>>> Revista El Gráfico 1994 <<<
Y sí, hermano: nació un nuevo Checho. Ya no podía más, pasé por momentos desgarradores en los que no sabía para dónde ir. Esto lo puedo decir ahora, que salí del infierno de la droga...”
La barba de siempre, el pelo largo, la figura desgarbada, la voz grave. Pero, aunque parezca el mismo, hay algo distinto en la expresión de Sergio Daniel Batista: los ojos le brillan con más vivacidad, su sonrisa aparece para quedarse. Como si algo muy grande hubiera cambiado por dentro.
-¡Y claro que estoy distinto! Ahora puedo disfrutar la vida, antes era una sombra. Tenía todo pero no lo podía valorar. Estaba ciego.
-¿Cuándo empezó todo, Checho?
-A partir del '90, cuando me agarró un bajón terrible. A los 28 años estaba destruido. Entré en un pozo depresivo en el que no sabía para dónde disparar...
-Y esa depresión te llevó a la droga...
-Sí... Encima, después se enferma mi papá, que era mi consejero, y se muere... Ahí me destruí del todo. Y eso que yo no tomaba ni una aspirina, ¿eh? Nooo, me acuerdo y se me pone la piel de gallina, mirá...
El Checho muestra el brazo con sus poros abiertos. La imagen es patética: a un costado, Nicolás -su hijo de 3 años- juega con una pelota de plástico, totalmente ajeno al relato de su padre.
-Igualmente, el periodismo me mató. Dijo cosas con las que yo no estoy nada de acuerdo.
-¿Eran mentiras?
-No, pero no tendrían que haberlas divulgado. Yo estaba muy mal y no me protegieron. No se fijaron en la persona ni pensaron que detrás mío había una familia que sufría mucho. Me perjudicaron, pero no lloro. Lo que pasó, pasó.
-¿En qué te equivocaste, Checho?
-No sé... Quizás elegí mal el ambiente en un momento. Pero a nadie lo llevan al lugar al que no quiere ir. Agarré para cualquier lado.
-Y Maradona...
-(Interrumpe) Nooo, Diego no tuvo nada que ver con mi problema. Este fue un error mío, el único responsable fui yo. Y, ojo, que cualquiera lo puede cometer... Pero a mí me importa mi vida de estos últimos dos años. De lo anterior, no me arrepiento de nada.
-¿Lo decís en serio, Checho? Tenías una carrera brillante a la que le podrías haber agregado tres o cuatro años más de primer nivel...
-Es que igual fue muy buena, estuve 10 años en una elite importante. Pero las cosas se dieron así, no sé por qué...
Sergio se acomoda la barba, en un tic que lo distinguió siempre. Agarra una caja de Marlboro box y prende un cigarrillo. Se lo ve bien, con ganas de hablar, tratando de evitar la palabra “droga”, disfrazándola con el eufemismo de “el problema”. La pasó mal el Checho, tanto que a su regreso a Argentinos Juniors, luego de que Passarella lo diera de baja en River, tocó fondo.
-iPobre Yudica! Es un gran tipo. Cuando nos encontramos de nuevo en Argentinos, yo estaba en mi peor momento. No podía aguantar los diez minutos de charla táctica en los entrenamientos. Empezaba a transpirar, pensaba en cualquier cosa... José me hablaba, pero yo ni lo escuchaba, ahora me doy cuenta de que tenía razón.
-Pero antes de irte a Japón habrás intentado algún tratamiento.
-Estuve internado pero no dio buen resultado. Cuando uno está tan abajo piensa que está curado y no es así.
-¿Y Bilardo te ayudó? ¿O todavía seguís enojado porque te sacó de la titularidad en el ’90...?
-Nooo, al contrario. A él le debo muchas cosas...
-¿Tiene que ver en la recuperación?
-Sí, mucho. Me insistía para que no dejara el fútbol y me aconsejaba sobre las contras de la droga. Igual que el Profe Echevarría.
-¿Y tus amigos, Sergio?
-De fierro. El Nene Commisso, el Pato Fillol, el Negro J.J. López, Adrián Domenech, el Tata Brown... Después de mi familia, ellos me dieron las ganas que me faltaban para seguir viviendo. Una vez, cuando yo debuté en Nueva Chicago, se me acercó el Pato Fillol y me habló bastante. Yo no había tenido una gran relación con él. Pero dejó todo prejuicio y me encaró. Yo, por supuesto, escuchaba pero seguía en la mía: decía que sí y después hacía lo que quería. Esa tarde, el Pato me dio una estampita que hasta el día de hoy la llevo encima...
-Los médicos, seguramente, estaban al tanto del problema.
-El doctor Roberto Avanzi, un fenómeno. Me ayudó muchísimo para que saliera de la droga. Es como mi viejo: cualquier problema, ahí estaba él. Y aún me sigue ayudando.
La tarde cae en Parque Chas. Pero Sergio no repara en que dentro de pocas horas se subirá nuevamente a un avión y viajará a Japón para unirse a Jorge Mario Olguín, en la conducción técnica del JVC. Tiene ganas de hablar, de contar cosas, de exhibir con orgullo su condición de recuperado...
-Antes lo escondía, no hablaba de la droga. Hoy cuento esto porque estoy recuperado y le puede servir a alguien que esté equivocado. No me avergüenza. Salí del infierno con un esfuerzo atroz. Y eso me provoca orgullo. Estoy bárbaro: tengo la mente clara, aumenté seis kilos...
-Japón fue una soga salvadora.
-Me sacó del ambiente que me había enfermado: acá tenía un cartel que no me lo descolgaba nadie. Y lo de Japón vino justo porque mi familia sufría horrores. Un día, después de arreglar mi desvinculación de Nueva Chicago -no podía correr, me cansaba a los diez minutos-, un empresario me propuso el viaje a Oriente. A la semana siguiente estaba en Japón.
-Y allá no hay droga...
-Hay, pero menos. Entonces llegó la recuperación. El sacrificio fue enorme pero valió la pena: empecé a ver todo desde otra óptica.
Los hijos de Sergio -Agostina, de 6 años, y Nicolás, de 3- se suben a los hombros del padre y. juegan con su cabello.
-¿Viste algún partido de la Selección de Passarella?
-No.
-No querés opinar de Daniel...
-Lo tuve sólo un par de meses, para mí es un tipo que sabe de fútbol y con buen manejo...
-No terminaste muy bien con él. Quizás tu “problema” lo llevó a tomar una decisión que en su momento se lo atribuiste a una mano negra...
-Es que fue así, no creo que me haya sacado por mi enfermedad. Discutimos, él recién empezaba como técnico y capaz que no sabía cómo encarar algunas cosas.
-Algo de razón tenía, ¿o no?
-Creo que no. Venía de jugar una excelente Copa América en Brasil. Y desde entonces me quiso borrar sin siquiera haberme visto jugar.
-Checho, ¿no te habrá sacado por tu enfermedad?
- No creo... Quizás, en River había muchas figuras. Y es difícil manejar un grupo con tantos líderes. Después se empezaron a ir jugadores que eran estrellas...
-A varios se los asoció con el mismo inconveniente que el tuyo...
-Pienso que él no quería gente que le hiciera sombra. Es un estilo y hay que respetarlo. Ahora que estoy del otro lado del mostrador, uno se da cuenta de que es muy difícil, ¿eh?
-Ahora que estás bien, ¿aceptarías volver como jugador al fútbol argentino?
-Sí, sin dudas. Me recuperé del todo. Cuando me fui, era un desastre, me costaba entrenar, no me podía poner bien. Ahora estoy un 60 por ciento mejor.
-¿Todo esto te dejó alguna enseñanza?
-Yo le diría a todos que no cometan los mismos errores míos. Ahora hay que cuidarse más que nunca. A veces, la gente me viene a pedir consejos porque saben de lo que salí. Y yo trato de explicarles que todo es una cuestión de voluntad. Antes no podía, no estaba en condiciones. Hoy sí. Y eso me pone bien, porque siento que puedo serle útil a la gente.
Seguro, Checho. Con la valentía que demostraste para salir del infierno, seguro, que sos útil. Tanto o más que lo que fuiste como jugador. Que ya es decir mucho...
DESASTRE
Para leer detenidamente. Hay un enorme mensaje en todo lo que dice el Checho...
“Ahora lo veo con claridad, pero en aquel entonces todas eran nebulosas. Llevaba una vida desordenada, sin incentivos. No veía la salida. Aparte, no estaba en condiciones de encontrarla. Encima, naufragaba mi matrimonio. Me encontraba en un pozo donde no me daba cuenta de las cosas que podía perder. Llegaba a casa y casi ni hablaba con Marcela, mi mujer. Me tiraba a la cama, dormía mucho... un desastre. A los chicos los veía poco y nada, todo me daba igual. ¡Las que se banco mi esposa! No es fácil aceptar las cosas. Y ella siempre cuidándome, luchando a brazo partido para que me alejara de la droga. Me salvó, le debo mi curación a ella. Y aquí puedo marcar un detalle de lo fuerte que es mi recuperación: yo no pude superar la muerte de mi padre. Ahí fue cuando peor estuve. Pero en abril del '94, cuando ya empezaba a sentirme bien, fallece mi madre. Cualquiera que hubiera estado en pleno tratamiento podría haber sufrido una recaída. En cambio, yo me mantuve en el camino correcto. No quería volver al Infierno de la droga.”
Un testimonio descarnado, realista y valiente. Aleccionador. Textual de Sergio Daniel Batista, jugador de fútbol. @