Se va haciendo costumbre la intensidad que muestra Alianza Lima en cada partido. Es un equipo que corre, presiona e intenta jugar; sin embargo, no todo es perfecto, porque en esa búsqueda del gol hay errores que pudieron evitarse. Pero vayamos al inicio. Los íntimos avisaron primero al arco de Carvallo. Fue Juan Pablo Freytes quien tomó la lanza por izquierda, cruzó su remate y el arquero ‘poeta’ despejó la pelota al córner. No había pasado más de 7′ y la superioridad blanquiazul ya era evidente. Incluso, Cabellos falló una oportunidad clara cuando penetró el área rival por el medio, tras pase de Ricardo Lagos, y exigir otra vez al guardameta trujillano. Todo peligro era del local.
Pero el fútbol no conoce de justicias y premia la efectividad. Sobre los 20′, un error de Jiovany Ramos generó un ataque claro de Vallejo. Óscar Barreto tomó el balón y descargó hacia el costado con Yorleys Mena, quien metió el centro al primer palo de Franco Saravia y allí apareció el colombiano para romper la paridad. El Estadio Nacional, que fungía de Matute, se quedó en silencio. El asombro era inevitable y los fantasmas volvieron otra vez. El equipo de Roberto Mosquera había despertado los miedos en Alianza Lima, que ahora tenía todo cuesta arriba para lograr un buen resultado. Pero los equipos grandes están hechos de otro corte, ese que hace imposible renunciar a la victoria cuando hay convencimiento en la idea de juego.
No hubo más remedio que pisar el acelerador, aumentar un cambio más y encontrar el empate antes de finalizar el primer tiempo. Y mientras los blanquiazules avivaron la llama de la peligrosidad, creció la figura de Carvallo. De hecho, el arquero evitó hasta cuatro ocasiones claras de gol antes del 1-1. A las de Freytes y Cabellos, se sumaron los intentos fallidos de Arregui y Barcos. Pero Cecilio Waterman no perdonó. A los 39′, Serna llegó hasta el fondo del campo contrario y sacó un centro al punto de penal, donde el atacante panameño conectó un cabezazo que colocó la paridad y alejó cualquier ánimo de catástrofe.
Ese gol fue un aliciente para Alianza Lima. Era importante irse al descanso con el 1-1, porque permitió tomar otro impulso. Cuando el partido se reanudó, Roberto Mosquera replanteó su sistema y propuso otro libreto, uno más ofensivo y con tenencia de balón. Sin embargo, fue precisamente allí cuando los íntimos golpearon fuerte. Cabellos revisó su repertorio, alzó la cabeza y clavó un derechazo que causó la explosión del estadio. Golazo de un pibe que está para cosas grandes. Porque no solo es la calidad técnica que posee, también destaca por su despliegue físico y la intensidad que le pone a cada jugada. Corre, juega e intenta asistir. Y esta vez tuvo una labor sacrificada en la marca, dado que no tenía al costado a Jesús Castillo, sino unos metros más adelantado a Sebastián Rodríguez.
Con el 2-1 a favor y ese truco de magia de Catriel, Alianza Lima pudo respirar mejor. Pudo complicarse el partido tras la expulsión de Arregui, pero el equipo mantuvo el orden y el dominio. Fue atacado en los minutos finales, aunque sin mucho éxito. Es más, Barcos pudo estirar la ventaja y falló una ocasión clara para el tercero. Lo mismo con el remate al palo de Zanelatto y la mala definición de Serna. En síntesis, este Alianza Lima genera y lleva peligro; pero si a esa propuesta le agrega eficacia, sería otro equipo. Igual, todo recién empieza y la ilusión es tan grande como las ganas de campeonar.
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