A uno le decían Zorro y al otro Cucurucho, y pinta de modelos de pasarela no tenían. En un momento, dada la sudorosa y arriesgada chamba, los ascendieron: además de ser ojos y oídos para su amo, ampliaron su oficio y se convirtieron en brazos y piernas (para empujar, para patear) del Gordo más simpático y famoso del país luego del amanerado Cassaretto. Así, el Gordo se veía más gordo. Ya no era uno sino tres. Ambos perros de presa fueron, además de celosos guardianes de su alma y espíritu, los encargados de abrirle paso a punta de empellones y amenazas contra cuanto personaje osara pifear y/o criticar a su benefactor.
Caso extraño el suyo: Alfredo Gonzales fue el primer presidente de un club de fútbol en el Perú que optó por contar con dos guardaespaldas sin uniforme sin haber recibido presiones conocidas por parte del gremio del hampa (llámense delincuentes, terroristas o secuestradores). Algo habrá hecho el Gordo Alfredo para que su lista de enemigos supere ampliamente a la de amigos y se vea obligado a que otros le cuiden las espaldas.
Y algo (mucho) fue lo que hizo. Una tarde que nunca olvida ingresó a Matute, risueño y provocador, tapándose la nariz con los dedos de una mano y flameando un pedazo de papel higiénico blanco en la otra. La gente grone se sintió humillada y reaccionó. Le decían de todo pero a él no le llegaba nada; para eso estaban sus canes. No contento con semejante ají en pleno plato aliancista, el Gordo demostró que el full contact le quedaba lejos, pero que se podía acercar al arte del pañuelazo cuando jaló de las mechas, empujó y aplicó puntapiés al dirigente victoriano Raúl Quiroga. Las escenas son, hasta el día de hoy, materia de análisis en las facultades de sicología, en primer orden, y de antropología, en el siguiente.
Esta boca es tuya
Y algo (mucho) fue lo que dijo. “Yo no me responsabilizo si mañana o más tarde los hinchas van a ... (dio una dirección) y le pasa algo al Doctor Delfino”. En 1999, enfurecido porque en su opinión los árbitros estaban perjudicando a su club, Gonzalez convocó una conferencia de prensa con la única finalidad de soltar los perros contra el mandamás de la FPF de ese entonces. En el colmo de su mala leche, el hoy reelecto presidente crema dijo que él no se hacía cargo por lo que le pudiera pasar a Delfino y a su familia, todo gracias a que se le había chispoteado -siempre ante una cámara de televisión- la dirección completita de su enemigo.
Esa actitud suya de inocencia interrumpida hizo que muchas veces se fuera de boca. Perlas hay y a borbotones. A saber: a Jorge Nicolini una vez lo amenazó a través de la prensa con ‘contar todas sus verdades’ (sic). De Ronald Baroni dijo que era un caballo y no un futbolista, y se cuenta que cuando el pelotero fue a encararlo, el Gordo se achicó todititito. De Markarián soltó que era un atado de nervios. De Luján Manera que los tranquilizantes lo tenían alterado. De Piazza que era racista. De Alberto Masías dijo que era un diablo disfrazado de cura. A Esidio lo echó del club cuando se enteró de que era portador del VIH. A Chemo del Solar lo calificó de ‘recogido’. Y si bien no se metió con Roberto Martínez, sí lo hizo con su ex esposa al llamarla bataclana.
Gonzáles ha dicho y hecho infinidad de cosas con un estilo bastante particular: regalaba sus insultos e improperios a través de los medios, nunca le entró al face to face a menos que tuviera a sus dos pitbull consigo. Adicto confeso del sarcasmo más grueso, el dirigente -hoy ilustre congresista del Movimiento de Carlos Boloña, afín al fujimorismo- lanzaba la piedra y escondía la mano, a la espera siempre de una respuesta que alimente su afán por irse de boca. Una especie de suicida sabedor que en la palabra cuenta con su mejor arma.
Cal y arena
Esa misma boca hoy lo traiciona. A lo largo de sus dos primeros periodos (1995-2001) soltó frases memorables. Por ejemplo: “vamos a captar 20 mil socios que nos darán ingresos de 400 mil dólares anuales”; hoy la ‘U’ no tiene un mango. Otra: “No venimos a servirnos de la U, sino a servir a la U”; hoy su honestidad como dirigente pende de un hilo. Una más: “Soy un revolucionario del fútbol peruano”; sólo sus escándalos le dan razón. Pero la que viene es la mejor: “Yo no vendo sebo de culebra. En tres años la ‘U’ le va a sacar tres décadas de ventaja al resto de clubes peruanos”; no hace falta decir nada, tienen derecho a reírse.
Pero no todas son perlas negras en la historia de este dirigente. Prometió construir el estadio Monumental y lo hizo (si la ‘U’ o Gremco es el dueño del recinto es algo que todavía está por definirse). Ofreció títulos y bajo su dirección los cremas alcanzaron el tricampeonato. Se trazó como meta resucitar la sede de playa del club Campo Mar y cumplió. Construyó las canchas para las divisiones menores (la Vidú) e intentó, aunque sin fortuna, poner a derecho todo el merchandising que mueve la ‘U’.
Si ganó la última elección fue porque, a diferencia de los otros tres candidatos, Alfredo Gonzáles sí sabe de fútbol. Verlo, analizarlo y sacarle el jugo. Los hinchas lo quieren porque ha demostrado con palabras y actos (las mismas armas que usa la gente de la tribuna) que su corazón es crema por encima de cualquier reparo ético. Y eso para el tribunero y socio activo parece ser suficiente. Si robó o no, estafó o no, u orquestó un soborno, aparentemente no importa. El Gordo los ha convencido de que es capaz de dar la vida por el club y eso es suficiente. Te doy mi voto. Vuelve, quiero ser tricampeón. Si hasta Waldir Sáenz y Edgard Ospina comentaron alguna vez que “lo que le faltaba a Alianza era un Alfredo Gonzales”.
Estudió en el Markham y se graduó de ingeniero en la Universidad Agraria. Trabajó en el Banco Continental y zafó, tuvo una empresa pesquera llamada Santa Fishing y quebró, fue director de Edelnor y salió. Como a la mayoría de dirigentes, a Alfredo no se le conoce oficio conocido. Bah, es congresista. Y dice que se cachuelea con lobbys y a asesorías.
Ahora el Gordo dizque ha cambiado. Ya no se le ve con sus ex yuntas, los desaparecidos César Larrabure y Miguel Ciccia. Ya no habla de un Servicio de Inteligencia dentro del club (el SIU). Y seguramente ya no les mandará entradas de cortesía a los jueces procesados Percy Escobar y Rodríguez Medrano, ni a Grace Riggs, ex abogada del Doc. Todo vínculo con el régimen anterior, del que él fue un constante aleteador de cortinas de humo, lo ha guardado en el mismo baúl donde asegura haber depositado el traje de Alfredo Más Atroz, su alter ego futbolero.
Hoy difunde un lema que bien podría conocerse como ‘Paz, Amor y Fútbol’. Enarbola la bandera de “No a la violencia” y hasta pareciera que en realidad es otra persona encerrada dentro de ese voluminoso cuerpo. Quiere dejar de ser Gollum y convertirse en Smeagol.
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