La postura salomónica de Unai Emery para restablecer la relación y la paz entre Neymar y Edinson Cavani es una justa medida conciliadora que no convence. “Quiero que los dos compartan los penales”, ha dicho el técnico del PSG como si el problema por resolver fuese una absurda pelea infantil de fácil resolución. Aunque en realidad lo sea, todo cambia cuando los protagonistas de esta riña son dos niños grandes empecinados en ejercer su liderazgo. Por un lado, el uruguayo apela a sus cuatro temporadas en el cuadro parisino para dejar en claro quién goza de algunas prioridades; por el otro, el brasileño aclara que es el futbolista más caro de la historia y, por ende, tiene corona de rey, tiene derechos por encima del resto.
De esta lucha de egos se ha dicho de todo. Se ha hablado de la división de bandos, de quién tiene razón en esta tonta pelea, del premio del millón de euros para el goleador del equipo, pero no que el verdadero culpable es Nasser Al-Khelaifi. El potentado dueño del PSG ha establecido su imperio futbolístico con una regla de oro: todo se compra con dinero. Y todo se mide bajo el mismo parámetro. Para bien y para mal.
Desde el momento en que decidió pagar 222 millones de euros por Neymar, aunque los valga o sea una inversión rentable, el mensaje se trastoca, se confunde. El brasileño dejó de ser un futbolista de carne y hueso para autoproclamarse un dios todopoderoso. Por algo es la joya más preciada de un multimillonario catarí que podría tener todo lo que se le antoje. El delantero lo sabe bien y se siente una estrella.
Liberado ya de sus ataduras de un Barza donde su radio de acción se veía reducido ante la majestuosidad de Leo Messi, ahora Ney ya no debe rendir pleitesía ni hincarse ante nadie. Ahora siente que es el ‘Messi del PSG’, por ende el vestuario está lleno de súbditos que deben estar dispuestos a complacerlo.
El brasileño parece no haber aprendido del argentino, quien cultivó su liderazgo desde la cancha, donde con fútbol se ganó la corona de rey y supo ejercer su monarquía en armonía, aceptando que sus vasallos compartan su mesa y se vean como sus iguales, como lo hizo con el propio Ney y Suárez. El ex Barza, por el contrario, pretende ejecutar su mandato desde afuera, con el táctico consentimiento del dueño del club parisino.
El viaje a Londres para celebrar un fin de semana sin fútbol, o para manifestar su acto de rebeldía ante la insolencia de Cavani de quitarle un penal, es solo una muestra de lo que Neymar está dispuesto a hacer: pasársela bien sin que nadie le ponga reglas. Por algo es el futbolista más caro del planeta.
Ahora veremos si Emery está dispuesto a convertirse en otro empleado de su clan o pone el vestuario en orden. El técnico sabe que si no soluciona el problema con Cavani su linda historia de hadas habrá terminado pronto.
En un deporte colectivo como el fútbol, es imposible que el éxito llegue sin una mediana armonía dentro del vestuario. Los grandes equipos se construyen desde la intimidad de un grupo con las reglas y objetivos claros. Por ahora Neymar sigue empecinado en vivir su vida de divo e imponer sus propios términos y condiciones. Hoy veremos si ante el Bayern el PSG se va transformando en el once soñado o simplemente quedará supeditado al Neymar Fútbol Club.