Seis millones de habitantes. 2036 muertes violentas en los primeros cuatro meses del año. 800 favelas. 38.461 casos de robos en las calles reportados entre enero y abril. Un promedio de 19 muertes violentas por día y un asalto a peatón, pasajero o conductor de vehículo cada tres minutos es el crudo panorama que hoy ofrece Río de Janeiro, la ciudad brasileña que en 61 días albergará los Juegos Olímpicos.
Para una urbe que aspira a recibir 450 mil turistas durante los juegos que concitan la atención mundial, la contundencia de estas cifras, reveladas hace 18 días por el Instituto de Seguridad Pública de Rio de Janeiro, no pudo llegar en peor momento.
Y como si faltara un elemento para hacer más trágico el panorama de seguridad, el fin de semana pasado se conoció un caso que enlodó aún más la imagen de la ‘cidade maravilhosa’: la divulgación de un video en el que más de 30 hombres abusan sexualmente de una chica de 17 años y que desató una ola de indignación mundial. La brutalidad de esta acción develó que las violaciones en Brasil no son una novedad, ya que las autoridades registran un abuso sexual cada once minutos o una media de 48.000 violaciones por año.
Las inquietudes que surgen hoy es si realmente Rio está preparada para ofrecer seguridad a los miles de turistas que llegarán y qué tanto estos hechos afectarán la afluencia de visitantes.
¿Qué pasa en Rio?
Aunque algunos expertos advierten que la violencia en las calles está íntimamente ligada a la corrupción y a la crisis política que vive el país, el analista internacional Juan Albarracín, candidato a doctor de la Universidad de Notre Dame, en Indiana, explica que si bien la violencia criminal es un grave problema en Brasil, como en muchos países latinoamericanos, la crisis política actual y la violencia no están directamente relacionados. “A la crisis política contribuyeron muchos factores como decisiones de élites políticas, la crisis económica, la posible polarización de partes del electorado, entre muchas otros. Sin embargo, la violencia y la crisis económica sí pueden ser vistas como síntomas de problemas más estructurales de la democracia brasileña”, advierte.
El periodista Jaime Ortega, quien vivió en Brasil durante 15 años, y en la actualidad es director de la Agencia EFE en Bogotá, afirma que Rio tiene graves problemas de seguridad, que sin embargo no son tan diferentes a los de las grandes ciudades latinoamericanas. “Lo que pasa es que por ser una ciudad sede de tantos eventos deportivos y tan turística, siempre está en los ojos de todo el mundo”.
Ortega dice que la gran problemática de Rio está en los cinturones de pobreza que florecieron en las montañas de la ciudad y que son conocidas como las favelas. Allí, en donde vive un tercio de los seis millones de habitantes de Rio, el narcotráfico tiene una presencia significativa que se ha hecho más fuerte en la medida que muchos policías se convirtieron en sus aliados para facilitar la venta de droga.
Fue precisamente en una de estas ‘villa miseria’, una favela cercana a la Plaza Seca, zona oeste de Rio de Janeiro, controlada por grupos de narcos, al parecer aliados con policías corruptos, donde ocurrió la violación de la joven de 17 años.
Uno de los principales compromisos de la Gobernación de Rio, cuando la ciudad fue escogida como sede de los Olímpicos, fue la pacificación de las favelas. Para ello, recuerda Ortega, en el 2008 se anunció la creación de las Unidades de Policía Pacificadora, UPP, que tenían como misión entrar a sangre y fuego en las favelas para desalojar a los narcos y luego conformar una policía comunitaria que trabajara de la mano con los habitantes de estas zonas.
Sin embargo, ocho años después y luego de que se crearan 38 de esas unidades en 264 favelas, los resultados no son los que se esperaban a dos meses de la realización de los Juegos. De hecho, muchas de las quejas provienen de los mismos habitantes de las favelas, quienes la mayoría de veces quedan en el fuego cruzado de los enfrentamientos entre bandas de narcos y la misma policía.
Esos intentos de recuperación a sangre y fuego han derivado en hechos trágicos que han conmocionado a la ciudad y al país entero, como la tortura y desaparición en 2013 de un joven llamado Amarildo, que vivía en la favela de Rocinha o la muerte en abril del año pasado del niño Eduardo Jesus, quien tenía solo 10 años cuando recibió un tiro en la cabeza mientras permanecía sentado en la puerta de su casa.
El aluvión de críticas, entonces, no ha tardado en llegar. El jueves pasado, Amnistía Internacional, AI, denunció que las autoridades brasileñas implementaron para los Juegos Olímpicos de Rio las mismas políticas de seguridad “mal concebidas” que aumentaron las muertes de civiles a manos de la Policía en el Mundial de Fútbol de hace dos años.
Atila Roque, director de AI Brasil, fue contundente en su análisis y dijo que cuando Rio se adjudicó en 2009 la organización de los Olímpicos de 2016, las autoridades prometieron mejorar la seguridad para todos. “Pero desde entonces hemos visto que la policía ha matado a 2.500 personas en la ciudad y hay muy poca justicia”.
Para el delegado de AI, el evento deportivo no puede ser una justificación para sembrar el terror en las favelas. “Parece que Brasil ha aprendido muy poco de los grandes errores que cometió durante años en materia de seguridad pública. La política de disparar primero y preguntar después ha convertido a Rio en una de las ciudades más letales del planeta”, sostiene, de manera sombría, Atila Roque.
En lo que va del año también se ha registrado un aumento del número de robos y asaltos en las calles, que subieron un 23,7 %, hasta 38.461 casos entre enero y abril de 2016.
“Estamos listos”
Sin embargo, a pesar de las críticas por los excesos policiales y el aumento de la criminalidad por cuarto mes consecutivo, el secretario regional de Seguridad Pública, José Mariano Beltrame, asegura que la ciudad estará lista para garantizar la tranquilidad de los deportistas y de los miles de visitantes esperados en agosto.
Analistas sostienen que el deterioro en la seguridad se debe a que Rio enfrenta una grave crisis financiera producto de la caída en la recaudación de impuestos, especialmente los provenientes por regalías petroleras y por la contracción económica, lo que ha obligado a reducir gastos en vigilancia.
En un arranque de honestidad, el Secretario Regional de Seguridad Pública aceptó que parte del aumento de la violencia en Rio se produjo por la reducción de horas extras trabajadas por la Policía y por la disminución de la vigilancia policial.
Pero el gran interrogante es si esta situación afectará la llegada de visitantes a la ciudad sede de los Juegos.
El analista Juan Albarracín sostiene que los patrones de violencia criminal en Brasil han cambiado mucho en los últimos años y si bien Rio tiene altas tasas de muertes violentes (24 por cada cien mil habitantes en el 20014), estas son más bajas que una ciudad como Cali. “Las llamadas Unidades de Policía Pacificadora, la estrategia de Rio en este frente, no lograron generar más seguridad para todos sus habitantes de una manera sostenible. Hoy se repiten los mismos errores del pasado en materia de seguridad pública”.
Los Juegos Olímpicos de Rio 2016 se llevarán a cabo desde el 5 al 21 de agosto. Se esperan más de 10.500 atletas olímpicos y 4350 atletas paralímpicos.
A pesar de ello, Albarracín se muestra confiado en la experiencia de Rio para asumir grandes eventos deportivos. “Espero que la situación política, la violencia y el zika no afecten la llegada de turistas. Tengo la seguridad que los Juegos Olímpicos serán una gran fiesta y que los cariocas recibirán a los turistas muy bien. Para los turistas, Rio de Janeiro es una ‘cidade maravilhosa’”, enfatiza el analista.
La socióloga Viviam Stella Unas, Jefe del Departamento de Pedagogía de la Escuela de Ciencias de la Educación de la Icesi, es más cruda y sostiene que no cree que las noticias sobre la violencia en Rio afecten la llegada de turistas durante los juegos olímpico, incluso, a pesar del impacto mundial que generó la noticia del abuso sexual a la joven de 17 años. “La noticia será olvidada prontamente. La superará un escándalo mayor, en otro lado del mundo.
A esto se suma que se trata de una chica joven, pobre, con la que difícilmente las turistas se identificarán. Sentimos pena por ella, claro, pero no empatía. La sensación de ‘podría pasarme a mí’ se disuelve en la singularidad del caso… Lo olvidaremos o, lo peor, lo recordaremos como una anécdota macabra”.
Jaime Alves, PhD en Antropología de la universidad de Austin-Texas e investigador del Centro de Estudios Afrodiaspóricos de la Icesi, considera que estos hechos de violencia no van a afectar la llegada de turistas, “pero ojalá lo hicieran, porque si los turistas fueran conscientes no se hubiera financiado el exterminio de la juventud negra en las favelas brasileñas, como lo hizo la policía durante el Mundial en 2014 para la seguridad de ellos. Un turismo consciente sería uno que rechazara los Olímpicos porque este evento deportivo tiene la violencia de género, el racismo y la criminalización de los pobres como su marca central”.
Lo cierto es que a pesar de las críticas las autoridades de Rio dicen estar listas para afrontar su mayor reto deportivo. Cerca de 65.000 policías y 20.000 soldados se desplegarán para garantizar el normal desarrollo de las justas, en la mayor operación de seguridad en la historia de Brasil. Esto incluye además un despliegue de personal militar para encabezar, durante la actividad deportiva, una toma de las favelas más conflictivas. Las famosas playas de la ciudad, como Copacabana, Ipanema, Arpoador y Botafogo, entre otras, tendrán un dispositivo con tropas de élite para evitar los ataques conocidos como ‘Piraña’, una modalidad de robo masivo que consiste en que un grupo de jóvenes ataca en grupos despojando a los bañistas de sus pertenencias.
Encomendados al Cristo Redentor del Cerro de Corcovado, la ‘cidade maravilhosa’ sueña con hacer los Juegos Olímpicos ‘o maior da história’.
*Texto elaborado con apoyo de Agencias