no aguantaron la emoción, se pusieron de pie, aplaudieron, ovacionaron su nombre y se unieron en una sola palabra: gracias. (D)