La tensión con la que acabaron las eliminatorias Barça-Unicaja y Madrid-Valencia no se trasladó al primer Clásico de la final. Se nota el cansancio, los 151 partidos que suman entre ambos, y se nota la tregua emocional que se han tomado estos días. Esperemos que sea un respiro para coger impulso, porque la batalla arrancó destemplada, con un primer cuarto fluido en anotación y el resto del duelo a la baja, muy a la baja. El tercer cuarto resultó pobre (12-13) y el inicio del último muy precario en ataque. El Madrid transmitía dominio, aunque con pulso titubeante con el balón. En el minuto 34, tras triple de Maciulis, y canasta de Sergio Rodríguez, tocaba su máxima ventaja: +11, 66-55.
El Barça apenas añadía en ese acto un mísero enceste de Huertas. Estaba a punto de entregar la cuchara por incomparecencia de Tomic y el resto de los pívots, con Navarro lesionado (‘pinchazo’ en la fascia), y más ruido que nueces de Satoransky y Huertas.
Entonces, justo entonces, explotó ‘SuperMario’, Hezonja, que ya venía haciéndolo bien, pero que con su equipo a la deriva descerrajó tres triples de esos de salto imponente, figura rectilínea y balón que no toca aro y casi ni red. Tres dianas seguidas para poner a la nave culé a tiro de cuatro, que eran solo dos tras una penetración de Oleson como en la Copa del año pasado: 72-70.
El Madrid que había mostrado mando en plaza, se la iba a jugar en los últimos segundos, casi a un cara o cruz. El peor escenario imaginable a tenor del devenir previo. Para el Barça, en cambio, un aguacero en pleno desierto cuando moría de deshidratación.
La patata calienta la solventó Rudy, el mejor de los locales, con una entrada que le llevó a la línea de personal tras falta de Oleson. No erró, sí lo hizo Hezonja (5 de 6 en triples) y el Madrid agarró el triunfo. Sobresaltado, tratando de esconder su taquicardia, pero lo agarró. Una victoria a la que los precedentes le otorgan el valor de decisiva. En las 31 finales de Liga anteriores (desde que empezaron a disputarse en 1983-84), en 29 se llevó el gato al agua el que golpeó primero. En 29 de 31 (93,5%). Los pronósticos, que eran blancos, ahora lo son más. Pero si el Barça gana, hará historia, queda claro. Además, tendría guasa que una batalla a cinco partidos no pudiera nunca sobreponerse al primero. Expectantes.
Al descanso había tantos elementos hinchando las velas blancas (62 a 35 en valoración, 101-60 al final) que hasta sorprendía que el Real solo ganase por 7 (47-40). Lanzaba con más eficiencia de dos, de tres y desde la personal; reboteaba y pasaba mejor. Pero en el segundo cuarto perdió seis balones por ninguno los azulgrana y la balanza se equilibró.
El Barça no mordía en la defensa del perímetro, daba facilidades en el bloqueo y continuación, pero también concedía canastas al poste, con Reyes de protagonista. Ni Nachbar ni Doellman pueden con él ahí abajo, ni siquiera abrazados al pilar de la canasta para hacer fuerza.
Si dejan a Pleiss a un lado, entre los otros cuatro pívots culés sumaban -1 de valoración al intermedio. Tomic había cometido dos faltas en cinco minutos y se marchaba al banco. La tercera llegó cuando había regresado a la acción, en el tercer cuarto. No entró nunca en el partido, forzó algún tiro muy suyo, y los falló. No estaba y aun así su equipo llegó a timpo para jugársela en el último minuto, lo que abona la teoría de la conspiración: los números de Tomic no hacen mejor al Barça, aunque no todos estamos de acuerdo en eso. Se le ve eso sí, fatigado (2 tantos, 1 de 4 en el lanzamiento, 3 pérdidas y -1 de valoración en 18 minutos). Hezonja le echó una mano al acudir al rescate. El Madrid, sin embargo, fue más redondo con cuatro jugadores en diez o más puntos: Rudy (17), Reyes, Sergio (12) y Ayón (10). Este domingo llega el segundo. Si el Barça no se levanta, tendrá la final en arameo y los de Laso estarán más cerca del poker soñado de títulos. A ver.