Hace 30 años, Gabriel Omar Batistuta volvió a ser el gran héroe de una consagración argentina. El 4 de julio de 1993, la Selección dirigida por Alfio Basile ganó su segunda Copa América, repitiendo en Ecuador lo que había conseguido dos años antes en Chile. Fue un torneo duro, en el que la Selección Argentina encontró en muy pocos momentos su mejor juego y terminó imponiéndose más por jerarquía individual que por el trabajo colectivo.
Bati, la gran esperanza de un país que todavía extrañaba mucho a Maradona (después del Mundial 90, Diego había jugado únicamente dos partidos contra Brasil y Dinamarca en febrero de 1993), tuvo una Copa igual de difícil y con los mismos claroscuros que todo el equipo. Argentina llegó a la final empatando la mayoría de los partidos, y el Batigol no aparecía. Hasta que en el partido decisivo apareció a su manera, con remates inatajables para que la Selección se llevara el título.
Batistuta llegaba a la Copa América con el agotamiento de la que fue la peor temporada de la Fiorentina durante su paso por el fútbol italiano. “Mentalmente estoy un poco saturado”, advirtió al sumarse al plantel de Basile.
La Fiore acababa de descender y en la temporada siguiente él iba a tener que jugar en la Serie B, algo que ya había confirmado descartando versiones de transferencias, incluso una que hablaba de una posible vuelta a Boca. “Pero acá, en la Selección -dijo- me siento distinto”.
Saturado o no, ya en el debut destrabó el partido contra Bolivia, a su manera. Pescó un cabezazo largo enviado por Ruggeri desde atrás de la mitad de la cancha, se coló entre los dos centrales rivales y definió preciso por arriba del arquero, dándole el 1-0 a Argentina.
Después de ese comienzo relativamente auspicioso, vinieron cuatro partidos seguidos en los que el Bati no hizo ningún gol. Nunca antes había tenido una racha así en la Selección y solo una vez le volvería a ocurrir, pero en amistosos.
El mismo daba un diagnóstico de la situación sin eufemismos ni dibujos. “No podemos seguir así”, dijo después del 1-1 contra México. Después de Colombia (otro 1-1) fue aún más duro: “En la colaboración defensiva estoy cumpliendo pero ofensivamente mi actuación dejó mucho que desear”.
Faltaban dos partidos más de sequía. En el de cuartos de final contra Brasil (también 1-1) ni siquiera llegó a patear en la definición por penales porque Basile lo reemplazó por el Beto Acosta en el segundo tiempo. Tras la semifinal (0 a 0 con Colombia), Bati seguía sin encontrar respuestas. “Estoy ahogado, hago dos piques y digo basta, no puedo reaccionar”, se lamentaba.
Quedaba una chance, el 4 de julio: la final. Enfrente, nuevamente México.
Pudo haber sido un eslabón más en la mala racha, pero el destino de Bati no era ese. “Iba a pedir el cambio, no podía más, estaba muy cansado y a los diez minutos del segundo tiempo empecé a sentir una fatiga enorme”, contó después de la consagración. Pudo más su voluntad: “Me hubiese dolido mucho salir de la cancha, por eso seguí”.
A los 10 del segundo tiempo no daba más se quería ir. A los 18, a pura potencia hizo volar por el aire al defensor que quiso atorarlo, se metió en el área por la derecha y definió fuerte y abajo, al primer palo de Jorge Campos. Once minutos más tarde recibió en el área un lateral rápido de Simeone, enganchó y esta vez definió de zurda y al otro palo, para darle el 2-1 y el título a la Selección Argentina. “Me gustó más el segundo -dijo más tarde-, pero porque sirvió para ganar, por el bicampeonato”.
Con los tres goles que convirtió en el campeonato disputado en Ecuador, Bati llegaba a nueve en la Copa América. Serían 13 en total, con otros cuatro que marcó en Uruguay ‘95, y 54 en la Selección, una marca que recién sería superada por Lionel Messi en 2016.