Los que tenemos la fortuna de haber vivido los añorados tiempos del viejo estadio George Capwell podemos sacar pecho ante los odiadores de la historia. Vimos en el césped a grandes equipos e inimitables cracks ante los cuales los jugadores de hoy, en equipos nacionales y extranjeros, son baratija.
De los que recuerdo, mientras escribo esta columna, puedo mencionar a Fluminense con Didí a la cabeza; Universidad Católica de Chile, con José Manuel Charro Moreno; Palestino con Roberto Muñeco Coll; Deportivo Cali, con Coll, Camilo Cervino y Alejandro Mur; Santos de Pelé y Coutinho; Palmeiras, de Julinho; Peñarol, de Omar Míguez; Santa Fe de Bogotá, con René Pontoni y Ángel Perucca; el Bangú de Zizinho; Alianza Lima de Valeriano López y Vides Mosquera; Municipal de Lima, del Loco Seminario; Deportivo Pereira y Cúcuta Deportivo que eran las selecciones de Paraguay y Uruguay y protagonizaron el más famoso partido que se recuerde en el pequeño reducto de la calle San Martín. Cito unas pocas estrellas porque nombrar a todas llevaría al menos cinco columnas como esta.
La llegada de River Plate a Guayaquil para enfrentar a Emelec tuvo la virtud de agitar recuerdos imborrables de la primera vez que los de la Banda Roja llegaron a nuestra ciudad. No había televisión, transmisiones radiales vía satélite, fibra óptica ni internet. La única manera de estar al día era leyendo las secciones deportivas de los diarios y de la revista El Gráfico, que formó parte del acervo cultural de mucha gente en toda Latinoamérica. La distribuidora Oviedo Hermanos la vendía de modo exclusivo en su local de Ballén y García Avilés. La edición era semanal, pero llegaba con casi un mes de atraso.
A través de esos medios sabíamos que River Plate era uno de los equipos más grandes y populares de Argentina, desde su fundación en 1901. Hasta diciembre de 1952 había ganado ocho títulos nacionales y era conocido como Los Millonarios, en razón de haber comprado en 1931 el pase del jugador Carlos Peucelle en 10.000 pesos, una fortuna para entonces. En 1935 se llevó de Tigre el goleador Bernabé Ferreira por 35.000 pesos y puso otra muy elevada suma por los pases de Alberto Cuello, zaguero de Tigre; Juan Arillaga, delantero de Quilmes; del defensor de Platense Carlos Santamaría, y de Óscar Sciarra, delantero de Ferrocarril Oeste.
Una multitud aplaudió aquella noche de 1952 a Patria y River, los actores de uno de los partidos más sensacionales que se recuerden. Esos espectáculos ya no se ven en este fútbol amarrete.
Los más grandes equipos del cono sur de América, terminados sus campeonatos, emprendían giras hacia el norte. Del éxito de sus presentaciones dependían los contratos a medida que iban subiendo por el continente. Es mentira lo que sostenía un desubicado de la historia de que los equipos no se esforzaban. Entregaban todo y muchos de los encuentros ‘amistosos’ terminaron en sonoras broncas, pues los visitantes –celosos de su fama– no aceptaban perder.
Diciembre de 1952 fue un mes inolvidable. Estuvieron en el Capwell el Huracán, de Valeriano López y el artillero Eduardo Ricagni, que al año siguiente marchó a Italia cuando Europa se llevaba a verdaderos cracks y no a mediocridades, como ocurre hoy. Huracán midió a Barcelona que se reforzó con Ángel Perucca, centro medio de la selección argentina, apodado El Portón de América, y sus compatriotas Óscar Contreras y Vicente Gallina, el día que debutó internacionalmente Clímaco Cañarte con apenas 16 años.
Luego llegó Universidad de Bogotá, uno de los buenos equipos de El Dorado. En sus filas estaban Perucca, Contreras y Gallina y en el arco el siempre recordado arquero Valentín Domínguez, de gran campaña en nuestro Río Guayas, campeón invicto del primer torneo profesional de nuestra historia.
El anuncio de la visita de River Plate, campeón de Argentina, provocó una conmoción. El rival anunciado era el Club Sport Patria, del cual hablamos hace unos días con mi amigo y colega periodista Alfredo Negrete Talentti, quien fue en su juventud el golero del equipo juvenil patricio. Los diarios empezaron a hablar de la estrella de River y mencionaron a un jugador al que apodaban La Voz de América. Este era Néstor Raúl Rossi, surgido de las filas de Acasuso, Beccar, Platense y las inferiores de River Plate donde militó con el Muñeco Coll, Alfredo Di Stefano y Amadeo Carrizo. Fue suplente de Perucca en el Sudamericano de 1947, jugado en el Capwell, y apareció con la albiceleste para reemplazarlo. Rossi jugó en la final contra Uruguay. Fue después a Colombia y formó en Millonarios, uno de los más grandes equipos del mundo a través de la historia.
Ante la magnitud del compromiso, el principal directivo patricio, Fernando Lebed, tomó contacto con nuestro compatriota Mauro Mórtola, quien estaba en Guayaquil, y consiguió que este, expresidente de Millonarios y uno de los hombres más influyentes en el club bogotano, gestionara la venida de Rossi para reforzar a Patria. El 27 de diciembre arribó a Guayaquil y el 30 de diciembre se efectuó el partido. La maleta del argentino se extravió y hubo de mandar a confeccionar unos botines número 46 a la célebre y tradicional Casa Espinel.
Para no ser irreverentes pónganse de pie para escuchar la alineación de River: Amadeo Carrizo; Alfredo Pérez y Lidoro Soria; Norberto Yácono, Julio Venini y Héctor Ferrari; Santiago Vernazza, Eliseo Prado, Walter Gómez, Angel Labruna y Félix Loustau. Y siga de pie. Por Patria estaban Alfredo Bonnard; Rodolfo Bores y Marcos Cousin (Teodolindo Mourin); Orlando Zambrano, Néstor Raúl Rossi y Rodolfo Salatino (Francisco Croas); Víctor Arteaga, Daniel Pinto, Ángel Ceccardi (Hortensio Patrullero González), José Vicente Balseca (Felipe Leyton) y Gonzalo Pozo.
Ahora siéntense y escuchen. Frente a sus excompañeros Rossi se agigantó y creó con ese partido una leyenda. Pinto y Arteaga enloquecieron a los argentinos imitando los movimientos de Gómez y Labruna. El Venado Arteaga se mandó un golazo y dejó el balón clavado en la red. Labruna, Loustau y Walter Gómez parecían salidos de un sueño. ¡Qué espectáculo, señores! River iba ganando 3-0 y Patria descontó con gol del gran alero quiteño Gonzalo Pozo y luego con aquel tirazo de Arteaga (3-2). River Plate terminó arrinconado por un Patria ansioso por el empate y que era empujado a gritos y con fútbol magistral por el Narigón Rossi. Un cabezazo del Patrullero González fue apenas manoteado por Carrizo y otro misil de Arteaga pasó lamiendo horizontal.
Una multitud aplaudió aquella noche a los actores de uno de los partidos más sensacionales que se recuerden. Esos espectáculos ya no se ven en este fútbol amarrete que mañosamente pervirtieron los directores técnicos y los dirigentes complacientes. A lo más vemos al General Díaz, de Paraguay.
Allá en Mendoza, Argentina, ha de leer esta columna Angelito Ceccardi, que pronto celebrará convertirse en nonagenario. Este recuerdo va dedicado a él, que fue uno de los protagonistas de aquel maravilloso diciembre de 1952.
En Far Rockaway, en Nueva York, otro lector entusiasmado será el incomparable José Vicente Loco Balseca, querido y admirado amigo. (O)