22/11/2024

Ricardo Vasconcellos Rosado: Luciano Macías y Ricardo Reyes Cassis, símbolos del ídolo

Domingo 08 de Marzo del 2020

Ricardo Vasconcellos Rosado: Luciano Macías y Ricardo Reyes Cassis, símbolos del ídolo

Hoy, Macías y Reyes Cassis han sido azotados por una cruel enfermedad. Ambos requieren del apoyo solidario de la gente del fútbol, especialmente de Barcelona.

Hoy, Macías y Reyes Cassis han sido azotados por una cruel enfermedad. Ambos requieren del apoyo solidario de la gente del fútbol, especialmente de Barcelona.

Nueva York -

Lealtad para con la camiseta que se viste, de la que se vive (ya que no es amor, por ser un renglón que tiende a desaparecer con el auge del gran dinero); responsabilidad profesional que significa poner lo mejor del talento en busca del triunfo, disciplina para actuar en la plenitud física y mental, respeto al público que paga por ver un espectáculo. Todos esos conceptos no significan nada para un sector cada vez mayoritario de los opinadores que no entienden de ética, juego limpio y deportividad porque jamás practicaron deporte alguno, ni siquiera en el barrio, cuna del honor deportivo.

No es textual porque no lo grabé, pero uno de estos ‘periodistas’ gritó en un programa radial que no hay que pedir amor por la camiseta ni obligaciones morales a los futbolistas nuestros, pues lo que prevalece en las canchas hoy es el dinero. Hablar del amor o la responsabilidad con la divisa –dijo– es una antigüedad a la que apelan los “románticos” porque no saben nada de tácticas. El director del programa, hombre de cultura, lo contradijo con severidad. Le explicó por qué Barcelona había llegado a ser un ídolo y la razón de la adhesión a una divisa por cada aficionado. Lo conminó a leer un libro acerca del tránsito de Barcelona de equipito barrial a fenómeno social. Es más, ofreció regalarle el libro.

Es difícil convencer de mezclarse en el mundo de las letras a quien teme o detesta la lectura. En el 2019 Óscar Ruggeri, exdefensa, devenido panelista, tildó de “lírico” y “vago” a César Luis Menotti, un excelente manejador del idioma y autor de libros de pedagogía futbolera de lectura imprescindible. Con una mezcla de sorna y conmiseración el Flaco Menotti contestó: “Que Ruggeri haga su vida. De vez en cuando es bueno agarrar un libro. Para ser cómico hay que prepararse”.

Casi lo mismo que el director del programa radial replicó al comentarista que creyó defender a los futbolistas de hoy hablando de la preponderancia del dinero sobre el Juego Limpio, mientras sostenía –sin darse cuenta– que hoy no había muchos profesionales responsables sino algunos mercenarios. Estamos seguros de que la pública reprimenda no servirá de nada. Me baso en una frase del fallecido poeta nicaragüense Ernesto Cardenal: “Es difícil explicarle a un ciego cómo es el color azul”.

No hay que celebrar, brindar y esparcir por el mundo el veneno del mercenarismo que ha invadido nuestro balompié. Hay que tratar de realzar la postura muy profesional de los millonarios futbolistas de los grandes equipos europeos. ¿Acaso Lionel Messi, Cristiano Ronaldo, Sergio Busquets, Luis Suárez, Mohamed Salah, Marc-André Ter Stegen y otros astros no ponen en cada fecha todo su fervor en procura de la victoria?

En Ecuador ese fervor es dosificado según las circunstancias. Un ejemplo: el Barcelona que salió a jugar con Independiente del Valle y lo zurraron, era muy distinto del que jugó la fase preliminar de la Copa Libertadores. ¿Cuál fue la razón? La apatía y la aceptación de la derrota no puede explicarse por la falta del uruguayo Jonatan Álvez que no es un crack ni el alma de un equipo. Y peor el tránsito desganado ‘del mejor 10 de la historia’, apodo con el que han bautizado dos periodistas a una mediocridad bien pagada, contra la opinión de cientos de miles de aficionados que han visto 50 o más años de fútbol.

¿Cómo nace la pasión de un seguidor del balompié por una camiseta? El gran escritor español Manuel Vásquez Montalbán, ya fallecido, dice en su libro Fútbol, una religión en busca de Dios, que “de los jugadores de excepción depende la adicción futbolística de cada uno de nosotros y de las masas. Nadie se ha hecho aficionado a consecuencia del prestigio de un entrenador o de un presidente de club”. Agregó que el fútbol es “indispensable para nuestro ecosistema emocional” y que “en algún momento de nuestra infancia percibimos el instante mágico en el que un artista del balón consigue ese prodigio inolvidable que relatarán los que lo presenciaron y finalmente entrará en la memoria convencional de las generaciones futuras”. Allí no está el dinero, está la pasión infantil que los propagandistas del mercenarismo no conocieron por razones personales.

Uno de esos jugadores que hizo hervir la sangre de pura emoción barcelonesa fue Luciano Macías Argenzio, un chiquitín que llegó de Ancón y jugó en el equipo barrial del Argentina, cuyo sostenedor era otro ídolo torero: Rigoberto Pan de Dulce Aguirre. No tengo a mano mi archivo, pero me parece tener anotado que jugó en un equipo de novatos llamado Once Pares de Botas. Su destino estaba marcado: el prócer Aguirre lo llevó a Barcelona donde jugó en juveniles hasta que el pase de Galo Solís a Emelec le abrió en 1953 las puertas de la titularidad. La defensa de Barcelona quedó formada por Luis Jurado, a quien apodaban Niño como marcador del puntero zurdo. Al centro jugaba Carlos Sánchez, que había traído el sobrenombre del Pibe desde que jugaba en Norteamérica. Marcando al alero derecho estaba ese jovencito que Pan de Dulce había llevado de la esquina de Argentina y Santa Elena. Para no desentonar empezaron a llamarlo el Pollo. Así se completó una de las defensas históricas del Ídolo: El Niño, el Pibe y el Pollo.

Arriba: Vicente Lecaro (i), Alfonso Quijano, Luciano Macías, Helinho, Rubén Ponce de León, Silvino Antonio Bustamante. Abajo: Mario Espinoza (i), Félix Lasso, Juan Carlos Borteiro, Walter Cárdenas, Clímaco Cañarte.

A su calidad y marca implacable, Macías le agregó algo que venía en su ADN futbolero: el coraje. Lo supimos desde que tocó el primer balón. Lo refrendó cuando nació el más grande duelo de nuestro fútbol: el del Pollo Macías y el Loco José Vicente Balseca. Los dos llenaron estadios como nunca volverá a verse en el balompíé criollo. Los técnicos mataron la posibilidad de esos combates a finish. Balseca, si es que lo dejaban jugar, habría tenido que matar cabriolas y regates en un fútbol que prohíbe la inspiración. Macías sería hoy carrilero.

Luciano fue capitán de Barcelona, la selección de Guayaquil y la del Ecuador. Formó líneas defensivas memorables: con Miguel Esteves, Ubaldo Herrera, Vicente Lecaro, Alfonso Quijano, Jair, Abdón Echanique, Miguel Bustamante. Fue marcador y cuarto zaguero. En los días difíciles de Barcelona, a finales de la década de los años 50, fue puntero izquierdo, volante, marcador y hasta arquero –cuando se enfundó el suéter de Pablo Ansaldo, lesionado, durante 20 minutos en Ambato en un partido con Macará–. Corría, marcaba, gritaba, empujaba a los que mostraban decaimiento. Tomaba el pendón de la rebeldía sin pausa alguna. Con Luciano, Barcelona fue más ídolo que nunca. Jugó 20 temporadas y dejó una huella muy profunda.

Ricardo Reyes Cassis llegó de Manabí y fue un crack desde el inicio. Delantero goleador, alternó con verdaderos cracks en la delantera del ídolo del Astillero. Formó delanteras formidables con Wacho Muñoz, el brasileño Helio Cruz, George, Moacyr Pinto, Clímaco Cañarte, Alejo Calderón y el Diablo Tiriza. Fue doble campeón en 1963 (de Asoguayas y de Ecuador) y en 1965 se apropió de su ficha El Nacional. Dejó en el elenco canario un gran recuerdo.

Arriba: Ruperto Reeves Patterson (i), Luciano Macías, Alfonso Quijano, Silvino Antonio Bustamante, Mario Zambrano, Helinho. Abajo: Glubis Ochipinti (i), Helio Cruz, Ricardo Reyes Cassis, Alejo Calderón, Tiriza.

Hoy, Luciano Macías y Ricardo Reyes Cassis han sido azotados por una cruel enfermedad. Ambos han sufrido la amputación de una de sus extremidades y requieren el apoyo solidario de la gente del fútbol, especialmente de Barcelona. Dos caballeros en la cancha y en la vida en sociedad; trabajadores incansables merecen no solo el abrazo y los ruegos porque Dios los proteja. Requieren que sus amigos, los que los aplaudieron, los que los disfrutaron desde las graderías, les digan: ¡Luciano, Ricardo, aquí estamos! (O)

A su calidad y marca implacable, Luciano Macías le agregó algo que venía en su ADN futbolero: el coraje. Barcelona fue más ídolo que nunca y dejó una huella muy profunda".

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