La implacable segadora llegó en puntillas. Nadie advirtió su presencia siempre puntual, velando invisible sobre aquel caballero que, en un sofá de su sala, miraba por TV un partido Universidad Católica-Barcelona, desde Quito (triunfo torero 2-1). La guadaña se movió silenciosa aquel mediodía de hace dos años, y la afilada hoja cortó los hilos que ataban a la vida al querido Fausto Montalván Triviño. Reclinó la cabeza sobre el mullido espaldar y empezó su viaje a la gloria. No digo a la leyenda porque ese tránsito ya lo había hecho en vida, desde que llegó en 1945 a militar en el modesto Barcelona Sporting Club de entonces, que empezaba a poner los primeros ladrillos de la idolatría. Cuando fueron a despertarlo, Fausto ya no era de este mundo.
En Guayaquil y Vinces la noticia se esparció como hojas otoñales llevadas por una ventisca. ¿Fausto? Imposible, si tenía una salud de roble a sus más de 90 años. Si jugaba voleibol dos veces a la semana en el Club Nacional. Si se cuidaba, si era un hombre de costumbres sobrias, alejadas de vicios y desarreglos. Unos días antes lo había encontrado en el Centro Comercial Albán Borja y con su chispeante humor de siempre me contó que en su última cita médica el galeno no le había recetado ningún medicamento porque su salud era la de un automóvil alemán de alta gama y último modelo.
Su funeral fue un río de lágrimas y gestos de intenso dolor. Su Vinces natal lo tenía como un héroe deportivo. Esa ciudad tan llena de estrellas: Justo Cuto Morán, crack del básquet con la divisa nacional, la del Guayas, Athletic y Emelec; y su hermano Miguel, el popular Chacarita, que jugó a gran nivel en el Guayaquil Sporting; Roberto Mosquera, gran nadador de nuestras selecciones en finales de los años 30; Jaime Ubilla Morán, inolvidable capitán del Emelec que conquistó tres títulos en dos temporadas y fue el primer campeón nacional en 1957; Agustín Fuentes Rizzo y Fausto Perico Fuentes Morante, seleccionados nacionales y campeones grancolombianos de natación en 1961; Bonifacio Morán, campeón sudamericano de béisbol en 1966 y ganador de varios títulos con la casaca de Barcelona; y Manuel Pescadito Bustamente, seleccionado ecuatoriano de básquet.
¿Me falta alguien? Seguro que sí, pero ya no está don Inocente Carriel Pincay para que me refresque la memoria, ni puedo localizar a Pedrito Mata Piña, el Memorioso, ciudadano honorario de Vinces.
Fausto Montalván Triviño llegó a Guayaquil a inicios de la década del 40 y lo matricularon en el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte, como ocurría con todos los jóvenes que se respetaran. Por esos años el campeón, Panamá Sporting Club, había abierto la que fue después la Escuela de Cadetes que dirigían Pablo Ansaldo Garcés y Dantón Marriott Elizalde. Cientos de chiquillos fueron a inscribirse para aprender a jugar fútbol en las polvosas canchas de la Atarazana. Allí nació la más grande generación de estrellitas que se haya conocido en nuestra historia. “Solo teníamos dos balones y éramos una legión”, recordó Fausto en una reunión en la Asociación Barcelona Astillero, en la que era socio de honor y a cuyas sesiones no faltaba nunca.
La compañía de Fausto entre los cadetes era de lujo: Galo Solís, Enrique Cantos, Jorge Cantos, José Pelusa Vargas, Ángel Isidoro Chévez, Nelson Lara, Luis Casabona, Segundo Machuca, Julio Rodríguez, y poco después Enrique Romo, Manuel Valle y Luis Ordóñez. Todos llegaron a jugar en primera categoría.
Montalván era, al momento de su deceso, el más antiguo de los deportistas vicentinos. Fue centro medio y capitán de la selección del centenario plantel en la que estaba también un gran arquero vinceño: Onésimo Fuentes. Ya era su destino ser capitán, distinción ganada por su ascendiente sobre sus compañeros, su carácter, su calidad y su entrega sin renunciamientos.
En 1944 pasó a Barcelona llevado por sus parientes lejanos, los Muñoz Medina. Debutó en Milagro ese año ante Unión Deportiva Valdez en el puesto de alero derecho. En 1945 Panamá hizo debutar a varios de sus juveniles en el torneo federativo y Fausto integró la línea media con Manuel Valle y Federico Muñoz Medina. Ya se hablaba de un conflicto entre los dirigentes panamitos al inicio de 1946. Federico Muñoz dejó su puesto de centro medio a Montalván y pasó a presidir el equipo del Astillero. Junto con su hermano Jorge, un brillante entrenador, convencieron a Fausto para que gestionara el pase de los cadetes a Barcelona. La personalidad de Fausto fue fundamental y los jóvenes del club Panamá se le escaparon de las férreas manos de Dantón Marriot y se fueron a Barcelona. Ese 1946 habían llegado Sigifredo Agapito Chuchuca y Juan Benítez.
En 1947 Barcelona, reforzado ya por nuevos jugadores, y el aditamento del malabarista y efectivo Guido Andrade, se convirtió en un equipo de cartel. Ya no solo eran Emelec, campeón de 1946, y Norteamérica, que sería campeón de 1947, los equipos poderosos. Ahora tenían que vérselas con el renovado Barcelona que aparecía con una cualidad nueva: la garra, el coraje para voltear resultados; aquello de nunca darse por vencido. Una falsa historia cuenta que Barcelona era solo eso: entrega del último átomo de sudor. No es cierto. Barcelona era un equipo de juego atildado, fino. Basta recordar al mejor centro medio de la historia: Jorge Cantos, incomparable; a Galo Solís, a Enrique Pajarito Cantos, el inventor de “la bicicleta, la jugada más celebrada de la historia; a José Pelusa Vargas, el cerebral y atildado número 10 del Quinteto de Oro, al que niegan los enemigos de la historia; a José Jiménez y Guido Andrade, que desde las alas del ataque ponían los balones para el cabezazo, la palomita o el remate de botín de Chuchuca.
Con la llegada de Carlos Pibe Sánchez al centro de la zaga, complementado por el Zambo Benítez; con Romo en el arco y una línea media formidable que integraban Fausto Montalván, Jorge Cantos y Galo Solís, y la histórica delantera de Jiménez, Cantos, Chuchuca, Vargas y Andrade, Barcelona, el pequeño club del Astillero, se convirtió en un gigante. De repente se instaló en el alma popular que lo adoptó como ídolo indiscutible.
La guía, el gran capitán, fue Fausto Montalván Triviño. Constructor del equipo y conductor dentro de la cancha. Era el auxilio de todos por su despliegue y su calidad. Fue uno de los más influyentes forjadores de la idolatría. Vistió la camisa oro y grana hasta 1951 en que lo llamaron del Patria para hacer pareja con Héctor Sandoval. Ya estaba formada su convicción de ser entrenador y era el que manejaba el equipo apenas sonaba el silbato.
Hay tantas anécdotas que se pueden incorporar a un libro. Dejó de jugar en 1956 y dos años después era el ayudante de campo de Gregorio Esperón en el Patria campeón de 1958. Tomó el equipo en 1959 y lo hizo bicampeón. Tal vez las últimas veces que jugó, ya no fútbol sino índor, fue en los campeonatos internos de la Aduana, donde formó un curioso equipo llamado Chatarra por lo veterano de sus jugadores. La alineación era Juan Moreira en el arco; Fausto y Enrique López Dáger en la defensa, y en la delantera Pedro Mata, Rafael Bolita Mejía y Juan Marcos Valera. La enlutada segó la vida de Fausto, pero lo que no podrá jamás será sacarlo de nuestra memoria. (O)
Falleció en un sofá de su sala, mientras miraba por TV Católica-Barcelona. Fausto Montalván reclinó la cabeza sobre el mullido espaldar y empezó su viaje rumbo a la gloria".