Cada cierto tiempo nos sorprende el anuncio de que un nuevo futbolista foráneo adquiere la nacionalidad ecuatoriana. Bien enterados estamos de que la Constitución otorga a los extranjeros radicados en el país el derecho a solicitar por un procedimiento administrativo contemplado en la Ley Orgánica de Movilidad Humana: la carta de naturalización. Pero la inquietud no es tanto por la cantidad de aspirantes, sino la celeridad que pueda tener el trámite, porque en esto de conseguir los resultados más rápidos que otros coincide siempre con el popular dicho que reza: “Quien tiene padrino se bautiza y quien no, se queda hereje”.
Pero al margen de los requisitos, términos y plazos que exige el procedimiento, muchos se preguntan por qué los futbolistas tienen esa ventaja de poder convencer a la autoridad gubernamental de su deseo de ser ecuatorianos. Mucho se ha discutido en los corrillos futboleros de nuestro país que la mayoría de los casos en que el deportista tiene que optar por esa vía de ser ecuatoriano es para no ocupar puesto de extranjero y así firmar contrato que lo vincule futbolísticamente al club.
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No es muy complicado descubrir si el futbolista realmente está interesado en adquirir otra nacionalidad porque posee sentimiento de pertenencia, de afecto al país o es por una conveniencia puramente mercantil. De esos casos hay muchos; terminado el contrato que los ligaba con el fútbol ecuatoriano lo primero que hacen es regresar a su país de nacimiento, para luego guardar en el cajón de la cómoda que menos abren la cédula y el pasaporte ecuatoriano.
Hay otros ejemplos que demuestran lo contrario y que vale la pena recordarlos. Tal es el caso del Flaco Carlos Alberto Raffo, delantero argentino que brilló en Emelec por diez temporadas y que formó la recordada delantera de los Cinco Reyes Magos, defendió a la Selección y fue goleador del Sudamericano de Bolivia 1963 y jugó por la Tricolor en un extraño caso de nacionalidad transitoria. Ser ecuatoriano se le esfumó cumplida su participación con la Selección, por aquello el Flaco Raffo vivía contrariado y reclamaba que el país no había sido recíproco con él.
No entendía cómo habiendo demostrado su amor por Ecuador solo después de 32 años, recién en 1991, el Estado le otorgó la nacionalidad y me consta haberlo visto llorar como un niño cuando se enteró de que por fin era compatriota; Raffo jugó en nuestro país, se domicilió aquí, formó su familia y murió en Guayaquil, y siempre repitió que había nacido en Argentina, pero que Ecuador era su patria.
Pero la preocupación general no radica en que si son muchos o pocos años o porque tardaron tanto, lo que muchas veces sabe a injusticia, sino por el concepto y la razonabilidad al otorgarla bajo el procedimiento denominado “naturalización como servicios relevantes a la patria”. Entonces corresponde analizar el aporte que se deba relevar de esos distinguidos o ilustres extranjeros en beneficio de la sociedad ecuatoriana.
Y que quede claro que no intento segregar al futbolista para que bajo ese argumento adquiera la nacionalidad ecuatoriana, sino por una razón obvia: si revisamos los más de 70 futbolistas que la han conseguido no pasan de diez los que merecían alegar tal criterio de “servicios relevantes”.
Es que es requisito fundamental demostrar cuáles son esos servicios relevantes, o para recibir un honor del Estado y reconocer como un homenaje de gratitud por la disposición de servir a nuestra patria, en cualquier ámbito. Lo que sucede es que en nuestro país, bajo el criterio de esa disposición constitucional, se ha conferido la nacionalidad ecuatoriana a gran cantidad de futbolistas con el fin de conseguir un buen arquero o un gran delantero para que sus goles sirvan para conseguir alguna clasificación con la Selección o aprovechar el cupo de extranjeros que tienen los equipos en los torneos nacionales.
Pienso que es clave que en el momento de analizar lo que representa servicios relevantes los funcionarios que llevan la causa consideren el carácter altruista, que no es otra cosa que servir constructivamente y con abnegación en beneficio de otros. Pero que además esos servicios relevantes tengan el carácter de extraordinarios y sobre este tema el mismo principio de excepcional no da mucha pauta a lo subjetivo.
No intento segregar al jugador extranjero, pero los más de 70 futbolistas que se han nacionalizado no pasan de diez los que merecían alegar el criterio de “servicios relevantes” a la patria.
Un artículo de Diario EL UNIVERSO, publicado en diciembre 13 del 2019, analizaba la carta de naturalización dada a dos futbolistas: Matías Duffard y Juan Tévez. Se mencionaba que ambos no habían cumplido con el requisito de residir de forma regular y continua mínimo de tres años en Ecuador para solicitar su naturalización y por supuesto se buscó el artículo de la ley para invocarlo, “Servicios Relevantes” a la patria. El título del artículo lo decía todo: “La naturalización de futbolistas en Ecuador se ha desnaturalizado”.
En este bazar de suertes distintas, pero con el mismo propósito, cerca de 30 futbolistas se nacionalizaron en estos últimos diez años. Este hecho también genera otros inconvenientes: ocurre que esos nuevos compatriotas llenarán, seguramente, un puesto que algún nacional pudiera ocupar. Sobre este criterio el actual presidente del Barcelona, Carlos Alfaro Moreno, también ecuatoriano por naturalización, expresó su disgusto al saber que un trámite así haya postergado el desarrollo de un joven arquero ecuatoriano; se refería al caso de la inclusión de Damián Frascarelli y la marginación de Víctor Mendoza.
Recorriendo los pasos a través de los años de nuestra legislación, la naturalización extraordinaria existe desde que el país se proclamó Estado independiente, cuando se separó de la Gran Colombia. La Constitución de 1830, en su Art. 9, numeral 5, ya consignaba el otorgamiento de la nacionalidad a los extranjeros que hubieren prestado servicios importantes a la República, y así subsistió a través de los años. Se modificaron ciertos términos y quién la concedía, cuando en 1978 la nueva Constitución eliminó esa facultad al Congreso Nacional y se la otorgó al poder ejecutivo.
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Pero algo fundamental, ese reconocimiento debía aplicarlo el Estado no por solicitud de parte interesada sino que nacía del mismo Estado al reconocer y agradecer en forma extraordinaria esos servicios relevantes en beneficio de los ecuatorianos.
Qué distinto es ahora. Cómo explicamos que algo tan sagrado como la nacionalidad no tenga requisitos más estrictos para quien quiera ser distinguido por sus servicios relevantes, significativos y suficientes. Para que con sus virtudes o esfuerzos se constituyan en un ejemplo a seguir gracias a su talento, esfuerzo, solidaridad y hasta heroísmo. Y reitero, estas pueden ser realizadas en diversos campos como el científico, cultural, religioso, etc., y por supuesto también el deportivo.
Casos de algunos extranjeros podemos citar como ejemplo de lo que significa servicio relevante al país. Tales como el doctor Hideyo Noguchi, que se quedó a vivir en Guayaquil, pudo conseguir declarar a la ciudad libre de la fiebre amarilla por 1920. O el del escultor italiano Enrique Pacciani, que también decidió quedarse a vivir en Guayaquil, cuyas más importantes obras las encontramos en esculturas del Cementerio Patrimonial de nuestra ciudad.
Pacciani fue un maestro en su especialidad y se consideró un guayaquileño más. Falleció en 1958 en nuestra ciudad y si queremos dar el ejemplo de un futbolista entonces recordaremos a Eduardo “Ñato” García, un arquero uruguayo de Emelec. Fue todo un ejemplo de vida, empresario, dirigente del equipo eléctrico, emprendedor, sirvió a la juventud ecuatoriana no solo desde lo futbolístico, sino desde su fe religiosa. Algún día lejano decidió escoger a Guayaquil como su ciudad y a Ecuador como su nueva patria.
Apenas estos tres ejemplos debieran servir para que nuestras autoridades comprendan el alcance y lo que entiende el ciudadano común y corriente como “servicios relevantes”. Solo así tendremos compatriotas por sentimientos y no por conveniencias. (O)