Tom Brady cogió su fusil. También a su propio equipo, los New England Patriots. Y a la unión sindical de jugadores de la NFL. Ese es el ejercito con el que peleará la batalla, la guerra abierta, que se han declarado, mutuamente, la figura más reconocida y reconocible de la competición y su comisionado, Roger Goodell. El escándalo Deflategate no para de crecer en intensidad.
Si anteayer Goodell lanzaba una bomba de destrucción masiva contra Brady al mantenerle los cuatro partidos de sanción por haber participado, de forma "más probable que no", en el desinflado de balones por debajo de su límite legal en la pasada final de la AFC y al hacer público que el QB destrozó su propio móvil durante el proceso de investigación, en la jornada de ayer fue el momento de contrarrestar por parte del grupo de Brady. Su agente dijo que se esperaban todo esto por parte de la NFL; Robert Kraft, el propietario de los Patriots, emitió un durísimo comunicado en el que admitía su error por haber confiado en Goodell; y el sindicato acudía a un tribunal de Minnesota para demandar a la liga. Fuego cruzado, bajas seguras en ambos bandos.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Parece increíble. El meollo del escándalo, la posible utilización de balones poco inflados, es, de lejos, el menos importante de los que han sacudido a la NFL en los últimos tiempos. Spygate, Bountygate, demandas por conmociones cerebrales, violencia doméstica, el mayúsculo error en la gestión de las sanciones y la imagen ante la opinión pública del caso Ray Rice. El Deflategate es una broma al lado de esto y, sin embargo... sin embargo va a desatar la confrontación más cruenta de la época reciente de la liga.
La causa principal es el empecinamiento de cada una de las partes en sus posiciones iniciales. En toda negociación hay un toma y daca, una cesión por alguna parte que permite a la otra conceder la gracia y acercar posturas. No se ha dado el caso. Es más, tanto Brady como Goodell se han enrocado en sus posiciones iniciales y ante cada desafío en la prensa, ante cada gesto duro en la mesa, se han vuelto aún más impermeables.
Y no deberían. Ambos ejércitos tienen mucho que callar en este duelo. Los Patriots, que claman que no hicieron nada mal, despidieron a los dos empleados que se encargaban de trabajar con los balones, aceptaron la mayor multa de la historia de la liga (un millón de dólares, una primera ronda del draft de 2016 y una cuarta del de 2017), concedieron que los balones estaban deshinchados si bien lo achacaron a causas físicas, y no colaboraron (en la figura de Brady) con la investigación como se les requirió. Nada de todo ello grita inocencia. La NFL, que argumenta independencia, encargó la investigación a un viejo colaborador, pergeñó más de 200 páginas llenas de aire en su conclusión, se pasó de frenada en la multa y las sanciones y usó la prensa (en concreto la ESPN) para filtrar un montón de medias verdades que han quedado en el imaginario colectivo y que les han hecho ganar, por aplastamiento y hasta el momento, el frente de la opinión pública.
De lo ocurrido ayer lo más llamativo es la declaración de Robert Kraft. Duro como pocas veces he visto a un general antes de declarar abiertas las hostilidades, renegó de su cesión ante la liga, de aceptar la sanción sin protestar. De forma implícita demostró que lo hizo para librar a Brady de todo este oprobio, y no lo consiguió. Es llamativo que un tipo con tanta experiencia y conocimiento de este "juego" no se cubrieses las espaldas ante esta traición. Kraft se mostró decepcionado, dolido, vendido, asqueado. Subrayó que lamentaba haber puesto su fe en la liga lo que, en castellano, significa que lamentaba haber confiado en Roger Goodell.
Ahora serán los tribunales los que decidan. Y estos no tienen ninguna preocupación por lo que pasó en el campo, lo que pasó con los balones. No. Sólo con el proceso llevado hasta la sanción. Ambos frentes en esta guerra tienen motivos para la preocupación. Y lo que es cierto, pase lo que pase, es que la reconstrucción de la posguerra será dura, costosa y dolorosa. ¿Os imagináis a Roger Goodell, en febrero, teniendo que entregar el Lombardi Trophy a los Patriots y el MVP a Brady? Esa imagen resulta embarazosa incluso imaginada desde tan lejos en el tiempo.