La primera reflexión no tiene que ver con los aspirantes al Tour ni con el previsible ganador. El primer apunte se relaciona con la credibilidad. Una de las grandes discusiones del día de descanso giró en torno a los vatios empleados por Froome en la subida a La Pierre Saint-Martin, la tarde de su formidable exhibición. Un experto en fisiología de la televisión francesa calculó la potencia empleada y determinó que no estaba al alcance de un ciclista limpio; el equipo Sky rectificó ayer sus cálculos e hizo públicos unos datos que suele guardar celosamente. Según ellos, los valores del líder son totalmente normales.
Sabíamos que sucedería. Sabíamos que los escándalos de dopaje pondrían en duda la credibilidad del ciclismo y cada demostración de fuerza sería observada con lupa y puesta en cuestión. Por tanto, nada es extraño. Las quejas de los corredores por el escrutinio permanente son tan razonables como las dudas de los que sospechan. Sólo han pasado dos años y medio de la confesión de Lance Armstrong. Más de medio pelotón corrió con él y los directores apenas se han renovado.
Admitido lo anterior, toca posicionarse. Quienes no consigan librarse de la desconfianza, deben alejarse con sus dudas y su orina en busca de escenarios más reconfortantes. Para los demás, la pasión ciclista es como el amor. La gente sigue enamorándose por muchos desengaños que sufra. Especialmente en verano.
Frágiles. Si esta última semana se vislumbra tan emocionante es, precisamente, porque el nuevo ciclismo nos presenta corredores más expuestos al agotamiento. No sólo ha resucitado el ciclismo colombiano; también las pájaras.
Eso sí, para descabalgar a Froome del liderato será necesaria una operación a gran escala; ya hemos comprobado que no alcanza con la batalla del último puerto. La táctica no es un misterio. Quien desee asaltar el amarillo debe endurecer la carrera desde el primer kilómetro para eliminar a cuantos ciclistas del Sky sea posible; a continuación, y con muchos kilómetros por delante, será el turno del jefe. Sin compañeros en los que apoyarse (o quizá con la única compañía de Thomas), Froome tendrá que decidir si perseguir a Nairo, Contador o Nibali es un suicidio o una oportunidad. Como pueden imaginar, los asaltantes y sus respectivos directores (de natural, cautelosos) también tendrán que asumir un riesgo considerable: perderlo todo.
Ese es el escenario ideal. El terrorífico es que ataque Contador y lo persiga el Movistar, que nos venzan las bajas pasiones y que Froome suba riendo.