Conocí a Omar Quintana Baquerizo a inicios de la década de los años 60, cuando él empezaba a brillar en el básquet porteño y nacional. Me lo presentó ese recordado dirigente que es César Gamarra afuera del coliseo Huancavilca. Conversamos algunas veces en mis comienzos en el periodismo, pero la relación se hizo más cercana a partir de 1969 cuando, siendo uno de los mejores basquetbolistas del país, Omar fue llamado por la Liga Deportiva Estudiantil (LDE) para jugar como refuerzo en el Campeonato Sudamericano de Clubes Campeones, en Guayaquil.
LDE tuvo una extraordinaria actuación y se quedó con el subtítulo tras una peleada final con Corinthians, monarca de Brasil. En una cena de celebración charlamos largamente junto a Víctor Andrade Zavala, el ejemplar conductor del proceso victorioso, y el chileno Ernesto Brunett, ayudante del director técnico ligado Juan Zerega.
Omar Quintana (10) como refuerzo de LDE, cedido por Emelec, fue subcampeón del Sudamericano de Clubes.
Renovamos nuestras charlas cuando Omar, en 1979, pasó a ser presidente de la Comisión de Fútbol de Emelec. Era un hombre apasionado por lo que creía; de temperamento a veces explosivo lo que le causó, en algunas ocasiones, serios conflictos en las canchas. Pero nadie puso en duda jamás su conocimiento del medio ni su sentido de disciplina. Armó un equipo con Miguel Onzari, Juan Manuel Sanz, Ricardo Armendáriz, Carlos Torres Garcés, Lupo Quiñónez, José Marcelo Rodríguez, Miguel Cedeño, Carlos Horacio Miori y otros destacados jugadores, y con ello logró el título para los eléctricos luego de siete años de espera.
Sus capítulos triunfales en Emelec fueron varios, pero las disidencias internas lo apartaron de la Comisión de Fútbol en 1980. Fue entonces que decidió adoptar otro club, el 9 de Octubre, que presidía entonces Gustavo Mateus Ayluardo. Tomó al equipo en la serie B y en 1981 lo llevó a la división de honor. “Me gasté ese año un millón de dólares, cifra nunca vista en nuestro fútbol”, me contaba. Trajo al país al arquero argentino Óscar Pezzano, de Estudiantes de La Plata; al brasileño Kléber Ribeiro, estrella de Fluminense de Brasil; al puntero derecho Osní de Oliveira, que quedó en la historia; y fichó al goleador del Everest, el paraguayo Miguel Adolfo López. Llegaron también, durante ese lustro de Quintana con los octubrinos, el volante Gonzalo Cárdenas, el zaguero central Orly Klínger, el volante de marca Belford Párraga y el puntero izquierdo José Valencia. “Con ese equipo, y con la conducción de Otto Vieira, llegué a golear a Barcelona 4-1!”, recordaba siempre (fue en Los Chirijos, de Milagro, en 1981; con dobletes de Nelsinho y Jorge Amores).
En 1982 incorporó a 9 de Octubre nada menos que a Jair Ventura Filho, el gran Jairzinho, campeón mundial con Brasil en México 1970. Y en 1985 trajo al célebre defensa Roberto Mouzo, uno de los mayores símbolos de Boca Juniors. De los grandes futbolistas nacionales incorporó al milagreño Hamilton Cuvi, número 10 auténtico, lleno de técnica e inteligencia. En 1984 y 1985 los octubrinos jugaron la Copa Libertadores de América como subcampeones de Ecuador.
“Dejé al 9 de Octubre porque me costaba demasiado dinero. Llegué a jugar los partidos en Los Chirijos, de Milagro, y en el Olímpico Atahualpa, pero las taquillas eran pobres”, nos contó Omar, quien le legó a ese club varios campeonatos provinciales de básquet y béisbol.
Un bicampeonato
Pero volvió a Emelec en 1997 como presidente de la Comisión de Fútbol hasta el 2003 para lograr el bicampeonato 2001 y 2002 con un grupo, como base, al que se llamó ‘Los Extraterrestres’ (Daniel Viteri, Moisés Candelario, Otilino Tenorio, Luis Moreira, Carlos Hidalgo) y los goles del artillero Carlos Alberto Juárez. “Aquella fecha final del 2002 y el gol de (Augusto) Poroso (para vencer 2-1 al Aucas, en el Capwell, y coronarse) por poco me provocan un infarto”, solía recordar.
Quintana fue no solo un aficionado al básquet, deporte en el que destacó con intensidad, y el fútbol, en el que incursionó como dirigente. Mientras estuvo en Emelec también fue ferviente apoyador del boxeo, TKD y de la natación. Tomó a su cargo la piscina del Centro Cívico, hoy destruida, le dio la dirección del equipo eléctrico a Roberto Frydson y se cansó de ganar campeonatos provinciales y nacionales.
Fue un ardoroso patrocinador del trabajo del club del exboxeador y entrenador Raúl Gamboa. Auspició el levantamiento de un moderno gimnasio situado a media cuadra del Capwell, donde anualmente se realiza la Copa Omar Quintana Baquerizo. Sin embargo, un episodio singular de su vida en el deporte se escribió cuando incursionó como promotor del boxeo profesional. Tomó a su cargo una cuadra en la que sobresalía Alberto Herrera Loayza, un púgil excepcional, junto a Héctor Cortez y Rafael Anchundia. Pronto Omar hizo conexiones importantes en el mundo de la fistiana y a fines de 1976 logró que Pepe Cordero, mánager del boricua Samuel (Sammy) Serrano, aceptara hacer la primera defensa de su corona de los ligeros júnior ante Herrera, en Guayaquil. Sammy Serrano había logrado el título al vencer al filipino Ben Villaflor en combate realizado en San Juan, Puerto Rico.
El 15 de enero de 1977, en el coliseo Voltaire Paladines, Omar Quintana estuvo a punto de ser el primer promotor ecuatoriano en llevar a un boxeador nacional a una corona del mundo. En su primera defensa del cetro, en el asalto inicial, Serrano se vio sorprendido por un derechazo de Herrera y se fue a la lona. Pocos apostaban a que se levantaría, pero el isleño se defendió amarrando a Herrera hasta recuperarse y ganar luego por nocaut técnico.
En 1979 gestionó la primera publicidad que tuvo Emelec en su camiseta (Icesa) y fue campeón.
En una cena, después de la pelea, que tuvimos con Serrano, Pepe Cordero, Marco Aguirre y el árbitro mundial y cantante Walter Cavero, el campeón boricua nos confesó que recién había recuperado la conciencia en el cuarto asalto. “Perdí la oportunidad de tener un campeón del mundo y también perdí mucha plata en esa pelea. Esa noche decidí retirarme (del boxeo)”, dijo Omar cuando le recordamos aquel tropiezo.
El club Quintana
Omar Quintana fue siempre reconocido como “un amigo de los amigos” por su espíritu generoso y solidario. Una tragedia familiar suavizó mucho su temperamento en los últimos años. Nuestra amistad se hizo más sólida cuando decidió construir un complejo natatorio y fundar un club en memoria de su hija, Diana Quintana Noboa, quien fue una excelente nadadora, seleccionada nacional. Las conversaciones se hicieron cada vez más largas. Su club fue un éxito: quince títulos nacionales desde su fundación.
Mucho de nuestra charla se concentraba en la historia de nuestro deporte. Un día me lanzó un directo: “Cuándo escribes la historia de nuestra natación”. Le conté que era mi sueño largamente elaborado. “Escríbela, mi club la va a patrocinar. Publiquémosla”. Me puse a trabajar intensamente y a fines de noviembre anterior lanzamos una edición muy elegante, en 368 páginas y 213 fotografías. Cuando vio el libro que recién salía de la imprenta, Omar quedó tan entusiasmado que sus primeras expresiones fueron: “Hermano, vamos a dedicarnos a revivir la historia deportiva guayaquileña. Vamos a hacer ahora la historia de nuestro básquet y seguimos con la del béisbol”.
La del básquet ha quedado de 1924 a 1963. La pandemia mortal me tiene anclado en Estados Unidos. Omar, novísimo apasionado ahora por la historia, se ha despedido para siempre. Que Dios le permita a Omar sentarse a su diestra y gozar de la bendición divina. (D)