22/12/2024

Jorge Barraza: Three minutes of Flamengo were more powerful than 89 of River Plate.

Lunes 25 de Noviembre del 2019

Jorge Barraza: Three minutes of Flamengo were more powerful than 89 of River Plate.

Not even a film director could have imagined it with such suspense. The script was leading towards an idea, the audience was already convinced of who was the good one and who was the killer...

Not even a film director could have imagined it with such suspense. The script was leading towards an idea, the audience was already convinced of who was the good one and who was the killer...

Ni un director de cine lo hubiese imaginado con tal suspenso. El libreto fue llevando hacia una idea, el público ya estaba convencido de quien era el bueno y quién el asesino… La TV mostraba los rostros felices de los hinchas de River y de infinita tristeza de los de Flamengo. De pronto, en las dos últimas escenas cambió todo. Fue un telón loquísimo, tipo Quentin Tarantino, pero bello, impredecible e histórico. Un epílogo de Libertadores que se recordará por los tiempos; no tiene antecedentes en los 60 años anteriores de Copa. Que el campeón fuera perdiendo hasta el minuto 89 y lo dé vuelta a los 92 en un final eléctrico, volcánico y sorpresivo es inédito. Absolutamente nadie podía imaginarlo. Al cabo, el matador era Flamengo. Para River fueron, quizás, los peores tres minutos de su historia. Ya sostenía el trofeo con una mano, sólo faltaba la otra…

“Un final inexplicable, amigos…”, gritaba un relator. “El título estaba liquidado para River y, de pronto, Flamengo campeón…” Nos permitimos disentir. Todo lo acontecido en la final única (que nos pareció una excelente idea cuando la anunciaron, lo escribimos, y lo ratificamos ahora, tras los hechos), tiene una explicación futbolística. Más que eso, una lógica implacable.

De entrada, River aplicó su receta, muy similar a la del Liverpool de Klopp: ahogó a Flamengo con la presión, mordiendo en cada metro de terreno y obligando al error a un Flamengo habituado a un fútbol menos intenso, menos físico, más técnico. River es fuerte de la cabeza, muy enérgico en su juego, casi agresivo físicamente, reincide en el topetazo fuera de reglamento, al hombre, no a la pelota (topetazo no siempre reprimido por los árbitros; Tobar le perdonó la expulsión a Milton Casco). Eso sorprendió al rubronegro, que perdía el esférico y se exponía a contraataques. Esa confusión que le provocó el equipo de Gallardo determinó la apertura del marcador. Filipe Luis quiso anticipar un pase, el control le quedó largo y se la robó Enzo Pérez; alargó a la punta derecha para Nacho Fernández, centro atrás, pasó de largo Suárez, haciendo equivocar a William Arão y Gerson, y una oportuna media vuelta de Borré hizo red en el arco de Diego Alves. A los 15 minutos la chapa subía el 1-0 premiando el juego más directo y veloz de River. A partir de allí redobló la presión y se mostró dominante, dueño absoluto del trámite frente a un Flamengo aturdido, anticipado, sin saber cómo resolver el enigma de tanto anticipo y encimamiento del rival. River atacaba y Flamengo temblaba. Se fue el primer tiempo sin que el conjunto carioca rematara una vez al arco de Armani. De modo que es explicable por qué ganaba River.

El segundo acto comenzó con idéntico desarrollo. Pero nadie puede correr al mismo ritmo frenético los 97 minutos que hoy dura un partido (otra explicación). Y River fue perdiendo intensidad. Ahí empezó a emparejar lentamente Flamengo. A los 57’, ese fantástico dúo compuesto por Bruno Henrique y Gabigol, despertó y elaboró una jugada enorme, que increíblemente no fue gol. La salvó Armani en sociedad con Santa Rita, patrona de los imposibles. También River tuvo tres llegadas como para aumentar.

A los 69’ se produjo una incidencia clave en el desarrollo: el primer cambio desafortunado de Gallardo. Salió Ignacio Fernández, uno de los mejores valores de River, y entró el chico Álvarez. Delantero por volante. A Nacho no le gustó nada su salida, estaba siendo importante, entraba mucho en juego, había encontrado espacios y lideraba los avances. Pero, como todo en River viene tan dulce, no hizo reproches (menos a Gallardo, hoy un prócer riverplatense). Álvarez no

pesó en absoluto. Luego hubo una segunda sustitución poco feliz: afuera Borré, autor del gol y el mejor atacante millonario por potencia y recursos, adentro Pratto, quien tuvo la desdicha de perder la bola que derivó en el empate. Y además de eso, equivocó pases, se lo notó pesado. Se los veía enteros a Fernández y a Borré (el DT dijo que lo vio cansado; ¿a los 24 años un profesional superentrenado no puede aguantar un partido entero…?)

River se iba desinflando físicamente, necesitaba gente fresca en el medio, que pudiera tener el balón y seguir cortando juego adversario. Pero Gallardo sacó un volante y puso un delantero más. Del otro lado, empezó a crecer lentamente Flamengo, conducido con acierto por Everton Ribeiro, valiente para llevar el testimonio hacia adelante. No obstante, no generaba peligro el cuadro del portugués Jorge Jesús. Hasta llegar a esos minutos mágicos e inimaginables en la agonía de la tarde. Bruno Henrique, hábil y encarador, de los que encarnan la verdad del fútbol (tocando para atrás podemos jugar todos), se atrevió contra varios, al último juntó a cuatro y cedió brillantemente la bola para De Arrascaeta, que la metió al medio del área para la arremetida de Gabigol. Y el 9 que siempre está la empujó a la red. Insospechado: de muerto y enterrado, Flamengo revivía con el empate y la ilusión del alargue. Que no hizo falta. Tres minutos después, un lanzamiento largo y alto de Diego, de más de treinta metros, generó un doble error en el rechazo de Pinola, atropelló Gabigol, la pelota le quedó picando para la zurda, ya perfilado, y le entró con un cañón. Golazo, 2-1 y gloria. No había tiempo para más. Lo que decimos siempre: cuando el definidor es crack, el nombre del arquero no interesa. Puede ser Yashin, Casillas, Fillol o Pérez, da igual. Ahí está la otra explicación: el partido lo definieron los dos mejores futbolistas de la Copa: Bruno Henrique y Gabigol.

En el fútbol moderno se juega 96, 97 minutos. Y hasta que suena el último silbatazo todo puede suceder. Sólo a los periodistas se les ocurre decir que “River no supo cerrar el partido”. Pero el fútbol no es un bar, no se puede bajar la persiana y ya. Hay que seguir jugando hasta el final. Antes, si un equipo ganaba hasta el minuto 70, enfriaba el juego, quemaba tiempo, apelaba a cualquier maña y se acababa el pleito. Ahora es todo más limpio. Por eso una enorme cantidad de resultados se deciden en el tiempo añadido. Esto recuerda la épica final de la Copa de Europa de 1999, cuando el Bayern Munich vencía 1-0 hasta los 91’ y el Manchester United de Alex Ferguson se lo dio vuelta. Los alemanes todavía se golpean la cabeza preguntándose cómo pudo suceder. River también. La dinámica, la preparación física y especialmente la actitud que imperan hoy posibilitan estas hazañas. Una explicación más.

Honores a Flamengo, que de nuevo se pone a la altura de su multitudinaria hinchada. Honor al técnico portugués que le inculcó un estilo acorde con la idiosincrasia brasileña. Parabienes a Gabigol, Bruno Henrique, Everton Ribeiro, Gerson, Diego, que apostaron a jugar siempre al fútbol; a Rodrigo Caio, que se dio un tremendo golpe en la nariz al iniciarse el partido y luego rechazó todo de cabeza, sin temor. Plácemes por esta primera final en tierra neutral que recibe un bautismo dorado. Y congratulaciones a Lima, que tuvo la suerte de albergarla y la capacidad de organizarla. (O)

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