Si de la época de oro del ping pong peruano hablamos, aquella de fines de los años 80 con participación olímpica incluida, el nombre de Mónica Liyau aparece de inmediato. Hoy, tras superar un complicado trance de salud, empuña de nuevo la paleta desde otro ángulo de la mesa.
—¿Cómo así vuelves al deporte que te dio fama?
Es increíble cómo uno repite, de manera inconsciente, lo que le pasó de chico. Así como mi papá, llevé a mi hijo menor el año pasado a una academia de ping pong, y entonces en vez de solo mirarlo me puse a jugar.
—Y fue ahí que llega la noticia que te remece.
Así es. En un chequeo médico me descubren algo raro: era cáncer de endometrio en grado incipiente. Me sacaron el útero y los ovarios.
—¿Y después de eso?
Pasé 10 días terribles, que no se los deseo a nadie, hasta que poco antes de la Navidad del año pasado me dijeron que la patología había remitido y que no necesitaba quimioterapia ni radioterapia. Igual cada tres meses me chequeo, con el cáncer es así.
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