Quienes presenciamos con mucho interés el partido que enfrentaron las selecciones de Argentina y Nigeria nos vimos alterados cada vez que imágenes nos mostraban a Diego Maradona, el exastro del fútbol, considerado uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol, en una situación dramática.
Hoy Maradona es un alma errante, aparece sin conciencia en cualquier escenario público, en el estado que su adicción le exija, para la celebración y la distracción del mundo, sin que nadie se lo prohíba, hoy mismo lo vemos en el Mundial de Rusia, con credencial en el pecho asistiendo a los partidos, sobre todo donde juega su selección amada, sin límites aparece, es capaz de asumir el rostro de la alegría, de la desesperación, de la indiferencia, de la angustia, de la soberbia, la que a él le dé la gana, sin que nadie lo advierta ni lo cuide, mientras miles de seguidores celebran el histrionismo encarnado en un hombre enfermo, que deambula por los escenarios con la anuencia de las autoridades.
Maradona el último día que apareció en escena nos mostró todo lo que es capaz de hacer con su personalidad, en una jornada de teatralidad y dramatización, buscando llamar la atención del mundo, hizo que su estado impresentable hasta desviara la atención de la celebrada y angustiosa clasificación a octavos de la selección argentina.
Las imágenes descarnadas y lamentables de Maradona, que luego exacerbaron los medios de comunicación y reventaron las redes sociales, no debieron ser para la risa y la chacota, sino para el desasosiego, para la pesadumbre, para la preocupación, sus grandes recuerdos que provocó dentro de la cancha, hoy son una apología al héroe caído, al impenitente rodeado de algunos cómplices que abusan de su estado y de la indiferencia de todos aquellos que celebraron sus glorias y que hoy tienen la obligación de rescatarlo y de cuidarlo.
Hace ya algunos años fiel a mis costumbres, anoté una frase de un editorial, que suelo repasarla cuando alguna oportunidad se presenta como hoy, de la pluma del escritor Juan Valdano acerca de los héroes: “No obstante en una civilización como la nuestra, a la que agobia lo banal y atosiga la chatarra, pocos ídolos permanecen en el pedestal, una vez extinguidas las flamas y silenciados los aplausos, las cenizas los cubre”.
Hoy presenciamos la historia muy triste de un héroe penosamente en los estertores de su vida pública, consumiendo su leyenda con hechos que pronto serán recuerdos.
Cada vez más me convence Diego Maradona, en que siempre fue un portentoso irreverente de las normas, que su liderazgo lo desarrolló al darse cuenta que el mundo le hacía pleitesía a sus habilidades futbolísticas infinitas y a una opinión pública que era capaz de perdonarle todo, si al fin y al cabo parte de la prensa de su país se le ocurrió titular que ‘Dios era zurdo’, emulando la virtuosidad que para el fútbol Maradona tenía con esa pierna, esa frase no solo que sobrealimentó el sentimiento hacia el héroe, sino que él mismo se lo creyó, se endiosó, elevó su ego a los estratos de la divinidad, coincidencia cuando la prensa subliminó su gol con la mano contra Inglaterra en el Mundial de México 86 y que Maradona lo denominó “la mano de Dios” y cuando fanáticos suyos crearon la iglesia maradoniana, una especie de religión paródica, sincretista y pasional, en la que su propia biblia es el “ritual de los pobres”, escrita sobre la vida y milagros de Diego; qué podíamos esperar si nacido en un barrio de miseria, ascendido a los altares por patear con destreza una pelota de fútbol, sin haber crecido con educación para conocer lo bueno y lo malo, sin humildad para aceptar el triunfo y comparecer ante la fama y la gloria con soberbia, era difícil así no creerse un Dios, hoy los responsables de elevarlo a las alturas deben golpearse el pecho en un mea culpa, porque fueron panegiristas de un ser de carne y hueso que pulverizó hasta lo que más sabía hacer, jugar al fútbol, donde pintaba acuarelas por su habilidad y que se diluyeron y descolorieron por los vicios que sometieron su vida íntima; nos recordamos ese verano de Boston en el Mundial 1994, cuando una noticia estremeció el universo, a Maradona el dopaje lo había descubierto en plena competencia, nos mintió, pero esta vez por el subterfugio inventó una fórmula para ser más fuerte en el gramado, sobrestimó su ego con la farsa, hurtó las bases de la conciencia, se engañó para engañarnos, para luego usando la famosa frase yo no fui, no tuvo vergüenza ni remordimiento, alegó inocencia, injurió a los jueces, le importó poco la sanción, huyó y siguió siendo el mismo, se fue a Cuba de vacaciones, apañado por su amigo Fidel, quien le metió la culpa al imperialismo yanqui.
Pero lo paradójico fue que al año siguiente, en 1995 en Inglaterra, la más antigua universidad del mundo, la de Oxford, convocó a Maradona como invitado de honor y lo declaró “Maestro inspirador de sueños”, le regaló una Biblia de 200 años de antigüedad, con el título cuasi nobiliario en sus manos, posó en el auditorio central del Oxford Union Society y declaró ante el aplauso de los presentes: “Creo que fue el reconocimiento más grande que me pudieron hacer, porque me lo merezco, ser considerado un maestro era un sueño que esperaba que alguien lo diga”.
Como era de esperarse, las reacciones por ese reconocimiento no se hicieron esperar: opositores a ese nombramiento reclamaron alegando que lo que para unos era una bendición, para otros era una profanación, porque el reconocimiento acogió a un extraño hombre con irrelevantes motivaciones.
A veces considero que Maradona fue deteriorando su personalidad no solo por su falta de preparación, sino por responsabilidad de todos quienes celebraron sus desplantes e inconductas, quienes aplaudieron sus excentricidades, quienes no censuraron sus inmoralidades y hasta aquellos que viendo a Diego Maradona en un estadio ruso en una situación trágica, comparaban su catarsis como las emociones que produce un muñeco porfiado que deambula por la vida, golpe tras golpe, tratando de ponerse en su posición inicial, hasta que el peso de sus vicios lo venza, hoy el exastro del fútbol necesita ayuda y los obligados en hacerlo bostezan, sonríen y disfrutan sus debilidades.
Maradona escribe la historia contemporánea más triste de un héroe en la puerta de salida de la vida pública, su leyenda quedará siempre rebatida por hechos, solo quedará una penosa historia de recuerdos de un hombre que generó una apología a la impenitencia.
En Argentina como en Nápoles (Italia) consideran que el Diego está más allá del bien y del mal, los devotos de su religión creen que las demandas por paternidad, que los juicios con el fisco, las demandas por violencia, las denuncias por escándalos, los ataques físicos a periodistas fueron pruebas que Satán le puso en su camino y que Diego los enfrentó con valor.
Sobre esta idolatría su excompañero Jorge Valdano declaró en el 2006 al diario alemán Süddentsche Zeitung: “En el momento que Maradona se retiró del fútbol activo dejó traumatizada a Argentina. Maradona fue más que un futbolista genial, fue un factor extraordinario de compensación para un país que en pocos años vivió varias dictaduras militares y frustraciones sociales de todo tipo, nos dio una salida colectiva y por eso la gente lo adora allí, como una figura divina”.
¿Cómo no me lo voy a creer? Si lo dice la prensa, si lo dice Valdano, cómo no si los despojados lo necesitan como Dios, porque es el momento que otra divinidad se encarne en humano, para poder estar cerca y seguir creyendo, por esos pensamientos hoy el nuevo mesías celebra en las tarimas con dictadores sanguinarios, por eso Maduro lo hace bailar, para ver si entre los dos mantienen una traición camuflada pero similar a los vicios al consentimiento, descubierta por la racionalidad social.
Allá ellos con sus responsabilidades y creencias, a nosotros nos entristece ver cómo Maradona sobrevive en una marea cómplice que sonríe y aplaude su agonía lastimera. (O)