“También hay que agradecer lo que no fue”. La frase cala en el espíritu de un aficionado memorioso, abofeteándolo donde más le duele: en la raíz de sus recuerdos. Las historias de los campeones que no supieron retirarse a tiempo se suceden vertiginosas en la cabeza de este hincha, que erigió a ciertos atletas como ídolos y que sufre cada vez que el invierno despiadado merma los poderes de sus héroes deportivos. Así, él vuelve a paladear sorbitos de muerte, cuando en el video Larry Holmes masacra, una vez más, a ‘El Más Grande’ (léase Muhammad Ali). O lo asalta la angustia recordando a los croatas que ridiculizaron a Matthäus en Francia 98; y rememora afligido el inútil regreso de Borg a las canchas de un tenis moderno, distinto y ajeno. Este, el de Usain Bolt en Londres, es un adiós diferente al de los demás. Acá no hay evidencias traumáticas del ocaso. El tiempo no ha castigado demasiado su asombrosa celeridad y el ‘Rayo’ pudo subirse al podio en el día de su despedida. Fue con la de bronce en su última medalla individual; dorada e inconmensurable, en cambio, es la posta 4x100 que le hereda al atletismo.
“La nostalgia es la felicidad de estar triste”, escribía Víctor Hugo, y eso, o algo parecido, nace en el público ante el adiós del más veloz del planeta. Incluso su inapelable derrota final dibuja un caprichoso guiño del destino. Su vencedor, Justin Gatlin, interpreta el unánime sentir universal y se hinca ante él con respetuosa humildad. En esa reverencia, sin proponérselo, el norteamericano le agradece a Usain en nombre de todos nosotros, los amantes del atletismo noble.
Es que Bolt encarnaba, en muchos sentidos, un espíritu carnavalesco en medio de las formalidades de la vida cotidiana. El jamaiquino subvertía el orden establecido para reconfigurarlo a su particular manera: un atleta de una nación pobre ridiculizando con su velocidad a los más ricos, mejor entrenados y mejor alimentados deportistas del Primer Mundo: y haciéndolo, además, con infinita gracia.
Son numerosas las hazañas del ‘Rayo’ en las pistas. Basta decir que es el único ‘sprinter’ que ha conseguido el triplete olímpico: 100 m, 200 m y el relevo 4x100 lisos en tres Juegos de forma consecutiva. Además, posee once títulos mundiales y es plusmarquista de varios récords. Ninguna de sus proezas en la pista se compara, sin embargo, con ese magnetismo natural capaz de imantar inclusive a personas lejanas al deporte. Usain corría liberado, siempre con una sonrisa y lejos de las presiones propias de las competencias de alto nivel. Los espectadores adoraban eso. Era como admirar un animal silvestre en plena locomoción. Un guepardo o una chita, si se quiere. Por eso, carece de importancia que no ganara esta última prueba. Por el contrario, este tercer puesto resalta aun más sus anteriores conquistas, le da un contexto especial a la magnitud de sus hazañas.
Va a ser difícil suplirlo, la valla quedó muy alta. “Bolt gobierna aun en la derrota”, subraya el periodista Santiago Segurola en un diario español. Y tiene razón.“También hay que agradecer lo que no fue” se repite el hincha memorioso. Inmenso, el ‘Rayo’ se ha ido por la puerta grande en Londres. Él, por su parte, debiera sentirse contento, pero no puede. Es como si se hubiese despedido de alguien cercano. Eso poseen únicamente los que tienen el fuego sagrado. Son mucho más que solo grandes atletas.