“Si Moscú te parece formidable, pues es nada comparada con San Petersburgo”, me asegura un amigo costarricense, que sigue aquí con su hijo a pesar de que su selección se marchó temprano. Allí, en La Ciudad de los Zares, tuvo lugar la esperada semifinal entre los dos equipos estelares del Mundial. Pero hasta el instante mismo de comenzar el juego sobre el césped inmaculado del Zenith FC, la tendencia universal en las noticias y en las redes sociales era la confirmación del pase de Cristiano Ronaldo a la Juventus, comunicada doblemente por ambas entidades.
Una de esas bombas que caen de tanto en tanto. En Italia saltan de alegría, las acciones de la Juventus en bolsa se han disparado, hasta los rivales del club bianconero se alegran pues levantará a la alicaída Serie A. La venta de camisetas juventinas marcará récords en Italia (también en otras latitudes donde CR7 es ídolo) y se reinstala el sueño de ganar la Champions.
En cambio la melancolía, muy comprensivamente, envolvió a buena parte del madridismo. Cristiano parece un jugador nacido para ese club, redondeó 9 temporadas espectaculares, marcó una época en la Casa Blanca y abandonó la sensacional pulseada que mantuvo con Messi en España en todos estos años. Un mano a mano entre dos colosos que el fútbol mundial no había visto nunca.
La cifra casi ridícula para el mercado actual de 105 millones de euros en que se concretó el traspaso es el factor irritante, porque significa que se va mal del club, como ya les ha pasado a Di Stéfano (se peleó con Bernabéu), Raúl y Casillas, grandes ídolos blancos. Pero la fina hebra que aún mantenía la tirante relación entre el jugador y Florentino Pérez se cortó definitivamente. El jugador pidió expresamente irse y el presidente casi que agradecido. No se llevaban. Él reclamaba aumento y cariño. El club ni se mosqueó, ni siquiera le hará una despedida; frialdad total. El tiempo dirá si el Madrid lo lamentará; muchos de sus hinchas están tristes, sobre todo por la forma en que se va; pese a todas las veleidades de Cristiano, era el jugador que levantaba las tribunas, aunque un gran porcentaje votó a favor de la transferencia en los medios. Y se oyeron muchos “que sí, que sí, que se vaya…”.
La Liga Española perdió a Neymar el año anterior, ahora se van Cristiano e Iniesta. Y en este Mundial, muchas de las figuras que brillaron (salvo Modric, Griezmann) juegan en Inglaterra. Queda Messi solo. Claro que el Real Madrid no largaría a una estrella como CR7 si no tuviera la certeza de traer otra, que en apariencia serían Mbappé o Neymar. En esto también se hizo una compulsa y el hincha votó mayoritariamente por el francés. A Neymar le desconfían. “Tiene la cabeza en cualquier cosa menos en el fútbol”, sería el resumen del pensamiento de la gente. Pero después de semejante notición hubo una semifinal del mundo. Y Francia pide paso en la tarima, quiere la Copa del Mundo.
Una Francia que viene de menos a más. En un grupo accesible, empezó burocráticamente con Australia (2-1), siguió tibiecita con Perú (1-0), convino un empate a cero con Dinamarca y arrancó con todo en octavos: 4-3 a Argentina, 2-0 a Uruguay y ayer 1-0 a Bélgica. No le ha sobrado nada en ninguno de los seis partidos. Acaso pasó una tarde medianamente tranquila con Uruguay, ganó caminando (la garra charrúa no compareció). Trabaja bien los resultados, Francia se acomoda al rival, ataca muy poquito y contraataca bastante.
Un equipo que parece más lujoso en los nombres que en el juego. En realidad, ha llegado a la final apoyado en una defensa fenomenal. El noble Hugo Lloris al arco, que aparece cuando se lo necesita; Pavard, Varane, Umtiti y Lucas Hernández firmes en el fondo. Y delante de ellos, haciendo horas extras siempre, el laborioso Kanté. En ellos seis y en el cerebral y fino Antoine Griezmann están los cimientos de su éxito. Además, Varane hizo el gol clave que puso en marcha el triunfo contra los Celestes y Umtiti le dio la victoria ante Bélgica. A esa defensa deben hacerle un monumento, una calle, algo.
Arrancó mejor Bélgica. Y al llegar a los 20 minutos marcaba una superioridad manifiesta: posesión de balón, dominio territorial, presión sobre el adversario y llegadas. Un zurdazo bajo y cruzado de Hazard desviado por cuatro o cinco pastitos; otro remate de Hazard, esta vez de derecha, que iba directo a un ángulo alto y lo salvó Varane rozándolo con la cabeza. Y luego un tiro de zurda de Alderweireld, que obligó a otra milagrosa atajada de Lloris, quien lleva dos de este calibre, la otra ante Uruguay. Un arquero excepcional, seguramente entre los dos o tres mejores del mundo, aunque un hombre callado, humilde y de bajo perfil. Por eso tiene poca prensa. No alardea como Neuer, pero en rendimiento no está ni un milímetro debajo.
En ese lapso, aguantó la defensa. Luego Francia ajustó las marcas en el medio, se adueñó del balón y comenzó a llegar. Un cabezazo del discretísimo Giroud se fue cerca de un palo y Pavard se lo perdió solito ante Courtois, que salvó el gol con un pie. Como en casi todos los comienzos de los segundos tiempos, gol de Francia. Y con la misma fórmula que ante los uruguayos: centro de la derecha de Griezmann desde el córner, anticipo de Umtiti y a la red. Iban 51 minutos. Aunque Eden Hazard seguía rayando a gran altura, Bélgica no mostraba la seguridad de encuentros anteriores. No obstante, en tantos intentos forzó algunas aproximaciones, pero ninguna clara de gol.
Francia, a la uruguaya, se refugió atrás y esperó la ocasión de apretar el botón del contraataque vía Mbappé, que posee una quinta marcha que ningún otro futbolista del mundo tiene. Pero no logró articularlo bien. Cuidó el resultado con la maestría de Griezmann. Dos palabras para Mbappé: es crack, y es joven, pero tiene algún cablecito en corto. Ante Uruguay recibió una tarjeta amarilla por simular excesivamente un golpe que no había recibido. Ante Bélgica le mostraron otra porque, después de hacer tiempo contra la raya, se llevó la pelota impidiendo que sacara el rival. Los rivales varias veces se han molestado con él con razón en esta Copa. No es casual.
El catalán Roberto Martínez, entrenador de Bélgica, no podrá ensayar la gran excusa de los técnicos sudamericanos: “Perdimos por un gol de pelota parada”. Porque este es el Mundial de la pelota parada. El 44% de los goles provino por tiros libres, córners, penales y hasta de un lateral. Cada vez se estudia más y se ensaya más el recurso. Funciona.
Francia llega a una final por tercera vez en los últimos seis Mundiales. Y Eden Hazard, de fantástica actuación en los seis partidos hasta aquí, se va con las manos vacías. Pena por él. (O)