CÓRDOBA.- Guillermo Barros Schelotto es el último integrante de la delegación de Boca en subir al micro. Antes de hacerlo, se queda dialogando con un reducido grupo de periodistas en la puerta del vestuario. Se lo nota golpeado, dolido. Aún dos horas después del pitazo final sigue lamentando las chances desaprovechadas. Y aunque sabe que en el primer tiempo el equipo no estuvo a la altura, también reniega contra la mala suerte.
Hace varios minutos que Carlos Tevez encabezó la retirada xeneize del estadio Kempes. Lo hizo en silencio, mientras Guillermo Sara y Pablo Pérez compartían sus sensaciones con los medios. El Apache subió al nivel superior del micro y se sentó en uno de los cuatro lugares de la primera fila. Reclinó el asiento, apoyó sus zapatillas en el parabrisas y allí se quedó. Pensativo, con la mirada en un horizonte indefinido. Saber qué pasó por sus pensamientos en ese momento y en todo el viaje de regreso a Buenos Aires resulta imposible, pero el semblante es completamente diferente al que exhibió cuando llegó a esta ciudad, con una sonrisa clara.
Rodeado de hinchas, hombres de seguridad privada y policías, Boca despide una noche triste, en el mismo escenario en el cual hace un año se consagró campeón. Así es el fútbol. El plantel llegó a Aeroparque cerca de las 2 de la madrugada y de allí enfiló al hotel Madero. Allí durmieron y hoy, desde las 11, se entrenan a puertas cerradas en el complejo Pompilio.
Lejos del alocado festejo en el campo de juego, la salida de Rosario Central fue más silenciosa. Unos pocos fanáticos tuvieron premio a su larga espera detrás de las vallas y lograron dialogar con Marco Ruben y compañía. No era necesario que lo manifestasen con cánticos y gritos. La felicidad del plantel canalla era palpable en el aire.
Mientras, como si fuera un desconocido, Patricio Loustau atraviesa la puerta de salida y camina hacia el auto que lo llevará a su hotel. A diferencia de Diego Ceballos hace un año, esta vez no hay policías que lo escoltan ni hinchas que lo insultan. Junto a Loustau caminan sus asistentes. El árbitro superó un partido muy difícil y logró el objetivo: nadie se quejó de su trabajo. Incluso, Daniel Angelici se acercó al vestuario arbitral para saludar a los jueces.
La masa de hinchas se desconcentra, los vallados policiales se levantan, la ciudad vuelve a la normalidad al menos unas horas. Precisamente hasta que esta noche Ricky Martin haga delirar a sus fanáticas en el Orfeo.
Mientras tanto, Tevez sigue mirando fijo hacia la nada, desde la primera fila del nivel superior del micro xeneize, a un horizonte indefinido.
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