España es campeona de Europa Sub-19 por séptima vez en su historia. Este grupo de amigos, bien dirigidos por un Luis de la Fuente que por su trabajo y dedicación merece este título más que nadie, tocó la gloria una vez más. “Somos lo que repetidamente hacemos. De esta forma, la excelencia no es un hecho aislado, sino un hábito”, sentenció Aristóteles. La cita del filósofo griego bien se podría aplicar a la Sub-19 española, que precisamente en Grecia se hizo con su séptima corona de la categoría, conquistando esta Eurocopa Sub-19 la mitad de las veces que se ha jugado, siete de catorce. Dominio absoluto.
Desde el primer minuto se vio que España llevaba la lección de la derrota en la primera fase bien aprendida. Prioridad: no conceder un solo contragolpe. A partir de esa premisa, imponer el estilo de La Rojita en el partido fue sencillo. Los primeros compases fueron de tanteo, pero a partir del 6’ se desató el vendaval español: ocho disparos en sólo nueve minutos. Ceballos avisó primero en un chut que llegó manso a las manos de Mitryushkin y desde ese instante el asedió no paró. Dos remates de Pedraza, otro más de Ceballos, paradón del guardameta a tiro de Mayoral, ocasión de Merino y la traca final: doble remate de Meré que terminó en gol fantasma. Las repeticiones no aclararon si el balón llegó a entrar. Los rusos reaccionaron tímidamente con un remate de Sheydaev que permitió a Sivera lucirse, pero para entonces la Selección ya tenía la confianza necesaria para seguir siendo dueña total del encuentro. Los nervios típicos de una final eran historia.
De esta forma, en el 22’ Mayoral volvió a dejar claro a la defensa rusa que tenía hambre de gol con un remate que hizo temblar el larguero. Rusia se encogió definitivamente y sólo podía detener a España con patadas y juego brusco. Ceballos, que una vez más dejó detalles de genio, lo sufrió especialmente. A estas horas sus tobillos deben seguir maldiciendo en ruso.
A pesar del buen juego, España sufrió una vez más sus minutos de bajón al final de la primera mitad, pero justo cuando los rusos amenazaban con estirarse, llegó el tanto español. En el 39’, un jugadón de Ceballos terminó en un centro atrás de San Emeterio que Asensio aprovechó para poner el balón en un lugar casi inalcanzable para cualquier portero, pero no para Mitryushkin, que se estiró y tocó lo justo para que el balón se estrellara en el larguero. Mayoral, depredador de área, aprovechó el rechace, adelantó a España y se coronó como máximo goleador del campeonato.
En la segunda mitad La Rojita volvió a bajar un punto físicamente, tónica general durante todo el campeonato, pero la moral de los rusos ya estaba demasiado tocada. No debe ser sencillo mirarse las caras durante 15 minutos en el vestuario tras la tortura a base de buen fútbol a la que España les había sometido en la primera mitad. Las oportunidades volvieron a llegar pronto y en el 62’ el colegiado anuló con buen criterio un gol de Vallejo tras una ocasión clamorosa de Pedraza. Pero esta vez la Selección no quiso sufrir y en el 78’ Nahuel aprovechó un buen pase de Asensio para sentenciar el choque.
España llegó a Grecia con un grupo de jugadores que no tenía el nombre de otras generaciones, pero que supo hacer de la unión su fuerza. El talento de Asensio, la magia de Ceballos, el liderazgo de Vallejo o el carisma de Pape Cheikh. Cada uno aportó sus cualidades para el bien común y el resultado fue un grupo de amigos felices y campeones de Europa.