“No sé si me pasa solo a mí, pero la Copa Libertadores, por alguna razón, no genera la expectativa de antes. Por ahí puede haber un buen juego, pero la gente se entera después. O la mira cuando llegan las finales. En este caso acá había interés por tratarse de Liga y porque venía Boca, pero en general se ha perdido ese fervor de otros tiempos”. Esto nos decía, antes del duelo Liga de Quito 0, Boca 3, Ricardo Vasconcellos Figueroa, jefe de Deportes de EL UNIVERSO. Fue el disparador de un tema interesante (e inquietante): ¿La Libertadores está perdiendo interés…? Es lo que se deduce de las consultas a diversos colegas sudamericanos.
Desde luego, esto no sucede en Argentina y Brasil, cuyos equipos son los grandes protagonistas del torneo. Allí sí la Copa mantiene altas audiencias. En los demás, la ilusión inicial se va desmoronando a medida que sus clubes van quedando eliminados. Buen ejemplo es Colombia, un medio importante por población, productividad de jugadores y pasión de sus hinchas, que debiera pelear en lo más alto, pero por tercera edición consecutiva los competidores colombianos desilusionan. En 2017 (tuvo 5 cupos) y este año no han logrado ir más allá de la fase de grupos. En 2018 apenas avanzó Atlético Nacional, pero no pasó de octavos de final. Poco para un fútbol que busca situarse como el tercero de América.
Gabriel Meluk, jefe de la página deportiva de El Tiempo, de Bogotá, coincide, el no luchar por los títulos reduce el amor por la Copa, “pero también hay otros motivos –dice–, la oferta global, que es más atractiva. Ahí nos damos cuenta de que el fútbol del tercer mundo es de tercer mundo. Antes, cuando no había televisión, la prensa, El Gráfico sobre todo y las radios con transmisiones apenas audibles, nos traían leyendas de partidos épicos, pero ahora que podemos verlos nos damos cuenta de que no son así. Honestamente, yo no puedo perder dos horas de mi vida viendo un Liga-Boca”.
Decíamos en nuestra columna del viernes que el poderío económico de las grandes instituciones brasileñas y argentinas genera una brecha profunda con los otros mercados de la región, que pierden posibilidades competitivas. Consecuencia: para los hinchas de esos demás países disminuye la atracción por la Libertadores. Quien no tiene esperanzas de ganar, no la sigue. Dábamos un ejemplo, el de Palmeiras, que recibe $ 20 millones anuales solo por poner a Crefisa en el frente de su camiseta. Otro: Boca tiene 140.000 socios que pagan religiosamente entre $ 14 y $ 24 mensuales, lo que le aporta unos $ 30 millones anuales en ese concepto. Pueden fichar, fichar y fichar… São Paulo le hizo un contrato a Dani Alves de 4,2 millones de euros cada doce meses. El presupuesto anual de todo un plantel en otros clubes del continente. Y ni siquiera juega la Copa.
Como decíamos, no se trata de quitarles cupos a los más potentes; eso sería nivelar hacia abajo; e igual seguirían ganando. Los demás deberían salirle al cruce, pero la desigualdad económica, hoy, lo torna imposible. Y no se avizoran cambios a corto plazo. “El público uruguayo, sobre todo los hinchas de Peñarol y Nacional, que forman el 90% de la afición, viven cada comienzo de Libertadores con bastante expectativa, pero eso se transforma, más pronto o más tarde, en frustración y hasta reproches, cuando sus equipos resultan eliminados –cuenta Luis Prats, periodista del periódico El País, de Montevideo–.
“Ambos clubes ganaron varias veces el trofeo, pero hoy parece un imposible ante las distancias económicas con argentinos, brasileños y varios países más. Y el hincha no se termina de convencer de esa desventaja. Después queda un largo trecho de Libertadores sin los colores de sus equipos, lo cual sin duda enfría mucho el interés, aunque algo se rescata si aparecen jugadores uruguayos en alguno de los clubes que definen la Copa o si se produce un hecho excepcional, como la final entre River Plate y Boca Juniors del año pasado”.
La visión peruana: “Por supuesto argentinos y brasileños se han ganado el derecho de tener más plazas, pero al margen de la justicia, se viene abajo la expectativa –piensa Ricardo Montoya, colega limeño–. Antes un Peñarol animaba, un Nacional de Uruguay, el mismo Nacional de Medellín… Pero son casos aislados. Normalmente llegan a la final un brasileño y un argentino, o dos argentinos o dos brasileños. Entonces termina siendo aburrido para los demás. Ni qué decir para los peruanos, que en materia de selección tenemos cierto nivel, pero nuestros clubes son muy malos. Además, nos hemos acostumbrado a ver el fútbol de play station de Europa y luego nos toca ver esto… Aún nos cautiva un poco la tradición de la Libertadores, el coraje con que se juega, pero calidad…”.
Chile es un país con estabilidad económica y ebullición empresarial. Sus clubes están privatizados y sus dueños son ricos empresarios. ¿Por qué entonces no figuran en los torneos internacionales? Seguro es el medio de peores resultados considerando su potencial financiero. “En Chile, la Copa siempre interesa porque es un torneo que atrapa. El debate acá es por qué los clubes, ahora sociedades anónimas, no logran discutir a nivel continental ninguno de los dos torneos de Conmebol” –dice Danilo Díaz, de radio ADN–.
“El cuestionamiento mayor apunta a los cuadros grandes, que a pesar de sus inversiones no son capaces de competir. Uno de los puntos es que se arman equipos para dejar tranquilos a los hinchas con muchos veteranos con patente de ídolos, pero que ya no están para luchar en las batallas coperas. Los clubes alegan que están contenidos porque en Chile no se puede gastar en remuneraciones más del 70% de los ingresos. Entienden que un fair play financiero es una alternativa. Ese argumento se cae a pedazos cuando Universidad de Chile es eliminado por Melgar o Colo Colo por Universidad Católica de Quito”.
En Bolivia, el panorama no difiere, comenta Ramiro Siles, editor de Deportes de La Razón, de La Paz. “La expectativa generalmente dura hasta la fase de grupos, que es adonde llegan nuestros equipos. Luego decae notablemente. El año pasado levantó en la final porque jugaban Boca y River, que acá tienen muchos seguidores. Que si eran dos brasileños o incluso un brasileño y un argentino, no hubiese sido igual. Ahora pasará lo mismo si se da la semifinal Boca y River, eso sí atrae”.
Tampoco ayudan los arbitrajes. Todos los sucesos polémicos de los partidos se saldan siempre a favor de los poderosos. Con VAR o sin él.
Lejos de acortarse, la grieta se va profundizando. Hay diez invitados a la fiesta, pero solo se divierten dos, los demás miran con caras largas. (O)
No se trata de quitarles cupos a los más potentes; sería nivelar hacia abajo; e igual seguirían ganando. Los demás deberían salirle al cruce, pero la desigualdad económica, hoy, lo torna imposible".