Los Warriors han ganado ya 82 partidos y sólo necesitan ganar uno más. Sólo eso: un partido de baloncesto más y serán campeones por primera vez en 40 años. Con su estilo maravilloso, con su colectivo a prueba de bombas (a prueba de los neutrones LeBron James) y con la magia de Stephen Curry como rostro y motor. El final de partido de Curry (17 puntos y tres triples en el último cuarto, 37 puntos totales) entró en ese terreno celestial en el que parece que ni pisa la pista mientras un aguacero de tiros imposibles empapa al rival. Cuando Curry juega así escribe con letras de baloncesto aquella frase de Yeats: lo que se puede explicar no es poesía.
82 partidos: sólo un equipo, dos veces, ha ganado más en una temporada en toda la historia: los Bulls de Jordan y Pippen, 87 en la 1997-98 y 84 en la anterior. Los Warriors 2014-15 han jugado 102 partidos y han ganado 82. Están tan cerca, lo tienen tan al alcance de la mano, que es momento de evitar el vértigo y concentrarse. El resto parece en camino, casi inevitable: los Cavaliers siguen desmadejándose y en el sexto no tendrán el día extra de descanso con el que se reagruparon para este tremendo pero fallido asalto en el quinto. Lunes viaje, martes a jugar. Sin piedad para nadie, tampoco para un LeBron que volvió a dejarse el alma a jirones en la pista: casi 45 minutos y 40 puntos, 14 rebotes y 11 asistencias. Con un 15/34 en tiros y sólo dos pérdidas. Su sexto triple-doble en finales, ya a sólo dos de los 8 de Magic Johnson y con los demás muy lejos (Larry Bird y Wilt Chamberlain: 2). Pero finalmente con la amarga sensación de que con tanto, con tantísimo, no basta.
Otra vez fue LeBron básicamente el hilo argumental ilógico que llevó el partido en estado de máxima compresión (hasta veinte empates en el marcador). Fue el responsable con sus puntos o sus asistencias de más del 81% de los puntos de los Cavaliers. Gracias a él esta final es excelente y gracias a esa falta de oxígeno en los minutos finales recordamos a tiempo que es humano. Al final su curva de rendimiento cae y sus compañeros, ahora que se ha está comparando su esfuerzo con el de correr un Tour de Francia, se van quedando por los repechos hasta que se ve en la subida final sólo y rodeado de un rival, Stephen Curry, al que sus compañeros llevan en volandas y que le va soltando hachazos hasta que ya no puede hacer más la goma. Y cuando Curry demarra, ya no mira hacia atrás. Un triple casi desde Ohio de LeBron puso el 79-80 a falta de algo menos de ocho minutos. De ahí al final, parcial de 25-11con 15 puntos y tres triples celestiales de Curry, un artista con el que nos cuesta detenernos en su extraordinaria capacidad física: esta vez jugó más de 42 minutos y terminó deshidratado. Pero con él, claro, sólo se nos queda en la retina lo que no se puede explicar: la poesía.
Al lado de Curry, y con Shumpert persiguiendo a Klay Thompson de esquina a esquina de la pista, el partido volvió a encumbrar a esa navaja suiza que es Iguodala, que no pudo con LeBron hasta que este estuvo agotado pero que fue haciendo un poco de todo, anotó 5 puntos decisivos (del 86-84 al 91-84) y cerró el partido con 14, 8 rebotes, 7 asistencias y 3 robos. Si Curry es el monumento, tipos como Iguodala (y Livingston, y Barnes, y Green…) son los andamios sin los que cuales no se habría podido erigir. Esa es la gran obra de Kerr. Eso es lo que hace que los ojos se imanten cuando juega este equipo y, por encima de todo, eso es lo que hace que este a un pasito, sólo uno ya, del anillo.
LeBron tiró de los Cavs, primero de forma majestuosa y finalmente como pudo. Gobernó el primer tiempo a su antojo y firmó el primer 20+8+8 al descanso que ve la NBA desde que él llegó en 2003. Suyo o de cualquiera, en Regular Season o playoffs: lo nunca visto. Después siguió sumando pero su 8/15 en tiros al descanso acabó en 15/34. En esos dos primeros cuartos el marcador era 51-50 y LeBron había participado con puntos o asistencias en 43 de esos 50 puntos. Los Cavs llevaban 17 canastas y 16 habían llegado con sus tiros o sus pases. Había sido sobrecogedor… pero su equipo perdía. A los Warriors les basta con no conceder esas pequeñas que LeBron manejó a base de botar y arañar puntos en los dos partidos que ganó Cleveland hace (o eso parece) un siglo. Si se mantiene codo con codo en los tramos de desmesura de LeBron, el triunfo cae de su lado por su propio peso. En los últimos cinco minutos, 19 puntos con un 5/8 en tiros para los de la Bahía. 7 y 2/10 para los Cavs. Cuestión de profundidad. Y de talento. Y de lógica.
JR Smith apareció como un tornado. Metió dos triples muy rápido y se puso en 14 puntos mediado el segundo cuarto: no anotó más (4/14 final desde la línea de tres). Tristan Thompson tuvo su momento en el tercer cuarto pero Tristan Thompson, aunque ayuda mucho, no gana partidos en una final de la NBA. A Mozgov se lo tragó la guerra de bajitos que ha montado Kerr (33 minutos en el cuarto partido, 9 en este), y Dellavedova corre ahora trastabillado detrás de Stephen Curry. Sin recursos en ataque, sin demasiada eficiencia en defensa: vuelta a la realidad. Contra todo eso queda LeBron James. Y no alcanza aunque, y ese mérito ya es uno de los hitos de su carrera, durante muchos minutos parezca que va a alcanzar. Blatt respondió al órdago a chica de Kerr con quintetos imposibles en los que el propio LeBron hacia a la vez de base y de pívot, rodeado de tiradores. Todo para que los Cavs sigan en el partido. Y sigan, y sigan… hasta que les arrollan los minutos, las piernas siempre más frescas del rival, los triples poéticos de Curry: la condenada realidad. Una realidad que dicta que Golden State Warriors está a un partido del anillo. Después de 40 años y tras 82 victorias: sólo queda una más.