Schröder juega bajo un mandato que lo motoriza. Una promesa a su padre. Algo que se grabó a fuego en el corazón y hoy, con Alemania, necesita concluir para que su propio círculo de fuego se complete.
Hablamos de Shai Gilgeous-Alexander, de Luka Doncic, de Anthony Edwards y de algunos prodigios más. Sin embargo, el mejor jugador del Mundial 2023 vuela bajo el radar y se llama... Dennis Schröder.
Sus números son alucinantes (20.3 puntos, 6.8 asistencias y 3.8 rebotes por aparición), pero fue noticia en los últimos días por una discusión con Daniel Theis y el coach Gordon Herbert en el banco alemán.
No es novedad lo de Schröder: antes del Mundial, tuvo un enfrentamiento con Maxi Kleber que hizo que el jugador de Dallas Mavericks no participe de la Copa del Mundo. De todos modos, Alemania no sintió ni un rasguño en su juego colectivo: hoy están en cuartos de final tras ganar todos sus partidos incluyendo una paliza ante la Eslovenia de Doncic y compañía por 100-71.
"Lo conozco (a Theis) desde que tengo 12 o 13 años. Tenemos estos momentos desde que éramos niños, pero esta clase de eventos siempre nos ayudaron a elevar nuestro juego", confesó Schröder a la prensa luego del partido.
¿Por qué hablamos menos de Schröder como estrella del Mundial que de otros atletas? Básicamente, por la cultura 'enebeacéntrica' que nos rodea todo el tiempo. El imaginario popular ve a Schröder como un armador clase B dentro del mapa de la NBA, pero demuestra juego a juego que no solo lo evaluaron de manera equivocada, sino que hay algo que lo motoriza y empuja: a Schröder, lo que pasa con su selección, le importa.
Y he aquí un tema fundamental: Schröder juega bajo un mandato que lo empuja y lo motoriza. No se trata de aquel base armador que dejó sobre la mesa 84 millones de dólares para firmar por solo cinco con los Boston Celtics, decisión absurda que recorrió el mundo. No, aquí hay mucho más que dinero en juego: se trata de una carta. De una promesa. De algo que se grabó a fuego en el corazón de Dennis y hoy, con la camiseta de Alemania en el pecho, necesita concluir para que su propio círculo de fuego se complete.
Dennis creció en Braunschweig, una ciudad industrial en el norte de Alemania. Y esa convicción de ser deportista elite aún no había llegado en sus tiempos de adolescente. Era, en sus primeros años, un potrillo salvaje sin domesticar. Se la pasaba con un skate en las manos, en el parque con sus amigos.
El cambio lo encontró a los 16 años dentro de un cajón.
Axel, el padre de Dennis, conoció a su madre, Fatou, en Banjul, la capital de Gambia. La historia familiar cuenta que Axel iba camino hacia un restaurante cuando le llamó la atención una estilista que trabajaba en una peluquería local. Se conocieron, y un año después Fatou visitó a Axel en Alemania en un viaje programado para ver a su hermana, residente en Dinamarca. Axel convenció a Fatou que se mudara junto a sus hijos adolescentes a Braunschweig. Se casaron y tuvieron un hijo: Dennis.
Vivieron muchos años felices hasta que llegó la separación. La relación de los padres de Dennis, pese a no seguir juntos, se mantuvo excelente. Tan es así que Fatou, propietaria de Agi's Beauty Shop, recibía las visitas habituales de Axel en el negocio. Cuenta Ric Bucher, en un artículo publicado en Bleacher Report en 2017, que Axel había quedado para ir un martes a arreglar el Wi-Fi del negocio.
Sin embargo, nunca llegó.
"Siéntate Dennis. Tu padre murió", le dijeron sin preámbulo sus familiares a Dennis en la cocina de su casa. Tenía solo 16 años. "Eso no es cierto", contestó. Cuenta Bucher, que el joven Dennis fue hasta la casa del padre a corroborar la noticia. Se acercó y su padre, quien había muerto de un ataque cardíaco sentado en un sofá, aún estaba ahí. "Tuve que tocarlo. Eso cambió mi vida por completo. La semana anterior le dije que iba a tomarme en serio el basquetbol. Estuvo allí en mi primer partido. Y luego de que eso ocurrió, solo pensé en ir al gimnasio y entrenarme".
La carta que encontró Dennis estaba dentro de un cajón de la casa. La encontró al día siguiente, de puño y letra de su padre. Allí recordaba la conversación que ambos habían tenido. El giro se produjo luego de ese hallazgo, porque hasta ese entonces, Dennis no se había tomado nada demasiado en serio. Jugaba, sí, pero como una cosa más en su vida. El basquetbol eran movimientos de streetball, tenía talento, pero ya. No había pensado demasiado en trabajarlo, pero ese mensaje de su padre había calado hondo.
Dennis creció en el seno de un país, en esos años, inhóspito para musulmanes negros. Era uno de dos niños negros en su escuela de 800 alumnos. Creció con el alemán como primer idioma. Sus hermanos, Awa y Che, tuvieron que aprenderlo sobre la marcha.
Cuenta Bucher en su artículo que Fatou, su madre, les enseñó a sus hijos que por su origen étnico no alcanzaba con dar el ciento por ciento. "Había que hacer más que eso".
Así surgió el mechón rubio sobre su cabeza que es y fue una marca registrada de su carrera. "Hazlo para que la gente te reconozca por la calle", dijo su madre. Y él cumplió.
Antes de la carta, Dennis iba a algunas prácticas y a otras no. Tenía talento pero le faltaba perseverancia. "No tienes futuro en el basquetbol. Ni siquiera para la primera liga alemana", le dijo el entrenador de la selección juvenil en esos años.
Luego de esa carta, Schröder maduró de golpe. Con esfuerzo y conducta, hizo un giro de 180 grados en su vida. Dejó el parque y el skate a un costado. Consiguió que le dieran una segunda chance en el equipo juvenil y no la desaprovechó. Pero primero fue puesto a prueba. El coach hizo un ejercicio básico de uno contra uno: el defensor se queda hasta que logra detener al atacante. "Treinta veces seguidas se tuvo que quedar defendiendo", recuerda el entrenador. "Lloró mucho, pero no se fue: se quedó".
Años más tarde, Schröder logró asentarse en la NBA. No es Dirk Nowitzki, pero ha construido su propio sello embarcado en el esfuerzo. Ya padre de familia, acostumbra a vestir colores estrambóticos, ama el oro -tanto que llegó a tener un Audi enchapado-, y es de los que utiliza el dinero para compras excéntricas. Entre otras cosas, hoy es dueño del Basketball Loewen Braunschweig de la Bundesliga alemana.
Para muchos luce arrogante, pero los que lo conocen en serio saben que nada de lo que muestra es real ni le importa demasiado: vive como quiere vivir. En otras palabras, lo que tiene -y le sobra- es actitud y convencimiento. Hay algo que vive dentro de él y no le permite desvíos: el camino será siempre el trabajo, el esfuerzo y la determinación.
Quizás sea por eso que hoy, sin siquiera pasar la frontera de los 30 años, puede mirar con esos ojos de fuego al entrenador alemán que lo desafía. Quizás sea por eso que Theis, superior en fuerza, estatura y edad, da un paso atrás para escucharlo cuando Dennis se le planta cara a cara.
Hay un pasado, que empezó hace 13 años, y hoy lo convoca para golpear el tablero. Para poner al país de su padre donde tiene que estar.
Dennis Schröder flota en un viaje de introspección que empezó con una carta y una promesa.
Alemania, que vuela bajo el radar a los ojos de los especialistas, quiere seguir haciendo historia de la mano de su base, que lidera, alienta y convence a su entorno.
El corazón tiene razones que la razón no entiende. Y los milagros, la mayoría de las veces esquivos, pueden cumplirse.
Es solo cuestión de creer e intentarlo.