Jefferson Pérez aprovecha la actividad restringida, a causa de la pandemia del COVID-19, para reflexionar. Cree que el momento crítico servirá para una “reconstrucción emocional y social” y una vez superada la prueba habrá que “volver a armar el rompecabezas de la vida”. El medallista de oro olímpico (Atlanta 1996) y de plata (Pekín 2008) y triple campeón mundial de 20 kilómetros marcha dice que lo que más extraña son las “cosas emocionales”.
¿Cómo es su vida durante la pandemia del COVID-19?
Es un momento difícil, crítico. Y dentro de esta crisis yo creo que la reconstrucción emocional y social de las personas es lo que nos va a permitir ser más fuertes o más débiles. Mucha gente extraña cosas materiales y otras extrañan cosas emocionales. Yo extraño salir a correr con mis amigos, abrazarme con mis sobrinos, jugar e irnos al cine. Extraño muchas cosas emocionales. Es como que nuestra vida estuvo armada y de pronto se nos desarmó como por un torbellino (con la pandemia). Ahora debemos volver a armar el rompecabezas de la vida.
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¿Se puede decir que tendremos una nueva normalidad?
La verdad, no me gustaba la normalidad de antes. Una normalidad que depredaba los recursos naturales. En mi caso me ha hecho reflexionar mucho sobre la forma de tratar de encontrar la simplicidad y ese nuevo orden es una disciplina. Antes a la gente no le gustaba hacer deporte; es para vagos decían, pero ya se dieron cuenta de que hacer deporte es para mejorar la calidad de vida de uno. Se dieron cuenta de que los libros no son solo para intelectuales y que la lectura ayuda mucho.
¿En qué otra área se habría desenvuelto de no haberse dedicado al deporte?
La verdad no lo sé. Ustedes recuerdan que yo, sobre la tumba de mi padre, le juré que iba ser el mejor del mundo. Un niño de 14 años jurándole a su padre que quería ser el mejor del mundo es algo muy complejo. Dios, de manera generosa, me permitió conocer el deporte. Esa promesa yo tenía que cumplirla. ¿En qué área si no hubiese sido en el deporte? No lo sé. Siempre me preguntaban de niño qué me gustaría ser. Piloto de avión, piloto de combate. Mi padre, a los 3 o 4 años, me formó como militar. El himno, el amor a la nación, defenderla, y el mejor espacio para defender la nación es el cielo. Qué habría pasado si mi padre no fallecía. Seguramente habría ido al colegio militar y a mis 46 años estuviera en las filas militares. Probablemente como soldado o como general. No lo sé, pero defendiendo a mi nación.
¿Del deporte qué cosas son inolvidables para usted?
Depende mucho el entorno o de los temas que se tocan. Hace unos días nos reunimos con amigos del deporte y empezamos a recordar fechas y torneos en que participábamos. El recuerdo depende de la persona y el tema del que se hable. Yo tengo una gratitud eterna a la vida.
¿Por qué no se hizo entrenador de marchistas al retirarse?
No nací para ser entrenador. No soy un irresponsable (para improvisar como técnico) porque no estudié para ser entrenador. Y eso que tomé muchos cursos, pero no tengo el conocimiento necesario para transmitir enseñanzas adecuadamente. Tomé la decisión de estudiar Ciencias Políticas y Administración de Empresas porque podía desarrollar proyectos. Entendí que solo así podría administrar y distribuir recursos dentro del mismo programa del deporte.
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¿Si volviera a nacer sería deportista o marchista?
Si la vida me diera la oportunidad de volver a nacer y me diera la opción de hacer deporte, haría deporte otra vez; y si no, diría ser militar. En ambos casos, como deportista y militar, hay equivalencias muy similares por la disciplina, porque toca prepararse continuamente. El típico militar que se levanta a las 05:00 y ya está en actividad. Eso pasa con el deportista: se levanta antes que otros. Hay muchas cosas similares.
¿Qué le pediría a Dios, a la vida?
Que me dé los mismos principios. Poder trabajar hasta el agotamiento; hacerlo de manera honesta, prepararme. Y si la vida me dijera ‘hoy solo te damos dos o tres deseos’, le pediría perseverancia, fortaleza –para soportar el trabajo duro– y capacidad emocional. (D)