Los ojos del atletismo miran hacia un castillo del siglo XII situado en Baviera. Allí, en el Estado alemán que tiene a Múnich por capital, el mago Hans-Wiljelm Müller-Wohlfahrt tiene su prestigiosa clínica y en ella trata de recomponer la pierna izquierda de Usain Bolt, el hombre más rápido del mundo. Objetivo: que llegue a los Mundiales de Pekín (22 a 30 de agosto) y que, además, compita en ellos en condiciones de renovar sus títulos.
El jamaicano tiene “la articulación sacroilíaca bloqueada, lo que restringe sus movimientos y crea una presión en la rodilla y el tobillo”, según el diagnóstico médico. Y se encomienda estos días en Múnich a un gurú de la medicina que ha atendido a muchos deportistas de élite (Bode Miller, José María Olazábal, Paula Radcliffe, Tyson Gay, Maurice Greene...) y que fue médico jefe del Bayer Múnich hasta que lo dejó por discrepancias con Pep Guardiola.
Ricky Simms, mánager del caribeño, declaró a la agencia DPA que se espera que “la próxima semana ya pueda estar entrenándose al máximo. Pasará los próximos días en Múnich para tratarse y después retomará sus entrenamientos para defender los títulos en los Mundiales de Pekín”. Mucho optimismo, pero... Ya la temporada pasada Bolt tuvo persistentes problemas de lesiones, hasta el punto de hacer sólo unas pocas carreras, algunas más de exhibición que otra cosa. Pero no era un año trascendental, porque ni había Juegos Olímpicos ni Campeonatos Mundiales.
Pero ahora se juega la supremacía mundial en la velocidad y, además, cuando sus problemas físicos (quizá más graves de lo que se dice) coinciden con la apoteósis del estadounidense Justin Gatlin, que a los 33 años está haciendo las mejores marcas de su vida, más valiosas, incluso, de los que consiguió en la época en que estaba dopado.