La llegada, la capacidad goleadora y la precisión en un tiro desde fuera del área de Saúl Ñíguez doblegaron al Eibar y resolvieron la victoria del Atlético de Madrid, peleado con el gol hasta entonces y con sufrimiento hasta el final, pero ya a un solo punto de asegurar el tercer puesto en la Liga.
A la espera del enorme desafío del miércoles en las semifinales de la Liga de Campeones contra el Real Madrid, el equipo rojiblanco ya roza su objetivo primordial: la clasificación directa para la fase de grupos del máximo torneo europeo por quinto año seguido. En duda hace unos meses, ahora le basta con un empate en dos partidos.
Porque este sábado superó un duelo exigente. Enfrente, la sólida estructura del Eibar, un bloque que sabe a lo que juega, que tiene claro cuándo y dónde debe presionar, cuándo y dónde debe replegarse y cómo debe juntar sus líneas, para tejer una telaraña de la que el equipo rojiblanco se desenredó por momentos y dos caminos.
El primero, con velocidad, movilidad y combinaciones al primer toque, una fórmula desbordante de la que surgieron sus acercamientos iniciales e imparable cuando cumplió con todos esos requisitos en sus proposiciones ofensivas. Entonces, le faltó rematador. Y, cuando lo encontró, más eficacia, como en un volea fallida de Koke.
El segundo, con los desmarques a la espalda de la defensa rival de Antoine Griezmann o Yannick Carrasco, novedad de última hora en el once por Ángel Correa, primero en la banda y después en punta, desde donde trazó la mejor ocasión de todo el primer tiempo. Con un recorte dejó tirado a Ramis en el área pero su tiro se fue altísimo.
Antes y durante todo eso reclamó un penalti el Atlético, apareció un par de veces el Eibar por la portería de Oblak, sobre todo en el minuto 8 con un intento de Inui, y recayó toda la responsabilidad con el balón en el conjunto rojiblanco, que se marchó al descanso con una opción de Saúl Ñíguez, asistido por un profundo Thomas, la enésima reinvención para el lateral derecho, pero sin goles: 0-0.
Y con 45 minutos consumidos de un duelo en el que entró, de inmediato a la vuelta del vestuario, Fernando Torres por Nico Gaitán -el argentino aún lejos del jugador que fue y aún se espera en el Atlético-, en el que Pedro León avisó de nuevo al contragolpe y en el que el marcador apretaba al equipo rojiblanco. Cada vez más.
Y cada vez más embarullado en su ataque, también por la reafirmación atrás de su adversario, que minimizó la capacidad y la posibilidad del Atlético de poner en práctica los envíos por detrás de la defensa y las combinaciones rápidas, entre otras cosas porque el Eibar había limitado ya el espacio para correr a su espalda.
Aun así, el principal problema fue de pegada, porque el Atlético, ambicioso, dispuso de algunas ocasiones más, de una jugada dentro del área de Filipe Luis, repelida por el portero Yoel, de un tiro desde fuera de Griezmann, de otro de Carrasco... Pero todos demasiado centrados, demasiado fáciles para el guardameta visitante.
Ya era una competición contrarreloj, con menos tiempo, sin un juego concluyente del equipo rojiblanco y con alguna respuesta de su rival, pero, por el minuto 69, con el gol del Atlético y de Saúl Ñíguez, con llegada y precisión milimétrica para ajustar desde el borde del área un zurdazo inalcanzable para Yoel.
Descargado ya de presión, el partido era suyo, sufrido hasta el final, con más de un susto atrás, también con un par de ocasiones falladas, un remate acrobático de Torres y otro intento de Saúl, con la expulsión de Godín en el tiempo añadido, pero suyo, los tres puntos y casi la meta del tercer puesto. Le basta con un punto más.