Era domingo –el 28 de septiembre pasado– cuando la voz conmovida de un gran amigo del deporte, Washington Cañola, me trajo una noticia triste de las que el espíritu no puede desprenderse a esta altura de la vida: “Ha muerto Carlos Cañola”, me dijo, y surgió en la memoria las raudas incursiones del moreno esmeraldeño en los tiempos del viejo estadio Capwell con la divisa de Unión Deportiva Valdez.
Ese mismo día sepultamos en Parque de la Paz a Pedro Tábara Sotomayor, uno de los grandes futbolistas vicentinos y de la Liga Deportiva Estudiantil. La bandera elegolé cubrió el féretro de Pedro, un campeón de la era de grandeza del centenario colegio que hoy vive días de minusvalía moral y académica. Duele decirlo, pero es una verdad que nadie puede discutir.
Dos días antes la Asociación Barcelona Astillero despidió a uno de sus fundadores y expresidente, el formidable amigo Ernesto Secaira Hidalgo, quien tanto hizo por la grandeza de la entidad que es la guardiana legítima de las glorias del club oro y grana ante la ignorancia de la historia de quienes la han dirigido por largo tiempo, cuando dejaron sus cargos los que conservaron la memoria del barrio del Astillero y arribaron los corsarios que endeudaron al club, derrocharon sus ingresos y lo hundieron en una quiebra virtual, de la que se salva porque en este país no existe ley ni autoridad para fiscalizarla y radicar responsabilidades.
- Fallece Jorge Jiménez, brillante nadador ecuatoriano
¿Quién era Carlos Cañola, el que escribió una historia deslumbrante en Unión Deportiva Valdez del que solo queda el recuerdo en un medio desmemoriado? Nació en Esmeraldas, tierra generosa en la producción de grandes deportistas, pero siempre postergada por la burocracia que maneja el deporte, la mayoría, egoísta, improvisada e ignorante.
Escogió ser alero derecho porque tenía lo que falta hoy a los que a veces transitan por las puntas desechando la prohibición de los técnicos que están convencidos de que los Garrincha, Gento, Seminario, Gómez Sánchez, Julinho, Padrón, Balseca, Tiriza, Pedro Gando fueron un desperdicio futbolero. Las catarnicas de micrófono y pantalla coinciden: ¿para qué sirven los regateadores, los que desbordan, los que entregan pases-gol si no marcan ni retroceden ni se tiran a los pies del rival?
Los punteros eran lo mejor del espectáculo. Eran veloces, dominaban el esférico con ambas piernas, eran magos para el regate. A veces combinaban las maniobras colectivas con el lucimiento personal que tenía algo de circo para el regocijo de las tribunas.
Grandes y chicos nos divertíamos de verdad. ¿Volveremos a ver a un Loco Balseca dejando por el piso a los marcadores de punta que no tenían la perspicacia del Pollo Macías, cuando se ponía en escena el más grande duelo del balompié nacional? Los sabios analistas de hoy, intoxicados de tacticismo venenoso, ¿cómo reaccionarían ante las diabluras del brasileño Walter Méndez do Carvalho, Tiriza? Seguro que reclamarían airados que lo cambien por atentar a la seriedad del fútbol. No saben ni sabrán nunca lo que se perdieron.
Carlos Cañola era de esos punteros cuando empezó a maravillar a sus coterráneos a finales de la década de los años 40. En 1948 ya formaba en la selección de Esmeraldas y con sus compañeros fue a jugar a Quito.
El presidente Galo Plaza Lasso los invitó a un almuerzo y en medio de los discursos el puntero se atrevió a pedir la palabra e interpeló al primer mandatario: “Muchas gracias, señor presidente, pero cuándo nos va a hacer la carretera Quito-Esmeraldas”. Sorprendido fuera de base, Plaza Lasso le contestó a Cañola que la obra iba a comenzar de inmediato.
- Mauro Velásquez Villacís, en el recuerdo eterno
¿Cuántos cracks de esa formidable veta sepia se habrán perdido desde que el balompié empezó a practicarse en Guayaquil y Quito? A la capital fue un compañero de Cañola, Clemente Angulo, y a Guayaquil vinieron al 9 de Octubre los pioneros: Carlos Castillo, Rómulo España y Ricardo Valencia. Era el arranque de la era del profesionalismo, en 1951.
En esa campaña de 1951 Unión Deportiva Valdez llegó a la división de ascenso del profesionalismo porteño. Allí jugaba Diógenes Tenorio, quien le transmitió a Edmundo Valdez Murillo –dueño del equipo– que tenía un pariente que era un gran futbolista. Valdez lo trajo a Cañola junto con su coterráneo William Camacho, pero no era fácil la disputa del puesto. Estaban Antonio Alume, que había jugado en El Dorado colombiano, y el ambateño William Medina. Luego llegó de Chacarita Jrs. Wacho Guerrero.
En 1952 Valdez ya estaba en la división de honor del fútbol guayaquileño. Cañola no había podido debutar aún y todo se hizo más difícil cuando llegó un puntero argentino: Oswaldo Citadella. En el torneo de 1953 tomó el mando el entrenador argentino Gregorio Esperón, quien fue el primero en dar oportunidad a Cañola.
El 21 de junio, en el Capwell, en la jornada inaugural del torneo oficial, el esmeraldeño reemplazó a Fausto Villacís. Tenía diez minutos en el campo y jugaba de centro delantero cuando se produjo un entrevero. Astuto como era pescó el balón y con un cabezazo venció a Jorge Delgado para anotar el primer gol de su campaña en Guayaquil y la diana inaugural ante Barcelona. Esperón acababa de encontrar un arma que no podría ser neutralizada en todo el certamen: la entrada del esmeraldeño Cañola en el segundo tiempo para confundir a los contrarios.
El 10 de septiembre, en la segunda vuelta, Valdez venció a Barcelona por 4-2. El ingreso de Cañola trastornó al Pibe Sánchez que no podía controlarlo. Dos goles le puso el esmeraldeño a Enrique Romo. En esta segunda vuelta ya se ha adueñado del ala derecha.
Empezó a hacer goles a todos sus rivales y se lo llamó “el ángel de la guarda” del técnico Esperón. La gran efectividad de Cañola fue uno de los factores para que Valdez se llevara el cetro de la Asociación de Fútbol para Milagro.
En 1954 Valdez rehizo su delantera. Empezaron a actuar en el campeonato de la ASO Cañola, el peruano Jorge Otoya, el recién llegado gran centrodelantero cuencano Juventino Tapia o Isidro Matute, el consagrado Carlos Titán Altamirano y Carlos Rivas o el exoctubrino Santiago Osorio. El 31 de julio Valdez jugó contra Barcelona que ganaba 2-0 cuando se produjo la reacción de los milagreños.
El tradicional gol de Cañola contribuyó a una victoria por 4-3 que puso a Valdez como uno de los favoritos para llevarse el torneo. El 16 de octubre, en la revancha, Cañola enloqueció a Luciano Macías y fue el autor de los goles de la victoria por 2-1.
Valdez encontró otra vez el arma para ganar el bicampeonato en 1954: Carlos Cañola. El 1 de agosto de ese año El Telégrafo bautizó al esmeraldeño como la Sombra Negra de Barcelona, apelativo con el que pasó a la historia pues sus goles fueron siempre una evidencia de su clase, cada vez que le tocaba medirse con el Ídolo del Astillero que lo sufrió hasta 1958 en que desapareció Valdez.
En 1959 se fue al Macará de Ambato. Ya no era el inquieto y vivaz puntero. Pasó a ser marcador de punta. Alargó su carrera hasta pasados los 40 años y dejó una huella imborrable en el fútbol ambateño, como la que dejó en Guayaquil y Milagro.
¡Descanse en paz el gran Carlos Cañola, la Sombra Negra de Barcelona! (O)